2.-Objetivo de estas
páginas.
De acuerdo con
el enunciado
de la PAC1 de esta asignatura se mirarán, artículo por artículo (pueden encontraese enlazados al final de la página)
los tres suministrados por la consultora (de los autores Hering, Rico
y Bouza, en ese orden) con la intención de identificar sus puntos de
partida, exponer las ideas principales y clarificar lo que se quiere
demostrar con ellos. Posteriormente, se enmarcarán los tres en el
contexto de la época, identificando sus similitudes y poniendo de
relieve sus posibles diferencias. Por último, se hará una
referencia al marco historiográfico que los artículos sugieren.
3.-Artículo
1: La raza "del otro".
El artículo1
de Hering2
hace una revisión de la evolución del concepto de raza y racismo en
diferentes fases históricas, y amplia la cronología en la que
el racismo puede considerarse ya como un factor, como un mecanismo
sistemático, de marginación social. Los conceptos de "raza"
y de "limpieza de sangre" no son más que una parte de los
mecanismos establecidos (impuestos habría que decir) en orden a
conseguir una marginación social que perpetúe la jerarquización
existente en la sociedad. La principal dificultad comentada por
Hering para la comprensión del problema trata de la imposibilidad de
proyectar el concepto moderno de racismo hacia la Edad Moderna,
ya que el propio concepto de raza ha evolucionado en diferentes
fases, pero sin abandonar en ningún momento su función y objetivo
último, la marginación.
El
artículo toma como punto
inicial
la comúnmente aceptada hipótesis de que el concepto antropológico
del racismo es una producción típicamente dieciochesca. Los
mecanismos de marginación social se plasman –entre otros
varios- en la raza y en la "limpieza de sangre". El autor,
sin embargo, hace retroceder los límites temporales de la cuestión
hasta el siglo XVI (incluso al XV...), y explica cómo ambos
conceptos apuntalan el cómo y el porqué de la marginación social.
La limpieza de sangre mezcla criterios teológicos y precientíficos,
la raza no se entiende inicialmente como un criterio
clasificador en el sentido actual del término, pero ambos conceptos
conducen, de manera continuista (en cuanto al fin, no en cuanto
a la forma) a la deseada exclusión "del otro".
Tomando
como entorno expositivo las relaciones entre cristianos y judíos
(especialmente en la España de la época considerada), Hering
documenta su artículo exponiendo las
principales
cuestiones
debatidas en la historiografía relacionada, a partir de mediados del
siglo XX. Expone la controversia entre Roth3
y Kisch sobre el uso de conceptos actuales en la investigación de
los orígenes del racismo y explica cómo Baron apoya la tesis de
Roth en el sentido de que la limpieza de sangre sí es un
antecedente histórico del racismo contemporáneo. El vasco Caro
Baroja duda, en su gran análisis del judaísmo en España, entre
asignar a la "sangre" un significado biológico o no.
En la década de los ochenta, Yerushalmi introduce el concepto de
"continuidad funcional" para unir, al menos así, la
limpieza de sangre con un racismo incipiente, un "protorracismo".
Geiss, Grüttner y Friedman abundan en esa misma tesis, aunque
Edwards y Walz niegan esa continuidad, al menos desde el punto de
vista histórico causal. Muy recientemente, Netanyahu4
extrema las opiniones en el sentido de comparar (¿identificar?) el
antisemitismo español del siglo XV con el del nazismo en la Alemania
contemporánea.
Tras la
exposición del debate historiográfico anterior, Hering hace una
exposición de cómo se llegaron a institucionalizar los estatutos de
limpieza de la sangre, que habían ido surgiendo un tanto
anárquicamente, y que a partir de la famosa sentencia de Toledo
tienen un modelo a seguir5.
La aplicación de estos estatutos en la sociedad, según Hering, tuvo
esencialmente un carácter de filtro social, con el objeto de
impedir la asimilación que sin duda se estaba ya iniciando y
que hubiera crecido sin esas cortapisas. De manera arbitraria e
injusta, a los "cristianos nuevos" se les bloquea así la
deseada movilidad social, estratificando el poder y el saber en forma
jerárquica.
La palabra
"raza" y sus diferentes significados a lo largo de la Edad
Moderna y de la Edad Contemporánea es analizada por Hering con el
objetivo de dejar claro cómo y cuanto ha ido evolucionando6
ese concepto desde su principio (que cifra en el S. XV) hasta hoy.
