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“A continuación, para satisfacer los deseos y
necesidades de los de la fortaleza, comenzaron a afluir ante la
puerta, cerca de la salida del castillo, negociantes, es decir,
mercaderes de artículos costosos y, acto seguido, taberneros, luego
hospederos para dar alimento y habitación a los que llevaban
adelante sus negocios, y a los que construían casas y preparaban
albergues para las personas que no eran admitidas en el interior del
recinto fortificado. Su lema era <<Vamos al puente>>.
Los habitantes aumentaron de tal forma que pronto nació una ciudad
importante que conserva hasta hoy su nombre vulgar de <<Puente>>,
porque Brujas (Brugghe) significa Puente, en lengua vulgar”
(Johannis Longi: Chronica Sancti Bertini, en Ladero Quesada,
M.A.: Historia Universal. Edad Media,
II, Barcelona, 2004, págs. 480-1.)
****************************
1.-Introducción.
En el Tema que se
desarrollará a continuación se pretende tratar de dilucidar las
relaciones de diferentes tipos existentes entre las ciudades
medievales y el sistema feudal imperante en la Edad Media, y
analizar también el dilema planteado por la historiografía entre
ambos sistemas.
1.1.-Marco
cronológico del Tema.
La cronología aceptada de la Edad Media se
extiende entre los siglos V y XV. Como el sistema feudal clásico
realmente aparece, se desarrolla y se asienta entre los siglos
X-XIII (Ganshof, 1978:105)1,
la cronología del Tema se centrará esencialmente en esos siglos.
Sin embargo, como inicio y final del Tema se hará referencia a los
antecedentes (entre el siglo V y el siglo X) y al período final de
la Edad Media, en los siglos XIV y XV.
1.2.-Desarrollo del Tema.
Para poder ir relacionando las características que nos interesa
destacar de las ciudades medievales en su relación con el sistema
feudal, nos es necesario previamente establecer claramente las
características esenciales de esas dos instituciones, de manera que
luego se puedan comparar y contrastar entre ellas. En vez de separar
de manera completa en la exposición que sigue ambas descripciones,
se procurará ir haciendo en cada una de ellas las consideraciones
pertinentes sobre el objetivo del Tema.
Así pues, en primer lugar se explicará qué entendemos por sistema
feudal, diferenciando entre sistema feudal y sistema señorial,
todo ello con las consideraciones que sean pertinentes respecto al
fenómeno urbano del contexto. A continuación se explicará lo
necesario del fenómeno urbano medieval para poder relacionarlo con
la institución feudal. Por último, se resumirán las conclusiones
a las que se hayan ido llegando, enmarcadas en las diferentes
posiciones historiográficas.
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2.-El sistema feudal medieval.
2.1.-Los antecedentes.
De manera un tanto arbitraria, se puede poner la
fecha de la caída del Imperio Romano en occidente en el año 410,
cuando los visigodos, con su rey Alarico al frente, saquean Roma
(Gibbon, 1983:Vol.I, 927)2.
Pero si se prefiere, puede datarse esa caída en el año 476, cuando
Rómulo Augústulo es depuesto por Odoacro, oficial romano de origen
hérulo, convirtiéndose así en el último emperador romano
occidental (Gibbon, 1983:Vol.I, 1073)3
La caída del Imperio Romano va seguida por una
oleada de invasiones "bárbaras", que hasta el siglo VIII
configuran una Europa con unas características ciertamente
caóticas. Genéricamente suelen calificarse a estas invasiones como
germánicas (vándalos, francos, ostrogodos, longobardos,
visigodos...), y las causas remotas de las mismas son de difícil
seguimiento, aunque es fácil pensar que el desencadenante próximo
fue, sin duda, el enorme vacío de poder que el Bajo Imperio Romano
deja tras de sí, así como los (en cierta manera) fallidos intentos
de reconquista de Justiniano. En palabras de Lucien Musset
(Musset, 1967:4)4,
"un movimiento tan prolongado y
tan complejo solamente puede tener causas múltiples".
Entre los siglos VIII y IX se forma, expande y
languidece el Imperio Franco de los Carolingios, con la figura de
Carlomagno recibiendo de la Iglesia el título de Emperador en la Navidad del año 800. La unión entre
Iglesia y poder político creará el nexo de unión entre el
desaparecido Imperio Romano y el aún nonato Sacro Imperio Romano.
