1.El estado ideal
Aristocles, de origen
aristocrático, llamado Platón, “el de las anchas espaldas”,
discípulo de Sócrates y mentor de Aristóteles, conforma con ellos
el esplendor de la filosofía clásica, que pervive esencialmente en
la moderna. Los temas por él tratados adoptan la forma de diálogos,
en los que brilla su capacidad de análisis, un estilo muy cuidado y
una aparente cercanía al lector, que los hace sumamente legibles.
Nacido en Atenas (o Egina) en 428 aC, muere en ella en el 347. En
nuestro imaginario se nos presenta como un idealista, perfeccionista,
utópico… pero también es cierto que intentó, en varias
ocasiones, que se pusieran en práctica sus ideas más “del día a
día”, es decir, las políticas (en Siracusa, con Dionisio el
Joven)
A lo largo de su vida, asistió a
una serie de cambios políticos y sociales que influyeron
indudablemente en su obra y en sus posicionamientos vitales. Sufrió
la guerra del Peloponeso, y aunque no conoció a Pericles, sí que
vivió su juventud en la “democracia radical” heredada de él.
Vio el golpe de estado oligárquico de Los 400 en el 411 y la
restauración democrática de Alcibíades. Al acabar la Guerra del
Peloponeso con la derrota de Atenas, ve cómo se implanta el régimen1
oligárquico de Los Treinta Tiranos, y otra vez la
restauración democrática de la mano de Trasíbulo y Eucleides, una
democracia lastrada por las heridas no cerradas de los
acontecimientos anteriores, y que llegó a sentenciar a muerte a
Sócrates, un duro golpe para todos sus seguidores, Platón incluido.
Observa cómo la hegemonía espartana se mueve en las turbias aguas
de las alianzas -tanto de Atenas como de Esparta- con el antiguo
enemigo, los persas, que empieza así a incorporarse de alguna manera
al mundo griego. También ve Platón cómo acaba esa hegemonía
espartana en Leuctra (371), dando paso a la de Tebas, contra la que
luchan Esparta y Atenas, ahora aliadas y derrotadas en Mantinea
(362) Y al final de su vida aún debe Platón contemplar la entrada
de Macedonia en la historia griega de la mano de Filipo II. Todos
estos sucesos, (alternancias democracia/oligarquía, dudosas alianzas
entre Persia, Atenas y Esparta), interpretados desde la óptica de la
decadencia ateniense, no hay duda de que conformaron en gran parte la
obra de Platón, que asiste a ellos como espectador
(esperanzado/desilusionado) pero intentando también ser actor.
En el tema político que nos
ocupa, Platón escribe tres obras fundamentales: La República
(386-370), El Político (369-362) y Las Leyes (361-347).
Como se ve, son obras de plena madurez y senectud, dejando asomar un
cierto pesimismo. La primera de ellas, en lo que nos atañe aquí,
describe cómo habría de ser la ciudad “ideal”, en la segunda
nos cuenta cómo debería ser el político “ideal” para
gobernarla, y en la más “práctica/aplicada” de las tres, Las
Leyes -de la que procede el fragmento proporcionado- hace una
comparación entre los regímenes políticos de Esparta y Atenas, y
selecciona de ellos lo que considera que debería estar presente no
ya en una polis ideal, sino en “la mejor de las posibles”
en la práctica. Se observa una clara evolución desde La
República hasta Las Leyes, pasando de un sistema basado
en la sabiduría de los gobernantes a otro basado en el sometimiento
a los dictados de la ley. Su sistema se acerca bastante más a
Esparta que a Atenas, muy posiblemente debido tanto a su origen
aristocrático -que le hace apreciar más el gobierno de una minoría-
como su visión cercana de la decadencia de Atenas, que achaca en
buena medida a la decadencia provocada por la demagogia, forma
degradada de la democracia más antigua.