Esa evolución pasa desde el significado de "linaje" hasta
el de "categoría racial", con diferentes momentos de
coexistencia de ambos extremos. En la Edad Moderna, la palabra "raza"
acaba por usarse en un claro sentido peyorativo, en su peor acepción,
pero no llega al uso como categoría clasificadora, uso más
seudocientífico propio ya de la Edad Contemporánea.
La última idea
expuesta en el artículo de Hering aborda la cuestión de qué se usó
en realidad para sustentar y fundamentar los conceptos de raza y de
limpieza, si fueron argumentos teológicos
o precientíficos, o una combinación de ambos. Hering expone las
diferentes posiciones al respecto, y afirma que en la Edad Moderna
los argumentos fueron esencialmente teológicos, aunque reforzados de
alguna manera por la ciencia (del omnipresente Aristóteles, por
supuesto...)
Por
todo lo expuesto anteriormente, Hering
concluye
que si bien el concepto de raza ha sido fuertemente variable (y por
tanto, no cabe hablar más que de continuidad funcional y no de
causalidad), ha sido capaz de adaptarse en cada momento a su
auténtico fin (en el que sí se ve continuidad) que no es otro más
que la exclusión. En la discusión teología/ciencia, Hering expone
su opinión de que la sociedad, con su presión intelectual y
religiosa, condicionaron los aspectos biológicos de la
exclusión, pero no al revés. Y en cuanto al debate historiográfico
expuesto, Hering se posiciona con Walz, postulando un modelo de
desarrollo del concepto de raza en forma de etapas diferentes, pero
matizando que esas etapas no son independientes unas de otras,
estando unidas al menos por el nexo funcional ya citado.
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4.-Artículo
2: La comunicación con "el otro".
El artículo7
de Rico8
aborda el trabajo misionero realizado en España por los jesuitas9 y capuchinos en la época posterior al Concilio de Trento10.
El autor pone de relieve la "teatralidad" de esta acción
misionera en "nuestras indias", el territorio peninsular
español. Las manifestaciones religiosas promovidas por las
congregaciones se enlazan fuertemente con la cultura barroca11
del momento, y sirven para difundir un determinado modelo de
religiosidad, en gran parte como respuesta a la "agresión"
que supone la Reforma protestante (Véase el
tercer
artículo,
de Bouza).
El
punto
de partida
del artículo consiste en la percepción de la necesidad de
contrarrestar en alguna medida el avance de la Reforma12,
estableciendo unos mecanismos de difusión del modelo devocional que
se considera correcto. Pero el momento histórico, social y
cultural en el que se mueve la España postridentina hace derivar
esas "misiones interiores" hacia un espectáculo (en el
sentido estricto, no peyorativo, de la palabra) en el que la oralidad
y los aspectos visuales alcanzan –forzando incluso- las más altas
cotas de la retórica, aproximando así de una manera completa el
sentido religioso al sentido cultural. De esta manera se consigue
convertir al espectador del espectáculo religioso en un partícipe
convencido del mismo, en "protagonista" en gran medida (por
ejemplo, en las procesiones penitenciales) con lo que el objetivo de
difusión y refuerzo de las creencias se consigue plenamente.
En
el artículo se
exponen
las características principales de este trabajo misionero, no por
localista menos complicado. Las técnicas teatrales de la época se
incorporan al sermón tradicional, y cambian por completo el
entorno del mismo. Si bien la concepción oral del mismo se mantiene,
se incorporan elementos visuales y musicales, de manera que la
argumentación visual (sensorial sería el término quizás más
adecuado) se convierte en un recurso fundamental, en contraposición
con la oratoria solemne más tradicional. Estas técnicas importadas
de teatro del momento introducen importantes cambios en el "espacio",
tanto en el sentido escénico como en el de la arquitectura. Se
incorporan al sermón, entendido ya como representación, elementos
característicos que por su índole ayudan aún más al
espectador a introducirse en lo que se representa: el crucifijo
y la calavera, junto con relatos de "condenados" suelen ser
los elementos de apoyo estándares. No debe olvidarse que la
representación daba por supuesto, en cierta manera al menos,
que la presencia de Cristo era "real", equiparándola así
a la Eucaristía, lo que constituía –obviamente- la gran
diferencia con las representaciones teatrales "laicas".