"Como
en el país de los griegos no había emperador y estaban bajo el
imperio
de una mujer, le pareció al Papa León y a todos los padres que en
asamblea se encontraban, así como a todo el pueblo cristiano, que
debían dar el nombre de emperador al rey de los francos, Carlos,
que ocupaba Roma, en donde todos los césares habían tenido la
costumbre de residir, así como también Italia, la Galia y
Germania. Habiendo consentido Dios omnipotente colocar estos países
bajo su autoridad, pareció justo, conforme a la solicitud de todo
el pueblo cristiano, que llevase en adelante el título imperial. No
quiso el rey Carlos rechazar esta solicitud, sino que, sometiéndose
con toda humildad a Dios y a los deseos expresados por los prelados
y todo el pueblo cristiano, recibió este título y la consagración
del Papa León. (Annales
Laureshamenses, ann. 800)5
La decadencia de la dinastía carolingia (el
reparto del Imperium
Mundi entre Luis el Germánico, Carlos
el Calvo y Lotario I no ayudó mucho a su pervivencia) dio lugar, de
manera similar a la anterior, a otra oleada de invasiones, tal como
documenta Musset en su libro (Musset,
1968)6.
Pero estas últimas invasiones bárbaras (normandos, sarracenos,
húngaros) introducen elementos novedosos de los que carecieron las
anteriores. Efectivamente, además de crear los problemas de
seguridad habituales en esas situaciones (con sus secuelas
económicas), la segunda oleada invasora tiene un carácter
migratorio estable muy acusado, y se produce una significativa
aportación de sangre nueva que permitirá la construcción
posterior de la Europa medieval. No hay que ver, por tanto, en estas
invasiones más que un problema transitorio, con un indudable
balance positivo a medio plazo. En particular, y pensando en el
objetivo de este Tema, la creación de nuevas ciudades medievales se
verá grandemente influida por estos flujos migratorios. La misma
posición al respecto sostiene el catedrático de Historia Medieval
de la Universidad de Barcelona, Salvador Claramunt,
en sus diferentes libros y también en sus artículos de la gran
obra que coordinó, la "Gran Historia Universal"
(Claramunt, 2000:18 y ss7
, 84 y ss8)
Tras la decadencia Carolingia, será el territorio del Ducado de
Sajonia el que conseguirá triunfar sobre los dos acuciantes
problemas que afectaban a Germania, la desunión interna entre sus
Ducados (la propia Sajonia, junto con Baviera, Suabia, Lorena y
Franconia) y la presión húngara (magiar) desde el exterior. Este
triunfo cristaliza en la ascensión al poder de la dinastía
Otónida, con Otón I coronado en el año 936. Esta renovación del
Imperio contará también con el decidido apoyo de la Iglesia, que
lo consagra Emperador en el año 962.
Con el "Sacro Imperio Romano Germánico"9
así formado, los Otónidas hacen entrar a Europa en la ya plena
Edad Media... bajo una mezcla de costumbres bárbaras y carolingias,
junto con innovaciones revolucionarias (el feudalismo será una de
ellas), y bajo la doble visión laica y religiosa del poder
político, se crea moneda, se impulsan los mercados (que generarán
en muchas ocasiones asentamientos estables, germen de futuras
ciudades), se mejoran las condiciones de vida en antiguas ciudades
romanas (como Ratisbona y Colonia)... Gracias al Sacro Imperio, la
frontera del año Mil es traspasada sin excesivas complicaciones, y
Europa tiene por delante tres siglos de un futuro difícil en muchos
aspectos, pero apasionante en todos ellos.
No hay que olvidar, aunque en este trabajo se cite sólo
marginalmente, que Europa central no vive sola en el mundo, ya que
el Imperio Romano de Oriente sigue su larga marcha (hasta el año
1453, cuando los turcos toman Constantinopla, el mismo año en que
acaba la Guerra de los 100 años en Europa), y que el Islam irrumpe
con fuerza en el panorama histórico europeo, con algunas
repercusiones en el ámbito de este Tema, como, por ejemplo, la
paralización de las rutas comerciales mediterráneas tradicionales.
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2.2.-Los primeros pasos: vasallaje y beneficio.