Respecto a esos regímenes
políticos, Platón considera que pueden ordenarse en una sucesión
casi inevitable en el tiempo (de mejor a peor en su opinión) en
monarquía/aristocracia (gobierno de sabios/ filósofos/ los
mejores), timarquía o timocracia (corrupción de la aristocracia,
abandonando la búsqueda del bien común), oligarquía (evolución de
la timarquía, gobernando unos pocos buscando su beneficio personal),
democracia (gobierno del pueblo, una reacción contra la oligarquía)
y la tiranía (el gobierno de uno sólo, que alcanza el poder
absoluto aprovechando la reacción del sistema democrático que se lo
facilita). Observamos que la opinión de Platón sobre estos últimos
regímenes está influenciada por haberlos visto y sufrido a lo largo
de su vida, mientras que su sistema ideal, nunca puesto en práctica,
estaría en manos de “los mejores”, que para él son
indudablemente los filósofos. En un par de ocasiones viaja Platón a
Siracusa con la intención de “convencer” al tirano Dionisio el
Joven a sus ideas, pero sin gran éxito. Quizás no podía ser de
otra manera, ya que la idea platónica del gobierno “de los
filósofos” era altamente disonante en su momento histórico (lo
mismo que posteriormente…)
Las ideas de Platón sobre la
política no son independientes del resto de sus opiniones, y podemos
ver la relación entre esas opiniones políticas y su concepción del
alma humana en sus tres facetas, punto esencial en su doctrina, que
impregna toda su obra. El alma “racional” podemos asociarla con
los filósofos, los políticos ideales, adornados con la virtud de la
prudencia (fronesis). El alma “irascible” correspondería
a los guerreros, los guardianes del estado, cuya virtud
representativa sería la fortaleza (andreia). Y el alma
“apetitiva/concupiscible” estaría relacionada con el pueblo,
adornado de la virtud de la templanza (sophrosyne)2.
Según predominase cada una de esas facetas, nos encontraríamos con
la aristocracia, la monarquía o la democracia, y cada uno de estos
tres regímenes tendría su deriva corrupta en la oligarquía, la
tiranía o el populismo demagógico, respectivamente. Esas
ordenaciones y desequilibrios podemos verlas incluso en épocas muy
posteriores, con diferentes interpretaciones del “contrato social”
entre los individuos y los estados: el totalitario de Hobbes, el
racional de Kant, el liberal de Locke, el democrático de Rousseau…
la sombra de Platón es alargada…
En resumen, desde una posición
política decantada más bien hacia una aristocracia “controlada”,
Platón teme que la democracia radical fragmente la legitimidad
popular en legitimidades individuales, que haga aparecer la idea de
que “todo vale”, y, en particular, que derive hacia un populismo
demagógico, caldo de cultivo de las tiranías, tal como lo ha visto
y vivido. No cabe duda que estas reflexiones de Platón sobre
democracia, tiranía y su propuesta de ¿despotismo ilustrado? han
estado vigentes a lo largo de toda la historia de Occidente, y que
han llegado bien vivas hasta nuestra actualidad.
2.El estado universal
Al
morir
Platón,
Macedonia ya extiende el
dominio a
su alrededor,
y la coronación
de Filipo II en 356 aC lo acelera.
La reforma del ejército macedonio, siguiendo
al
tebano Epaminondas, permitirá a Filipo extender su liderazgo sobre
Grecia, sumida
en estériles disputas. Con una excusa banal, interviene en un
conflicto griego en Fócida, y aunque Demóstenes intenta unir a los
griegos en
su contra,
esa unión llega cuando ya es tarde, en unas condiciones deterioradas
en toda Grecia. En Queronea (338
aC)
Filipo derrota a tebanos
y atenienses,
y Grecia pasa a depender
de Macedonia (a
excepción de Esparta, que logró evitarlo)
Bajo la figura de la Liga de
Corinto (otra más) Macedonia se
impone de manera efectiva, sobre todo en política exterior,
permitiendo en los asuntos internos de cada ciudad/estado una amplia
autonomía. Filipo es asesinado (336 aC) en circunstancias confusas,
dando paso a su hijo Alejandro, descendiente mítico de Hércules por
su padre argéada y de Aquiles por su eácida madre Olimpia de Epiro.
