Marco
Tulio Cicerón, “Discursos contra Catilina (I)” I,
1 y parte del 2
“Obras selectas de Cicerón”
Ed. Edimat, Madrid, 2004, página 45
Traducción de Javier Cabrero Piquero
Quo
usque tandem abutere,
Catilina, patientia nostra? Quam diu etiam furor iste tuus nos
eludet? Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? Nihilne te
nocturnum praesidium Palati, nihil urbis uigiliae, nihil timor
populi, nihil concursus bonorum omnium, nihil hic munitissimus
habendi senatus locus, nihil horum ora uoltusque mouerunt? Patere tua
consilia non sentis, constrictam iam horum omnium scientia teneri
coniurationem tuam non uides? Quid proxima, quid superiore nocte
egeris, ubi fueris, quos conuocaueris, quid consili ceperis quem
nostrum ignorare arbitraris? O tempora, o mores! Senatus haec
intellegit, consul uidet; hic tamen uiuit. Viuit? Immo uero etiam in
senatum uenit, fit publici consili particeps, notat et designat
oculis ad caedem unum quemque nostrum. Nos autem fortes uiri satis
facere rei publicae uidemur, si istius furorem ac tela uitamus.
¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?
¿Durante cuánto tiempo aún tu temeraria conducta logrará esquivarnos? ¿A
qué extremos osará empujarnos tu desenfrenada audacia? ¿Ni la guarnición
nocturna en el Palatino, ni los vigilantes urbanos, ni el temor del pueblo, ni
la oposición unánime de todos los ciudadanos honestos, ni el hecho de que la
sesión se lleve a cabo en este edificio, el más seguro para el Senado, te han
turbado, y ni siquiera los rostros o el comportamiento de los presentes? ¿No te
das cuenta de que tus maquinaciones han sido descubiertas? ¿No ves que tu
complot es conocido por todos y ya ha sido controlado? Lo que hiciste la noche
pasada y la anterior, dónde estuviste, a qué cómplices convocaste, qué
decisiones tomasteis, ¿crees tú que exista alguno de entre nosotros que no
esté informado? ¡Oh tiempos, oh costumbres! El Senado está al corriente de
estos proyectos, el cónsul lo sabe; y, sin embargo, él está aún vivo. No
sólo vivo, sino que, además, viene hacia aquí, se le permite tomar parte en
una decisión de interés común, observa a cada uno de nosotros y, de una
ojeada, decide quién ha de morir. En cuanto a nosotros, hombres de coraje,
creemos que hacemos bastante por el Estado si logramos esquivar los puñales de
aquellos.
*******************
El
texto a comentar es el impetuoso arranque del discurso que Marco
Tulio Cicerón pronunció el 9 de noviembre del año 63 a.C. ante el
Senado romano, reunido en el templo de Júpiter Estator. Este primer
discurso (la
“primera Catilinaria”)
ya se analizó en la reseña que de él se hizo en el apartado
anterior, en donde se enmarcó históricamente el discurso completo y
se hizo la debida referencia a su contenido, así como su relación
con el resto de la obra ciceroniana. Sólo por centrar el texto que
ahora nos ocupa, recordemos brevemente que el discurso en cuestión
es la diatriba que Cicerón hace contra Catilina al desenmascarar su
conspiración, con la que aspiraba a acceder al poder con métodos
violentos, incluyendo el asesinato del propio Cicerón y el de otros
senadores. El discurso en su conjunto es evidentemente del género
político-deliberativo (genus
deliberativum),
y dentro de él apreciamos diferentes especies retóricas: la
suasoria, intentando convencer al Senado; la vituperadora, poniendo
de relieve los aspectos morales y éticos del comportamiento de
Catilina; la acusatoria, evidentemente el centro de la cuestión...
Tradicionalmente, la retórica (y
Cicerón fijó estas consideraciones, siguiendo a Gorgias y otros) ha dividido
la elaboración de todo discurso en tres facetas fundamentales: la inventio/heuresis
(qué decir), la dispositio/taxis
(cómo estructurarlo) y la elocutio/lexis
(cómo hacerlo interesante). Veamos qué podemos reconocer de estos
elementos en el fragmento de texto que comentamos.
Respecto
a la inventio,
no es posible explicar todo el discurso basándonos sólo en el
fragmento considerado. Pero
por
lo que en él se dice, podemos deducir de qué tratará el discurso,
no de forma completa, pero sí suficiente. Efectivamente, hay en este
corto texto algunos “datos” que nos van poniendo sobre la pista
de lo que luego vendrá... de entrada, queda claro que el sujeto al
que se dirige el discurso es Catilina, y que la motivación de dicho
discurso es su “temeraria
conducta”,
su “desenfrenada
audacia”.
También se nos indica que el discurso se pronuncia ante el Senado
romano, y que el lugar elegido no es el habitual, ya que se ha
primado la seguridad de la reunión, dadas las circunstancias: “...la
sesión se lleve a cabo en este edificio, el más seguro para el
Senado...” Se
anuncia también el tema central del discurso, el complot que
Catilina estaba preparando: “...tu
complot es conocido por todos y ya ha sido controlado...”
