Ya vimos en anteriores
momentos de la asignatura cómo evolucionó la República en sus
últimos años. Sólo recordaremos e insistiremos ahora en un hecho
evidente: hay en la República romana tardía demasiadas fisuras,
demasiados errores, demasiados asaltos a su estructura política como
para que la salida de su crisis pueda hacerse yendo otra vez hacia
atrás, restaurando sus mejores tradiciones anteriores.
➊En efecto, hemos asistido
desde los Gracos a un sinfín de “irregularidades”1,
empezando, por ejemplo, con las repeticiones de Cayo Graco como
tribuno, continuando, por ejemplo, con los siete años de Mario como
cónsul, la dictadura sin limitaciones de tiempo de Sila, los
consulados de una sola persona con Pompeyo, poderes consulares y
proconsulares en una misma persona y por tiempo sin concretar, como
en Pompeyo... A la vez, los cambios militares han asociado cada vez
más al ejército romano con sus generales dado que son también sus
contratadores y sus pagadores, con lo que las lealtades de antaño
han cambiado su enfoque de manera completa.
➋Tras ese panorama, tras los
que pueden llamarse fracasos evidentes de la República en su intento
de mantenerse tal como fue, la figura de Augusto entra en la
Historia con un aparente respeto hacia las instituciones
republicanas, con un aparente deseo de recuperar tradiciones y
estructuras anteriores, pero son nada más que apariencias. Augusto
alcanza el poder como vimos ya en un anterior trabajo de la
asignatura, y lo transforma2
totalmente aunque con el soporte, meramente nominal y vacío de
contenido, de las anteriores estructuras republicanas, a las que deja
sin operatividad y cuyo papel queda viciado por completo en la medida
en la que Augusto las va usando para crear, de facto, un poder propio
de un rey.
➌Octavio sube al poder, lo
consolida, lo transforma e inicia la transmisión de ese poder por
vía dinástica. Cuando muere se produce uno de esos momentos
especiales de la Historia... Augusto no ha conseguido resolver el
tema de su sucesión más que recurriendo a Tiberio, un tercer
(ex)marido de su temprana hija Julia. Pero Tiberio fue muy indeciso
en la aceptación de la sucesión de Augusto y, según nos cuenta
Grimal3,
parece como si estuviera esperando que el Senado intentase recuperar
la República a la muerte del emperador... pero han pasado muchos
años... desde la muerte de César en el 44 a.C. hasta la del longevo
Augusto en el 14 d.C. son siete decenios en los que Roma se ha
acostumbrado tanto al poder personal de su emperador como a las
consecuencias de ese poder, cristalizadas en una pax altamente
valorada. No hay pues un interés real por la vuelta a los
turbulentos tiempos del final de la República, y Tiberio abre
realmente la puerta de lo que César fue la bisagra y Augusto la
llave: el imperio Romano.
NOTAS:
1BLOCH/COUSIN,
“Roma y su destino”,
pág. 254
2ESPLUGA,
material de la asignatura, “Una
ciutat de marbre”,
pág. 106-108.
3GRIMAL,
“Historia de Roma”,
pág. 90-92.