La idea de Filipo de invadir
Persia latía desde hacía tiempo, como leemos en Isócrates3.
Puede pensarse que obedecía simplemente a la obtención de riquezas,
y serviría de paso para dar salida a la endémica sobrepoblación y
pobreza tanto macedónica como griega. Además haría de elemento de
cohesión entre ambas naciones, liberando a los griegos del Asia
Menor. Lo cierto es que cuando Alejandro accede al trono, Filipo ya
había hecho pasar el Helesponto a una modesta fuerza expedicionaria.
Cuando, tras dos años de asentamiento en el poder, Alejandro lo pasa
con otra fuerza mayor -nada exagerada-, está iniciando los planes de
su padre. Si nos preguntamos porqué Alejandro mantiene ese proyecto,
pueden pensarse otras causas, pero serán meramente especulativas, ya
que no existe certeza documental de las mismas. Las fuentes primarias
sobre él (Ptolomeo, Aristóbulo, Calístenes, Nearcos, Clitarco) se
han perdido, y llegan a nosotros en las voces de los muy posteriores
Arriano, Diodoro, Curcio, Justino, Plutarco… cuyas versiones
literarias tienen el valor que tienen. Las elucubraciones sobre las
intenciones de Alejandro se centran en si buscaba o no el
establecimiento de un imperio “universal” helénico (sustituyendo
y ampliando el persa), si le movía la venganza por las Guerras
Médicas, si sólo seguía los objetivos de Filipo… e ignoramos si
salió de Macedonia con una idea definida sobre la totalidad de su
proyecto o si la dinámica de los acontecimientos le llevaron de uno
a otro. Pero la invasión/viaje/anabasis de Alejandro está ahí, y
constituye una gesta única e irrepetible, un recordatorio de la
expedición a Troya, un intento de apropiación de la monarquía
“universal” que Darío y Jerjes pretendieron… No hay
comparación posible con otros personajes históricos, con la
excepción quizás de Napoleón, por lo que la estrella de Alejandro
brilla destacada en el imaginario colectivo de todos los tiempos.
Tras cruzar el Helesponto,
Alejandro vence en el río Gránico a los sátrapas de Asia Menor,
costea hacia el Sur liberando las ciudades jónicas, recorre
Anatolia, vuelve a la costa en Tarsos, y se enfrenta al Gran Rey en
Issos (333 aC) derrotándole severamente. Continúa su viaje por la
costa siria, y tras tomar Tiro,
se dirige a Egipto, ciñéndose la
sejemty
en
Menfis, fundando Alejandría (no será la última…)
e
identificándose con Amón en Siwa4.
Retrocede
hacia el Norte,
tomando
en Damasco el tesoro de Darío, y llega hasta Alepo, cerca de Issos.
Hasta aquí, la campaña entra dentro de “lo normal”:
ha
liberado las costas mediterráneas, Asia Menor
y
Anatolia,
se ha asegurado5
el granero de Egipto, y ha dado un severo correctivo a los persas.
Pero
en Alepo las aguas del Éufrates tientan a Alejandro.
Las
empieza a seguir, desviándose de ellas para enfrentarse a Darío en
Gaugamela, tras cruzar el Tigris,
habiendo
un antes y un después de esta crucial batalla.
Dos
ejércitos muy diferentes en calidad y cantidad se enfrentan en una
llanura abierta, donde Darío puede hacer maniobrar su numerosa
caballería. Pero la superior organización y disciplina del ejército
macedonio6
permiten a Alejandro poner en fuga a Darío
(que
se comporta un tanto cobardemente ante
su
empuje)
desmembrando para siempre su ejército. Siguiendo el Tigris ocupa
Babilonia, y se dirige a tres ciudades más simbólicas aún: Susa,
Persépolis y Pasargada.