Como en toda
representación se necesitaban unos actores para la misma, en este
caso los misioneros,
que fueran capaces de desarrollarla correctamente de acuerdo con los
fines pretendidos. El misionero se convierte pues en un profesional,
impregnado, eso sí, de un cierto sentido heroico, e
indiscutiblemente de un aura penitencial y martirial conscientemente
buscada y mostrada. Puede hablarse, según Rico, de un "oficio
misional", y desde ese punto de vista deben entenderse
algunas de las exigencias autoimpuestas en los misioneros, que
convierten su vida en un escaparate abierto permanentemente, y no
sólo en los momentos del sermón. Esa "profesionalización"
llevó a los misioneros a una permanente actualización de los
recursos expresivos usados, que rompieron en gran medida los marcos
rígidos del teatro barroco, aunque dentro de las obvias exigencias
del decoro y la verosimilitud. Las representaciones misionales se
estandarizan, y dos de ellas destacan sobre las demás: las
procesiones penitenciales y los actos colectivos de contrición,
de las que se exponen en el artículo las características más
relevantes.
A
partir de las ideas anteriormente expuestas,
el
autor concluye
que las actividades misioneras interiores descritas permiten
hacerse una idea correcta sobre las bases de la comunicación en el
período barroco13,
comunicación que es religiosa pero también es cultural, con un
claro componente antropológico. La Iglesia del momento adopta y
adapta técnicas comunicativas ya presentes en las artes teatrales y
musicales, estableciendo una dimensión colectiva de la conversión
y del refuerzo de las creencias, dimensión colectiva que se
contrapone a la dimensión individual concretada en el
sacramento de la confesión.
En el marco
histórico de la Reforma y la Contrarreforma, las misiones tomaron el
papel de refuerzo colectivo del catolicismo frente a la consolidación
de las iglesias protestantes. Las consecuencias
del cambio hacia una religión más "afectiva" perdurarían
en los siglos posteriores14.
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5.-Artículo
3: Los libros como señales hacia "el otro".
El artículo15
de Bouza16
trata sobre el temprano uso de la imprenta17
como herramienta propagandística, utilizando los libros
impresos con el nuevo sistema como auténticas "armas
intelectuales", un uso que sigue vigente en nuestros días, pero
que en el contexto de la época estudiada se centra en los aspectos
religiosos.
El
punto
de partida
del autor se basa en el (totalmente) aceptado y difundido tópico de
que la Reforma protestante hizo un uso decidido, inteligente y
exitoso de la imprenta para difundir sus ideas (especialmente
editando la Biblia, que debía convertirse así en un libro
"personal" de cada creyente, que podría estudiarlo a fondo
e interpretarlo libremente)18.
Así mismo, es comúnmente aceptado el hecho de que la
Contrarreforma católica no utilizó este elemento más que en un
sentido negativo (Índice de libros prohibidos) y que centró sus
actuaciones para oponerse a la Reforma en la oralidad y en la
visualidad (véase el
2º
artículo,
de Rico).
En
el artículo se
expone
en primer lugar cómo se hizo uso de la imprenta y sus posibilidades
de difusión de las ideas por parte de los reformados. Se ejemplifica
dicho uso a través de la obra de John Foxe19,
haciendo referencias especialmente a su obra "Actes
and monuments..."20.
Se pone de manifiesto claramente el uso "utilitarista" de
la nueva tecnología (rapidez, precio, difusión) pero también deja
traslucir el pensamiento reformista de que la imprenta era un "don
divino" y que, de cierta manera, se estaba produciendo un
segundo Pentecostés, un renovado "don de lenguas", no
por tecnificado menos divino.
En
contraposición con las actividades reformistas anteriores, la
Contrarreforma también hizo uso de la imprenta para influir en las
creencias de "los otros". Bouza ejemplifica esta actuación
católica a través de la actividad tipográfica desarrollada en el
Colegio de Saint Omer
(en Artois), bajo la dirección del jesuita Padre Joseph Creswell21,
que tuvo como objetivo "invadir" la Inglaterra
reformada con una oleada de libros (inicialmente, baratos y que luego
se intentó incluso que fueran gratuitos) de ideología
católica, tanto como apoyo moral a los católicos ingleses como
para el freno de las ideas reformistas.
Así
vemos
pues
que la utilización de la imprenta y el tráfico de libros asociado
como elementos de propaganda, apoyo y conversión, tiene lugar
en ambos sentidos de la escindida cristiandad, y no sólo en uno
de ellos como afirmaba el tópico inicial que se comenta en el
artículo. El autor expresa así sus dudas de que tal tópico
sea aceptable al completo, y el ejemplo que pone sobre la actuación
de difusión de libros hacia Inglaterra así lo demuestra.
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6.-Los tres artículos
juntos.
Cuando se trata
de buscar en esos tres artículos lo que de común tienen, aparecen
ante nosotros
dos tipos de similitudes, las explícitas y las implícitas, que
trataremos de dilucidar en la medida de lo posible.
