Sobre
el Himno a Atón, atribuido a Ajenatón (antes Amenhotep IV)
"...vamos
a hablar del Egipto, pues de ello es digno aquel país, por ser entre
todos maravilloso, y por presentar mayor número de monumentos que
otro alguno, superiores al más alto encarecimiento. Tanto por razón
de su clima, tan diferente de los demás, como por su río, cuyas
propiedades tanto lo distinguen de cualquier otro, distan los
Egipcios enteramente de los demás pueblos en leyes, usos y
costumbres." (Herodoto, Historia, Libro II –Euterpe-, XXXV)
Evidentemente, Herodoto tenía que pensar
Egipto así, como algo excepcional respecto a las civilizaciones que conocía.
De ahí su cita anterior, que ahora para nosotros no tiene tanto sentido, ya que
sabemos situar a Egipto como parte integrante –aunque ciertamente, llamativa-
de un complejo cultural africano más amplio, que lo enmarca y le da sentido y
proyección.
En
honor a la verdad, hay que advertir que Herodoto, en un alarde de
prudencia, dice, en ese mismo Libro
II, en el párrafo CXXIII, "Si
alguno hubiere a quien se hagan creíbles esas fábulas egipcias, sea
enhorabuena, pues no salgo fiador de lo que cuento, y sólo me
propongo por lo general escribir lo que otros me referían."
Dejémoslo pues en que desde Herodoto (como mínimo) hasta ahora, Egipto se abre
ante nuestros ojos con un aura especial, no de "anomalía", pero sí de
excepcionalidad en muchos sentidos. Y una de esas excepcionalidades tiene un nombre
famoso: Ajenatón. Y de él hablamos: la figura del faraón define a
Egipto, todo gira a su alrededor, y el giro que impulsó conmocionó
–al menos transitoriamente- lo más íntimo de la civilización
egipcia.
En realidad, el fenómeno que cristalizó
con Ajenatón venía de atrás. Desde el Primer Período Intermedio, y más aún
desde el Reino Medio, se va viendo cómo el culto solar va tomando fuerza
(Heliópolis). El disco solar va evolucionando hasta convertirse en una
divinidad, Atón, que podemos ver claramente en una estela –cerca de Guiza-
que Tutmosis IV dedica a su padre, Amenhotep II. En ella aparece ya el símbolo
de las manos al final de los rayos que salen del disco solar, dando fuerza a
quien le hace las ofrendas. Tutmosis IV hace también referencia explícita a
este dios en una inscripción sobre un escarabajo conmemorativo hablando de sus
batallas, en la que se dice que fue ayudado por Atón.
En
el reinado de Amenhotep
III se escribe un Himno solar a Amón, claro antecedente del de Atón
que nos ocupará posteriormente; otros hallazgos en este reinado
dejan claro que el culto de Atón está ya claramente establecido.
Así
pues, el terreno está preparado, y la tensión cristaliza en Amenhotep IV. Como los
faraones que le precedieron, Amenhotep IV empieza a construir
santuarios en Karnak, al este del templo, como no podía ser de otra
manera, más cerca del sol que sale. Pero tiene prisa, y lo hace
mediante pequeños talatates, de los que se han encontrado millares
reutilizados y dispersos por todo Karnak. El disco solar, ya
identificado con Atón, tiene desde este momento, en la visión del
faraón, un carácter creador y primordial. La representación que de
él se hace, con las manos al final de los rayos de luz que emite,
simboliza la fuerza y la vida que se da al que se acerca con
ofrendas, la protección que le ofrece y la aceptación de esas
ofrendas. Pero también vemos en esa representación que el disco
solar lleva el ureus, que le legitima como dirigente del mundo: la
revolución que se está gestando no sólo es teológica, sino
también social.
En unos pocos años Amenhotep IV deja de
existir con ese nombre, y nace Ajenatón. La revolución que impulsa no es
simplemente una disputa con los sacerdotes de Amón, o una pelea por la
primacía entre diferentes dioses, es una nueva concepción del mundo la que
nace con Ajenatón. Simbólicamente inaugura un nuevo mundo en un emplazamiento
virgen, construyendo Ajetatón, rodeada de estelas colocadas y consagradas por
el propio faraón marcando los límites de la ciudad, de los que no volverá a
salir. Pero la ruptura con el pasado no es total: la construcción de Ajetatón
constituye un acto clásico de renovación, de recreación del mundo. No se
encuentran estatuas de Atón en el culto que se instaura, los templos pasan a
ser abiertos al sol, las ofrendas son esencialmente florales, el culto se
concreta en los himnos de alabanza a Atón... lo que sí constituye una
ruptura con el pasado. Y aún más: Atón pasa a ser considerado el dios
único, con exclusión de todos los demás (sin ningún proceso de sincretismo).
El carácter único de Atón, de creador que todo lo puede, pero que no puede
ser conocido más que a través del faraón, hace cambiar por completo el papel
de este último. El faraón pasa a ser un profeta del dios ante los hombres, y
así la religión adopta un carácter nuevo, de revelación, que encontraremos
más adelante en las tres religiones monoteístas del Libro. El culto a Atón,
canalizado a través de Ajenatón (y su mujer Nefertiti), mantiene la
característica esencial de que el faraón es un dios, que hace de intermediario
entre los hombres y los otros dioses, con la particularidad de que ahora no hay
más que uno. Dicho así, puede pensarse que en Ajetatón se está rindiendo en
realidad culto a tres dioses, Atón, Ajenatón y Nefertiti, pero el monoteísmo
no es sólo una cuestión numérica, sino de concepción de la divinidad. Y
Atón es concebido fuera de la naturaleza, ya que es su creador, y lo creado
no es parte de él, si bien aún se piensa en una cierta "cercanía" entre el
creador y lo creado.