La
primera fue
capital del
Reino de Elam y de los Aqueménidas; la segunda
era
la
capital administrativa de los Aqueménidas; la tercera alberga la
tumba de Ciro II, creador del Imperio Aqueménida, que indudablemente
Alejandro visitó. Persiguiendo a Darío, sube hacia el Norte,
pasando por Ecbatana (más símbolos: capital de los Medos,
predecesores de los Aqueménidas) y más allá
de las Puertas Caspias
se
entera
que Darío
ha sido asesinado por Besos.
Es
un momento crucial en la Historia.
Conseguidos
los objetivos “razonables” de su campaña (en
sólo
cuatro asombrosos años) Alejandro podía volver fácilmente al
Mediterráneo. Pero adopta una decisión que escapa
a
nuestra comprensión, emprendiendo
un increíble viaje
que le llevará hasta las puertas de la India.
No
es un viaje
fácil,
y las dificultades
se multiplican: las bélicas, enfrentándose a una guerra de
guerrillas (con Espitamenes, p. ej.) que difícilmente puede
controlar,
las geográficas (las montañas del Hindu Kush, p. ej.) y las
derivadas de la convivencia de sus tropas y
los
habitantes de los terrenos conquistados.
En efecto, los problemas
organizativos de la conquista empiezan a pasar por delante de los
propiamente militares. Inicialmente, Alejandro da el mando de las
satrapías conquistadas a macedonios de su confianza, pero ante la
extensión y complejidad de lo conquistado no tiene más remedio que
dar paso a gobernantes autóctonos. A la vez, su identificación
personal con el poder persa hace que sus compañeros empiecen a
sentirse descontentos. Asistimos a un proceso de orientalización de
Alejandro, nada del agrado de sus macedonios. Se vestía como un
persa, con el kusti y a veces el sedra mazdeísta; se
casó con la sogdiana Roxana y con Estatira, hija de Darío, y casó
a muchos de sus macedonios con mujeres persas (en Susa, p. ej.);
adoptó rituales persas (prosternarse -proskynesis- delante
suyo, p. ej.) y persiguió con dureza los acercamientos de los
macedonios a los griegos. La tensión entre los expedicionarios iba
creciendo, y quizás explique en parte la negativa del ejército a
seguir más allá del río Indo, tras derrotar a Poros, en las
fronteras del Punjab (326 aC). Alejandro desciende hasta el Océano
Índico siguiendo el río Indo, y divide sus fuerzas en para regresar
a Babilonia (Cratero por Kandahar, Alejandro por el desierto de
Gedrosia y Nearco por el Índico)
Muere Alejandro en circunstancias
dudosas en el 323 aC en Babilonia. Detrás suyo quedan once años que
cambiaron la historia, abriendo Asia a Occidente, tanteando la
frontera india y casi rozando la china, fundando ciudades que
perpetuarán su nombre, creando el mayor imperio conocido, intentando
fundir conquistadores y conquistados en un solo estado sin
diferencias entre ellos.
Entra
Alejandro en la Historia
por lo que de él conocemos, “los hechos” como suele decirse. Su
increíble viaje “está ahí”, marcado por decenas de
Alejandrías, y sus consecuencias son conocidas, sobre todo las que anuncian
la posterior época
helenística. En
la leyenda entra por lo que de él no sabemos, que es lo
esencial
de la
persona: ¿qué pensaba, qué deseaba, porqué hizo lo que hizo? Las
respuestas conforman la leyenda de Alejandro, y obviamente son meras
especulaciones. La literatura ha producido una ingente obra sobre él,
con un balance claramente positivo, aunque sin esconder sus aspectos
oscuros. El cine también se le ha acercado, de
manera épica y
espectacular. Por ejemplo, Colin Farrell interpreta
a un Alejandro presentado como un héroe al estilo de Aquiles (el
paralelismo Aquiles/Alejandro y Patroclo/Hefestión
está presente en todo el film) y que en la arenga a sus tropas se
refiere al honor del país, a los antepasados, y, cómo no, a la
libertad ¡todo un clásico! (recuerda
una arenga similar de Mel Gibson en Braveheart). Al
guionista de Stone se le escapa en esa arenga una frase
“políticamente incorrecta” cuando dice “...estamos
aquí como macedonios y hombres libres...”