La similitud
cronológica
no admite mucho comentario. Los artículos 1º y 3º (Hering y Bouza)
se enmarcan principalmente en el periodo comprendido entre
mediados/finales del S. XV y principios del S. XVII. El segundo
artículo (Rico) lleva en el título las fechas 1650-1730, por lo que
pude considerarse en ese sentido cronológico una continuación de
los dos anteriores. Entre los tres abarcan pues prácticamente
todas las fechas que conforman lo que convenimos en llamar la Edad
Moderna en Europa.
Otra similitud
explícita es la posición metodológica
adoptada por los autores, que podemos incluir sin reservas en lo que
llamamos Historia de las mentalidades. No es que no se utilicen
"hechos" de todo tipo en los tres artículos –es
impensable concebir una Historia sin hechos-, pero el abordaje de las
tesis de los tres artículos se ve claramente que se hace desde la
óptica de las ideas, del pensamiento. Si llamamos "pensar"
a la habilidad del ser humano para reconocer los estímulos de su
entorno, interiorizarlos y actuar reaccionando creativamente ante
ellos, reconocemos en la metodología de los tres artículos un
discurso sobre ese acto de pensar, es decir, se enmarcan claramente
en la Historia de las mentalidades22.
Si se busca una
similitud temática,
las cosas ya no están tan claras. Los artículos 2 y 3 (Rico y
Bouza) guardan entre sí una evidente similitud en tanto que hacen
referencia a diferentes aspectos de la pugna entre la Reforma y
la Contrarreforma. El primer artículo (Hering) se sale claramente
de esa controversia, centrándose en uno de los dos lados, el
católico, por más que en algunas de las obras que cita aparezcan
referencias a las relaciones de los reformistas con el judaísmo.
Pero en
realidad, cuando se miran los tres artículos en su conjunto, llama
poderosamente la atención un fortísimo
nexo
de unión
entre los tres, que, en mi opinión personal, pienso que es la clave
de su lectura conjunta. Los tres, de una manera u otra, hablan de la
visión que se tiene –que tenemos- del "otro". Hering
habla del "otro" explicando cómo veían los cristianos
viejos a los nuevos y a los judíos, y cómo el racismo se usa en
diferentes etapas históricas como un factor excluyente de ese
"otro"; Rico nos habla de cómo veían al "otro",
al que debían convertir, los misioneros, tan apartados en realidad
de su público; Bouza nos cuenta cómo cada lado del escindido
mundo cristiano usa todo tipo de armas (en este caso, los libros),
contra el "otro". Los tres artículos, al explicar esas
visiones del "otro" tan poco comprensivas, tan excluyentes,
tan "bárbaras" en el sentido de ver tan lejos al
"otro"..., hacen venir a la memoria aquella frase de
Montaigne "chacun
appelle barbarie ce qui n'est pas de son usage"23.
El pensamiento
humano ha impulsado todo tipo de acciones a lo largo de la historia,
y desde luego las que se describen en los artículos leídos no son
de las que más orgullosos podamos estar.
Al leerlos desde esa perspectiva del enfrentamiento con "el
otro", me parece que "estoy
oyendo los grilletes forjados por la mente"24.
José Carlos Vilches Peña
En Vielha, a 30 de marzo de 2007
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7.-Notas en el texto.
9
TENENTI, A., La fundación del mundo moderno, Ed. Crítica,
Barcelona, 1985. Ver pág. 226.
12
Para el marco general, puede leerse el libro DOMÍNGUEZ ORTIZ, A.2,
Historia Universal, Vol. III, Edad Moderna, Vicens Vives, Barcelona,
2006. Especialmente, el capítulo X titulado "Religión y
política en el siglo XVI europeo", pág, 163 y ss.
13
El término "barroco" se usa con toda clase de
interpretaciones: a veces como un periodo histórico, a veces como
un descriptor cultural, a veces como un estilo artístico...
18
Véase, por ejemplo: COLLISON, P., La reforma, Ed. Debate, Col.
Breve Historia Universal, Barcelona, 2004. Especialmente el capítulo
3, "Palabras, lenguas y libros", páginas 47-62.
23
"cada uno llama barbarie a aquello que no es su propia
costumbre", MONTAIGNE, M.E., Essais, 1, XXXI, escrito a
finales del S. XVI. Puede verse en
http://www.cyberphilo.com/textes/cannibales.html.
Lo cita en este sentido ELLIOTT, J.H., El viejo mundo y el nuevo,
Alianza Editorial, Madrid, 2000, en la pág. 69.