La
canalización del culto a Atón de manera exclusiva a través del
faraón puede explicar en buena
medida el rapidísimo derrumbe de las nuevas ideas en cuanto
faltó su profeta. Y no hay duda de que el pueblo egipcio, en los
pocos lustros que duró el reinado de Ajenatón, no se impregnó de
las ideas monoteístas de su faraón. De la misma manera que el
nombre de Amón fue eliminado desde Nubia hasta el Delta, el nombre
de Atón se condenó al olvido más absoluto... sin conseguirlo, como
estas líneas atestiguan.
En una tumba construida en Ajetatón (y no
ocupada, pues su dueño, Ay, acabó sus días en otra, construida en el Valle de
los Reyes en Tebas) se encuentra, en la pared derecha del antevestíbulo, una
inscripción jeroglífica dispuesta en trece columnas que contiene el Himno a
Atón, que se atribuye al propio Ajenatón. Si ello es así, no ha de ser
imposible reconocer en ese texto algunas de las consideraciones realizadas en
los párrafos anteriores.
El motivo que inicialmente puede llamar
más la atención en el Himno a Atón es lo que podríamos llamar la
"desdramatización" del ciclo solar, de la pelea clásica ente la noche y el
día, que siempre se había representado con la barca solar, amenazada por
Apofis. En efecto, en la teología amarniense Atón se recrea a sí mismo una y
otra vez, y la aparición del sol cada día por el este se convierte en un acto
irremediable, asegurado y puramente mecánico, que elimina la actividad y el
simbolismo anterior de la noche. Osiris no tendrá un encaje fácil en este
esquema...
Cuando amaneces por Oriente, llenas toda la tierra
con tu belleza...
Cuando desapareces por Occidente, la tierra se
oscurece, como en la muerte...
Cuando amaneces los hombres viven, cuando te escondes
mueren...
Es decir, para Ajenatón no hay más vida que la que da
Atón:
Tú eres el tiempo para todos, todos son gracias a
ti...
Y por tanto, desaparecida también Maat, Ajenatón toma
las riendas (en un entorno ciertamente "absolutista"
inédito en Egipto) y "él" es Maat:
Cuando te levantas haces que todos trabajen para el
Rey...
El Rey que vive en Maat... El Hijo de Re, que vive en
Maat...
El carácter creador (fuera de lo creado, por tanto) y
único de Atón se invoca a lo largo de todo el Himno:
¡Oh Atón viviente, que creas la vida!...
Tú, que haces crecer la semilla dentro de las
mujeres, Tú, que creas las personas del esperma...
¡Oh, dios único junto a quien nadie existe! Tú
creaste la tierra según tu voluntad, tú sólo...
Como
Atón es el creador de
toda la naturaleza, también lo es del extranjero, que deja de
representar el caos y ya no es necesariamente el enemigo. Atón
concede la inundación tanto al extranjero como al egipcio:
Tus
rayos abrazan la tierra,
hasta el límite de todo lo que has creado...
[Tú creaste]... todos los hombres, los grandes y los
pequeños animales,...
[Tú creaste]... las tierras de Khor y Kush, la
tierra de Egipto...
[Tú creaste]... todas las cosas que existen sobre la
tierra...
A
todas las tierras lejanas, que viven por ti,
Tú
les has dado la inundación
que baja del cielo.
Pero
aunque se pueda pensar por lo anterior que Ajenatón quiere dar un
carácter universal a su doctrina, no es así. El extranjero
sigue sometido a Egipto y si bien Atón es el que gobierna el mundo,
Ajenatón "sólo" es el señor de las Dos Tierras:
Y los has doblegado para tu hijo amado [Ajenatón]...
El hijo que vive en Maat, Señor de las Dos
Tierras... Señor de las Coronas...
El segundo gran motivo que se desarrolla en
el Himno es el papel que se asigna el faraón en la nueva teología. Un papel de
intermediario entre el dios y los hombres...
Tú los alzas para tu hijo quien proviene de tu
cuerpo...
...en
el que todo lo dirigido al dios pasa necesariamente por el faraón...
Tu estás en mi corazón, no hay nadie que te
conozca,
excepto
tu hijo Nefer-jeperure-Waenre,
a quien has mostrado tu camino y tu poder...
...sin
olvidar a su ¿amada? consorte, compañera inseparable en la vida y en el culto, citada
expresa y relevantemente al final del Himno:
Y
la gran reina a quien él ama, la Señora de las dos Tierras,
Nefer-neferu-aton
Nefertiti, que viva eternamente.
El
deseo de vida eterna para Nefertiti, expresado por
Ajenatón, se ha visto cumplido con creces igual que para el propio
faraón, si bien en una forma no prevista por ellos, y en
memoria de ambos se han escrito estas líneas.
* * * * * * * * * *
Finale:
Se queda en el tintero, para alguna otra ocasión, la discusión de
si Ajenatón fue realmente monoteísta (lo que parece claro en el
Himno comentado), o proto-monoteísta, o simplemente henoteísta, o
primero henoteísta y luego proto-monoteísta..., animada polémica
en la que hasta Freud intervino, con gran escándalo de los
intelectuales judíos de la época, preocupados por el papel de
Moisés en la implantación del monoteísmo. Tampoco se ha hecho
referencia a las influencias que el texto de Ajenatón ha podido
tener en alguno de los salmos recogidos en la Biblia (por ejemplo, el
104, "Barji Nafshi"): en una obra tan ecléctica no es de
extrañar en absoluto la existencia de todo tipo de influencias
previas.
(José Carlos Vilches Peña. Vielha, mayo 2006)