olvidando a griegos, cretenses,…
Mirar
las estrellas del cielo y sentir en la nuca el aliento de la
eternidad, eso es el acercarse a la figura de Alejandro, Magno por
derecho propio.
3.Los estados fragmentados
Al morir Alejandro en 323 aC no
deja definido su sucesor, y ninguno de sus generales tiene el
suficiente carisma como para ser reconocido como tal. Sin tener la
intención de desmembrar el neonato Imperio, los diadocos
hacen un reparto territorial para facilitar el gobierno de un
territorio extensísimo. Pero el intento está condenado al fracaso,
dadas las ambiciones personales de casi todos ellos. Se inicia una
época cuya historia es, según Finley, “...muy pesada, monótona
y llena de frecuentes vilezas, de continuas guerras, de mala fe y de
no pocos asesinatos.”
Tras ese período convulso, desde
la muerte de Alejandro hasta la consolidación de Macedonia en 276,
se llega a una cierta estabilidad, dominada por tres reinos helénicos
formados sobre los territorios de Alejandro. En el Sur, Egipto,
regido inicialmente por Ptolomeo, el único general de Alejandro que
se salvó del asesinato. El casi emperador romano Augusto, tras la
batalla de Accio (31) pondrá fin a esta dinastía Lágida. En el
Este, el reino de Siria (Seleukis) se extendía hacia
el Este hasta los confines alcanzados por Alejandro, gobernado por
Seleuco I (311-281), el primer Seleúcida. Roma también interviene
en Siria, y tras la batalla de Magnesia y la Paz de Apamea (188) la
cuesta abajo es inevitable, empujada por los conflictos con el
expansionismo parto (arsácidas), acabando Siria como una provincia
romana en el 63, con una Roma en las postrimerías republicanas. En
el Norte, el reino de Macedonia es al que más le cuesta
estabilizarse, debido quizás a la carga histórica que llevaba como
iniciador de todo el proceso desde Filipo II y Alejandro. La
estabilización la consigue Antígono II Gónatas, nieto de Antígono
I Monóftalmos y de Antípatro, dos generales de Alejandro. (Su
padre, Demetrio Poliorcetes, había intentado una reunificación,
siquiera parcial, de los territorios perdidos por Antígono I, sin
conseguirlo). Discípulo de Zenón de Citio, fundador del estoicismo,
favoreció la cultura bajo una monarquía absoluta, que recuerda las
tiranías de la época clásica, y procuró someter las ciudades de
la Grecia central, como los Antigónidas posteriores hicieron. Igual
que Egipto y Siria, Roma, aún republicana, acaba con Macedonia en la
batalla de Pidna (168), entre la II y la III Guerras Púnicas.
Esos reinos no están solos. Al
Oeste tropiezan con Cartago y Roma, que será el verdugo de todos
ellos. Al Este limitan con el reino de los Maurias, luego indo-parto.
Y en el centro de todo ello, como si fuera -que lo era- el corazón
del mundo heleno, está lo que queda de la Grecia continental,
soportando su decadencia mediante diversas Ligas (Aquea, Etolia,
Beocia,…) que intentan paliar el deterioro de poder que sufre.
Aparece una resistencia, no militar ni política, pero sí cultural.
Mientras a su alrededor todo es monarquía absoluta (¿herencia persa
o de Alejandro?, con reyes que lo son a título personal, no ligados
al territorio), Grecia mantiene las formas clásicas de gobierno, con
severas limitaciones efectivas. Donde no hay limitación es la
helenización que irradia...
En
efecto, aunque la paideia
clásica está anquilosada, se convierte, con
las adaptaciones a
cada entorno7, en el sistema educativo del
mundo conocido, la
oikouménē.
Dadas
las limitaciones políticas impuestas por las monarquías, el centro
de la vida educativa y social se traslada al
gymnasium,
crisol
de la koiné,
una
comunidad
cultural, con
la
misma lengua y
la
misma
tradición jurídica, ateniense esencialmente. En esos centros
culturales,
muy
difundidos,
se relacionaron los griegos con los autóctonos, impulsando
el
proceso de helenización en todos los reinos helénicos8,
cuyos dirigentes surgen
de él.
A
la vez,
la filosofía sigue
teniendo
el foco en
Atenas, y a las escuelas platónica y aristotélica se suman la
estoica y la epicúrea.
En
su afán de difundir el conocimiento, se produce
una
“diseminación”
en
la
que filósofos, gramáticos, retóricos…
griegos
o helenizados,
enseñan en casas reales o de nobles, los que pueden pagarlo.
El fenómeno es de importante extensión9
y
difícil de
sistematizar,
por lo que se presentarán algunos ejemplos para ilustrarlo.
Tras
recordar a
Platón en Siracusa y Aristóteles
en Pella,
citemos
al
filósofo Demetrio de Falero, que gobernó Atenas
en
317-307,
llevando
a la práctica el ideal platónico del filósofo-gobernante, sin
demasiado éxito.
Sirve
también como ejemplo de la dispersión comentada, pues tras su
expulsión de Atenas acabó en Egipto
con
Ptolomeo I,
organizando
la Biblioteca alejandrina.
Vemos
también
a
los
estoicos Perseo y Filónidas
de Tebas, enviados por Zenón a la corte de Antígono II Gónatas,
para
educar a los macedonios y aconsejarlos en su relación
con Grecia.
El
sistema es a veces hereditario
en
sus orígenes y destinos:
Cleantes, discípulo de Zenón, tiene como discípulo a Esfero
Bosforano,
y
lo envía
a la corte de Ptolomeo Filopator.
A
Egipto también acuden historiadores como Agatárquides de Cnido, que
con
Ptolomeo VIII escribió unas
historias
de Asia y
Europa. También
en
el entorno cercano encontramos
historiadores-gobernantes,
como el
tirano
Duris de Samos, cercano a la filosofía peripatética e historiador
¡aunque
no en la línea de Tucídides!
Vemos
que el fenómeno
llega
hasta el final del período helenístico,
p.
ej. con Nicolás
de Damasco, filósofo peripatético, que tras educar en Egipto a los
hijos de Cleopatra y Marco Antonio,
fue
a
la corte de Herodes I donde escribió una
Historia
Universal
(nada menos...)
Citando
historiadores, señalemos
que el más importante del
período,
Polibio
de Megalópolis,
es
llevado
a Roma como rehén tras la
III
Guerra Macedónica,
trabajando
en
el entorno de los Escipiones10.
Como
en
todo el período
Roma
va tomando
porciones del mundo helénico, a la vez que va siendo helenizada
a
pesar de alguna
oposición, como la
de
Catón el Viejo,
será cada vez más frecuente encontrar preceptores griegos o
helenizados en las casas nobles romanas.