En resumen, en el texto que nos ocupa encontramos los antecedentes de
la cuestión que desarrollará el discurso, las circunstancias en las
que se produce, la motivación básica del mismo...
La
estructuración del discurso en su totalidad, la dispositio,
ya se comentó en el apartado anterior, y nos centraremos ahora
exclusivamente en el hecho de que el texto que se comenta constituye
una parte -no muy larga- del exordio.
Esta primera parte de todo discurso tenía como objeto atraerse la
benevolencia (captatio
benevolentiae) del
público que lo escuchaba, fijar su atención y provocar su interés.
Nos encontramos pues con la introducción del discurso, que no parece
seguir la norma habitual del exordio...
Vemos que Cicerón no se dirige directamente al Senado, sino a
Catilina, interpelándole desde la primera frase del discurso. No
parece necesitar Cicerón atraer ni la benevolencia, ni la atención,
ni el interés del Senado, pues ya cuenta de antemano con esas tres
actitudes. Por eso la única referencia al Senado que encontramos en
el texto es indirecta, “...el
Senado está al corriente...”, y
está dirigida a Catilina. Saliéndonos momentáneamente del texto
comentado, podemos ver que esta actitud de Cicerón se prolonga más
allá en el discurso: “...poseemos
un decreto del Senado...” (I-3), “...el Senado otorgó...”
(II-4),
y hay que llegar al Cap. XI-27 para encontrar el momento en que
Cicerón se dirige directamente al Senado: “Ahora,
padres conscriptos, escuchad con atención mis palabras...”
Se deduce pues que el discurso tiene como principal protagonista a
Catilina, y el Senado sólo debe corroborar lo que Cicerón dice y
propone. En el texto vemos que la actitud de Cicerón es bien clara
desde el principio, reconociendo en ella su posicionamiento político
(“...hacemos
bastante por el Estado...”)
su ira/indignación por lo que Catilina fraguaba, todo ello en el
marco de la transparencia con la que habla de los hechos ya ocurridos
y de las intenciones aún no llevadas a cabo.
La
elocutio
del texto llega a nosotros incompleta, ya que sólo tenemos el texto
escrito y no podremos oírlo de los labios del orador que lo
pronunció. No obstante, incluso en esa forma parcial de un discurso
que es la escrita -que Cicerón revisaba/modificaba posteriormente-,
podemos darnos perfecta cuenta de la “fuerza” del texto. Cicerón
decide iniciar el discurso con siete punzantes interrogaciones
dirigidas a Catilina, estrictamente retóricas, ya que obviamente no
se esperaba ninguna respuesta. Especialmente las tres primeras, por
su brevedad, imponen un ritmo que nos introduce inmediatamente en la
situación del discurso, que damos por descontado que era lo que
Cicerón pretendía al empezar así. Ese ritmo aún nos parece más
rápido por la alternancia entre las personas (Catilina versus
Senado: “...tus
maquinaciones... …conocido por todos”)
y por la enumeración de los hechos más llamativos que se se hace en
la cuarta interrogación (con la repetición de la
conjunción...ni...ni...ni...,
...no... ...no...,
que refuerza la expresión1
en una gradación creciente) Esta repetición forzada para llamar la
atención la usa Cicerón de otra manera también, cuando une dos
frases gracias al uso diferenciado de una misma palabra: “...él
aún está vivo.
No sólo vivo,
sino que...”2
Y en ese orden de cosas, también mantiene el ritmo con la
enumeración de lo que hace Catilina: “...viene...
...tomar parte... ...observa... ...decide...”.
Al dejar el recurso de las interrogaciones, cambia el ritmo del
primer párrafo al entrar en el segundo, que se hace más lento, más
explicativo. El texto logra transmitirnos, con estos recursos
estilísticos, la emoción y la fuerza que Cicerón quería imprimir
a su discurso. Variado, pero claro y preciso, Cicerón usa el “modo
de decir” en combinación con “lo que dice”, de manera que cada
una de las dos facetas del texto refuerza a la otra. El qué se sigue
mejor con el cómo, y el cómo se dobla al qué, potenciándose
ambos. La tradicional confrontación entre el fondo y la forma se
diluye enormemente en este texto, en el que la forma no es el mero
soporte del fondo, sino que, junto con él, conforma la realidad que
quiere describir.
La
insistencia de Cicerón, acumulando frases parecidas en una
repetición/gradación dramática, produce un buscado efecto de
amenaza y constituye un arranque “contundente” de los discursos
contra Catilina, que han llegado a nosotros como testigos de uno de
los momentos cumbres de la oratoria.
“Nam is est maxime docilis, qui attentissime est paratus
audire”
(Marco
Tulio Cicerón, “De la invención
retórica”,
Libro I, Cap. 23)
“Quantum poesis ab Homero et
Virgilio, tantum fastigium accepit eloquentia a Demosthene atque
Cicerone”
(Marco
Fabio Quintiliano, “Instituciones
Oratorias”, Libro
XII, Cap. 11, §III)
José Carlos Vilches Peña, en Vielha, mayo de 2012.
NOTAS: