Publius
Vergilius Maro: “La
Eneida. Libro XII. Versos 919-952"
Cunctanti telum Aeneas fatale coruscat,
sortitus fortunam oculis, et corpore toto
eminus intorquet. Murali concita numquam
tormento sic saxa fremunt, nec fulmine tanti
dissultant crepitus. Volat atri turbinis instar
exitium dirum hasta ferens orasque recludit
loricae et clipei extremos septemplicis orbes.
Per medium stridens transit femur. Incidit ictus
ingens ad terram duplicato poplite Turnus.
Consurgunt gemitu Rutuli, totusque remugit
mons circum, et vocem late nemora alta remittunt
Ille humilis supplexque oculos, dextramque precantem
protendens, `Equidem merui nec deprecor,’ inquit:
`utere sorte tua. Miseri te siqua parentis
tangere cura potest, oro (fuit et tibi talis
Anchises genitor), Dauni miserere senectae
et me seu corpus spoliatum lumine mavis |
redde meis. Vicisti, et victum tendere palmas
Ausonii videre; tua est Lavinia coniunx:
ulterius ne tende odiis.’ Stetit acer in armis
Aeneas, volvens oculos, dextramque repressit;
et iam iamque magis cunctantem flectere sermo
coeperat, infelix umero cum apparuit alto
balteus et notis fulserunt cingula bullis
Pallantis pueri, victum quem volnere Turnus
straverat atque umeris inimicum insigne gerebat.
Ille, oculis postquam saevi monimenta doloris
exuviasque hausit, furiis accensus et ira
terribilis, `Tune hinc spoliis indute meorum
eripiare mihi? Pallas te hoc volnere, Pallas
immolat et poenam scelerato ex sanguine sumit,’
hoc dicens ferrum adverso sub pectore condit
fervidus. Ast illi solvuntur frigore membra
vitaque cum gemitu fugit indignata sub umbras. |
Eneas, aprovechándose de su indecisión, con certera mirada, vibra contra él su fatal lanza y se le arroja desde lejos con toda su fuerza: jamás murallas de piedra batidas por el aire crujieron en tal manera; jamás estalló el rayo con tan horrísono estampido. Vuela a semejanza de negro turbión la mortífera lanza, y traspasando los bordes de la loriga y los siete cercos del escudo, se le entra rechinando por mitad del muslo: dobladas las rodillas, cae en tierra herido el gigantesco Turno. Prorrumpen los Rútulos en gemidos, retumba en torno todo el monte, y los profundos bosques repiten el estruendo con lejanos ecos. El, humilde y suplicante, tendiendo a Eneas la vista y las manos desarmadas, "Merezco lo que me sucede, le dice; no te imploro, haz uso del derecho que te da la suerte; mas si alguna compasión puede inspirarte un padre desventurado (y también fue el tuyo Anquises), yo te ruego que te compadezcas de la ancianidad de Dauno: devuélveme a los míos, o a lo menos devuélveles mi cuerpo exánime. Venciste, y ya los Ausonios me han visto tenderte, vencido, las palmas: tuya es Lavinia; no vayan más allá tus rencores." Detúvose con esto el formidable Eneas, volviendo a una y otra parte los ojos, suspensa la diestra, indeciso sobre lo que debía hacer, y ya las palabras de Turno empezaban a ablandarle, cuando se ofrece a su vista en el pecho caído el infausto talabarte del mancebo Palante, reluciente con sus conocidos resaltos de oro; de Palante, a quien Turno diera muerte después de haberle vencido, y cuyos enemigos y ricos despojos llevaba pendientes de los hombros. No bien Eneas hubo devorado con la vista aquellos despojos, ocasión para él de acerbo dolor, inflamado por las Furias y terrible en su cólera, "¿De escaparte me hablas, cuando te veo vestido con estos despojos de los míos? exclamó. Palante, Palante es quien te inmola con esta herida, y con tu criminal sangre toma venganza." Esto diciendo, húndele, ciego de ira, la espada en el pecho; un frío de muerte desata los miembros de Turno, e indignado su espíritu, huye, lanzando un gemido, a la región de las sombras.