Destacaremos
los
que, gracias a Suetonio, conocemos sus empleadores: Sila
tiene
como biógrafo al liberto Cornelio Epicado,
Julio
César tiene
como mentor al galo Marco Antonio Grifón
y
al retórico Molón de Rodas (maestro de Cicerón, como Grifón),
Pompeyo el Grande
se
hace
acompañar del retórico Pompeyo Leneo
y
asiste
a la escuela de Otalicio Pilito, Bruto y Casio se hacen
enseñar
por Estaberio Eros,
Marco
Antonio tiene
como maestros a Epidio y Clodio, Augusto
también
tiene
a Epidio como maestro,
a
Higino como bibliotecario,
como
mentores de filosofía a los estoicos Ario Didimo y Atenodoro de
Tarso,
y conocemos su amistad con Horacio,
que
había estudiado la filosofía epicúrea en Atenas.
Augusto
y Horacio son amigos de Virgilio, autor de
La
Eneida,
una búsqueda de la raíz
griega en el pasado romano y una legitimación
del
poder de Augusto en su identificación con el héroe Eneas.
En su conjunto, observamos que en
todo el período helenístico yace la pugna entre el mundo griego
resistiéndose a morir, y su heredero romano que lo va subyugando, al
menos materialmente. No hay dos civilizaciones más distintas, como
dice Anquises:
“Que otros esculpan
un bronce que se ablande y
respire;
¡sea! saquen del mármol
rostros vivos,
vuelen a más altura en su
elocuencia,
con el puntero el firmamento
midan
y ortos en él de soles mil
columbren…
Más tu misión recuerda tú,
Romano:
regir a las naciones con tu
imperio
(esas son tus artes), imponer
al mundo
el uso de la paz, darla al
vencido,
y arrollar al soberbio que la
estorbe”11
Roma conquistó Grecia, esta
helenizó aquella...
no sabemos
muy bien quién conquistó a quién:
“Graecia
capta ferum victorem cepit et artes
intulit
agresti
Latio;...”12
4.Bibliografía
Entre corchetes, el nº de
ejercicio en el que se usó:
1.-El
estado ideal. / 2.-El
estado universal.
/
3.-El
estado fragmentado.
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[Película]. USA: Warner
Bros.
[3]Suetonio.
Gramáticos y retóricos ilustres. Barcelona:
Iberia, 1982. 375 p. (Obras
Maestras)
ISBN
84-7082-053-2
[1]Vallejo
Campos, Álvaro. Platón, el filósofo de Atenas. Barcelona: Montesinos,
1966. 188
p. (Biblioteca
temática; 65)
ISBN
9788489354173
[2,3]Walbank,
F.W. El mundo helenístico. Madrid: Taurus, 1985. 263 p.
(Historia del Mundo Antiguo)
ISBN
84-306-5505-0
**********
NOTAS:
1 En
el que Platón tenía dos parientes...
2 La
cuarta virtud, la justicia (dikaiosyne) estaría por encima
de todas, equilibrándolas y manteniéndolas juntas.
3 Filipo,
6 y
50
4 A
partir de aquí, lo veremos representado con los dos cuernos del
carnero.
5 Como
hará Augusto tres siglos más tarde.
6 Y
griego, cretense, tracio, tesalio,...
7 En
Roma, p. ej., la paideia
deriva hacia una humanitas,
más realista y social.
8 Con
matices importantes: Egipto frenaba un tanto la helenización y el
reino Seleúcida la impulsaba fuertemente.
9 Consultadas
esencialmente las obras de Diógenes Laercio y Suetonio.
10 Con Publius
Cornelius Scipio Aemilianus Africanus, hijo
del
vencedor en Pidna. Tuvo
Emiliano como consejeros
al ecléctico filósofo Panecio de Rodas y
al escritor Publio Terencio Afer.
11Virgilio,
La Eneida,Libro VI, 847-853. Traducción de Aurelio
Espinosa Pólit. ISBN 84-376-2036-8
12Horacio,
Epistula I Ad Augustum,
156-157. [en línea] Bibliotheca Augustana, 2014.
http://www.hs-augsburg.de/~harsch/Chronologia/Lsante01/Horatius/hor_ep21.html
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