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El
texto que se comenta está formado por los versos finales (que lo son
del Libro XII y de la obra completa) de La
Eneida,
de Virgilio. El contexto histórico de la obra completa ya se ha
comentado anteriormente en la reseña hecha de su Libro IV, así como
otras características generales de la obra que, evidentemente, el
fragmento a comentar comparte. Muy resumidamente, recordaremos que el
género al que pertenece es la narrativa épica, en forma de poema
(en tercera persona), con la intención de ensalzar las virtudes
romanas cristalizadas en el héroe Eneas.
Acercándonos
pues ya al fragmento que comentamos, se observa que su núcleo está
constituido por el combate personal entre Eneas y Turno, con el
resultado de la muerte de este último. Para situar este texto en el
conjunto de la obra, hay que remontarse al Libro VII, en el que Eneas
desembarca en la costa del Lacio, gobernado por el rey Latino, que le
ofrece la mano de su hija Lavinia para sellar su alianza. La mujer de
Latino, sin embargo, deseaba casar a Lavinia con el rey de los
Rútulos, Turno, y con la ayuda de la diosa siempre opuesta a Eneas,
Juno, provoca el inicio de una profunda animadversión entre Troyanos
y Rútulos, personalizada en Eneas y Turno. En los Libros que siguen
se describen las peleas que se generan entre ambos bandos, así como
las diferentes intrigas de los dioses para influir en los resultados
de las mismas. En particular, en el Libro X se narra la muerte de
Palas (hijo de Evandro) a manos de Turno, lo que causa un gran furor
en Eneas. Finalmente, bajo las murallas de Laurento, Eneas desafía a
Turno a un combate singular, en el que se decidirá quién se casa
con Lavinia y gobierna el Lacio.
Es
ese combate el que narra el fragmento con el que se cierra La
Eneida.
El combate se nos describe trágico y feroz (v.922), el dardo de
Eneas lanzado con todas sus fuerzas (v.920) es un anunciado
instrumento de muerte que atraviesa el escudo y la coraza de Turno,
hiriéndole gravemente en la pierna. Reconoce su derrota (v.936) e
intenta conmover a Eneas invocando a los padres de ambos (Dauno y
Anquises). Cuando Eneas empieza a dudar, ve el cinturón de Palas que
Turno lleva como trofeo por su muerte, y se enciende en él una ira
terrible (v.946) Diciendo que es Palas quien castiga realmente a
Turno, hunde su espada en él (v.950) quitándole la vida.
Y
es aquí donde debemos recordar que Virgilio dejó La
Eneida
inacabada, publicándose póstumamente por sus protectores, Mecenas y
Augusto, con algunos cambios atribuidos a Vario y Tuca. Por tanto, no
estamos seguros por completo que este fuera el auténtico final
planeado por Virgilio, que deja varios hilos temáticos sin acabar.
Pero como no tenemos otro, ese es final, y es en ese final en el que
encontramos una cierta contradicción -que pensamos que es sólo
aparente- en el comportamiento de Eneas.
En
efecto, a lo largo de toda la obra hemos visto cómo Virgilio ha ido
dotando a Eneas de todas las virtudes que derivan de la principal, la
pietas.
Así, hemos visto a Eneas solidario con sus compañeros, valiente en
las batallas, sabio y perseverante en las decisiones, amante de la
familia y las tradiciones, respetuoso con la voluntad de los dioses,
toda una metáfora de lo que un romano ideal (¿el propio Augusto?)
debería ser. Pero en el texto que comentamos aparece una faceta del
héroe que se nos antoja contradictoria con su carácter, diseñado
cuidadosamente por Virgilio. Y así, cuando se desencadena su “ira
terribilis” (v.946) no entendemos bien lo exagerada que nos parece.
Ciertamente hemos asistido a episodios violentos protagonizados por
Eneas, en su mayoría justificables y limitados en intensidad, pero
en este final de La
Eneida la
muerte de Turno nos resulta injusta. No está haciendo más que lo
lógico en su caso, defender su reino, defender su visión de futuro
puesta en Lavinia, y sin embargo Eneas lo mata. Incluso nos parece
que la referencia al cinturón de Palas que lleva Turno como
desencadenante de la muerte de este es más un pretexto, una excusa,
que un auténtico motivo. De acuerdo con la trayectoria del héroe en
toda la obra, podía esperarse al final de la misma un acto de
compasión, una acción magnánima, y el perdón de Turno nos hubiera
parecido quizás un final más digno y coherente.
Pero
pensamos (como Galinsky) que hay varios motivos que permiten entender
mejor ese final de La
Eneida.
En primer lugar, no hay que olvidar que la ira es una característica
cien por cien humana, de manera que cuando Virgilio la deja aparecer
en su personaje nos está recordando que es “un hombre”, algo
totalmente de acuerdo con la intención didáctica y ejemplarizante
de la obra (no debe olvidarse la actitud general de Turno, que no es
precisamente un dechado de virtudes, véase, p.ej, “polluta
pace”
L.VII, v.467, o L.XII, v.45 y 46). Además, en el mundo romano, la
ira es un componente habitual del mundo judicial, posiblemente no en
el momento decisorio de un juicio, pero sí en el momento de la
imposición de una sentencia, y el comportamiento de Eneas se ajusta
a estas dos situaciones diferenciadas. Por un lado, piensa con
relativa calma, con sus dudas incluidas, qué debe hacer, y una vez
decidido, lo hace sin vacilaciones. En un plano más genérico y
teórico, el concepto de ira ha sido tratado en el mundo prerromano
(Platón, Aristóteles) concediéndole un papel relevante en la
resolución de los conflictos humanos, sin connotaciones
especialmente negativas. En particular, reconocemos en el texto la
definición aristotélica de ira como “impulso acompañado de
dolor”, no gratuito, y en el fondo, noble, aunque las
circunstancias -casi siempre extremas- nos lo oculten. La
contraposición entre ira y compasión es falsa porque los une el
dolor, lo que no haría el odio en vez de la ira.
En
cualquier caso, no hay que buscar nada fuera de la propia Eneida
para explicar su final. El problema radica, creemos, en la
descontextualización inevitable cuando sólo se analiza un fragmento
de un texto. Turno, en los versos finales, nos puede hacer olvidar
sus actitudes y actuaciones anteriores -suficientemente explicadas
por Virgilio, que nos va preparando para el texto final-, en las que
ha faltado reiteradamente a su palabra, con plena conciencia de ello
y de sus repercusiones, ya que llega a ofrecer su vida en sacrificio
(L.XI, v.440 y ss) anticipando así su, al parecer, inevitable final.
Esta opinión ya la encontramos reflejada en los comentarios a La
Eneida que
el en S.IV hace Maurus Servius Honoratus, cuando dice que Turno
realmente muere a causa de “rupti
foederis ultionem”.
El
texto leído (una coda/resumen de toda la obra si sabemos recordarla
entera) nos parece pues que ofrece un relato de una decisión moral,
humana, sin ambigüedades, y Virgilio cierra La
Eneida
humanizando al héroe en su cólera, una forma más de manifestarse
su pietas,
a diferencia de cómo Homero usó de “la cólera de Aquiles” en
la muerte de Héctor en La
Ilíada.
“Vergil's
poetry is
so great and so existential precisely because he takes on such
topics
and because he deals with them honestly, and not just to
provide happy
endings.”
(Karl
Galinsky: How
to be Philosophical about the End of the Aeneid)
José
Carlos Vilches Peña, Vielha,
marzo de 2012. |