Según Ganshof
(Ganshof, 1978:41)10
los orígenes del feudalismo
hay que buscarlos inexcusablemente en la desorganización y
decadencia del Imperio Carolingio. La disminución del poder
político de los monarcas hace que se busquen nuevas alternativas
para asegurarse la lealtad de una nobleza no siempre decidida
plenamente a seguir los dictados reales. La crisis económica
crónica de este convulso período se agudiza con la gran
inmigración producida en las últimas invasiones de Europa. Nacen
así, por pura necesidad política y económica, dos instituciones
básicas en el desarrollo del tema que nos ocupa, dado que
vertebrarán completamente el poder político (y a la vez, el
económico) en la Europa plenamente medieval. Aparecen en este
primer escalón real pero muy pronto se usan también en los demás
escalones sociales. Son estas instituciones el vasallaje
y el beneficio.
El vasallaje
es un proceso de adopción y entrega personales, por el que un
hombre libre, a través de un acto público de homenaje
-inicialmente llamado recomendación,
(Ganshof, 1978:26)11,
se declaraba a todos los efectos vasallo de un señor más poderoso
que él. En ese acto se juraba fidelidad y lealtad, y se adquirían
unos compromisos mutuos entre el señor y el vasallo, que debían
cumplirse de manera vitalicia.
"El
siete de los idus de abril, jueves, [AD
1127] los homenajes fueron de nuevo rendidos al conde. En primer
lugar, se hicieron los homenajes de la manera siguiente. El conde
pidió al futuro vasallo si quería convertirse en su hombre sin
reservas, y aquel respondió: “Lo quiero”; después, estando
juntas sus manos entre las del conde, que las apretaba, se aliaron
por un ósculo. En segundo lugar aquel que había hecho el homenaje,
expresó su fidelidad en estos términos: “Prometo en mi fe ser
fiel, a partir de este instante, al conde Guillermo y guardar contra
todos y enteramente mi homenaje, de buena fe y sin engaños.” En
tercer Iugar, juró esto sobre las reliquias de los santos.
Seguidamente, con la vara que tenia en la mano, el conde dio las
investiduras a todos aquellos que, por este pacto, le habían
prometido seguridad, rendido homenaje y al mismo tiempo prestado
juramento." (Galberto
de Brujas: Homenaje y fidelidad al Conde de Flandes, en la Crónica
de la muerte de Carlos el Bueno)12
El principal compromiso adquirido por el vasallo
era el de auxiliar a su señor desde el punto de vista militar
siempre que fuera requerido para ello. A cambio, el señor se
comprometía a darle protección y a favorecer su
estatus económico y social. Esta relación de vasallaje, desde el
punto de vista jurídico era de tipo estrictamente personal, duraba
toda la vida, y era difícilmente rescindible (Ganshof,
1978: 60)13,
salvo felonía de una parte.
El beneficio es
una institución por la que un señor, más o menos poderoso,
entrega una recompensa, normalmente en forma de cesión de un
territorio, a quien le había hecho un servicio, lo cual no
necesariamente implicaba una relación de vasallaje previa.
"En
el nombre de Cristo. A todos nosotros… place, sin que nadie fuerce
nuestro albedrío, sino por propia voluntad, haceros carta de
donación a vos, conde Ramón, hijo del conde Lope, y, en virtud de
ella, os donamos todos nuestros alodios en el pago de Pallars y
villa Baén, tierras, viñas, casas, huertos, árboles, molinos,
aguas, canales: desde Nogaria hasta el lugar que llaman Exdrumunato
o la Portella, desde el bosque de Pentina hasta el oratorio de San
Licerio, y por encima de aquel bosque hasta la fuente llamada de
Llano Tavernario (…) Te donamos, por tanto, todo lo que se halla
dentro de estos términos con integridad completa, por voluntad
expresa nuestra, con el fin de que seáis nuestro señor bueno y
defensor contra todos los hombres de vuestro condado y sea esto
manifiesto a todos, para que desde hoy tengáis potestad. Y si
nosotros o cualquier otro hombre tratara de estorbar el cumplimiento
de lo que aquí se acuerda, pague el duplo y siga en pie el contrato
aquí expuesto. Hecha esta carta de donación el mes de abril, año
XXIII del reinado de Carlos emperador [AD 920]." (Recogido por
Ramon d'Abadal14
en
Catalunya Carolingia, III, Doc nº 132)15
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2.3.-Las
relaciones feudo-vasalláticas.
El vasallaje y el beneficio (llamado posteriormente feu
“bien donado a cambio”, del germánico fehu,
de origen indoeuropeo) nacen de manera independiente, y se reconocen
claramente ya en época merovingia, aunque cabría matizar tanto sus
diferentes formas como los nombres que reciben (Poly,
1983:55)16
La evolución de ambas instituciones se desarrolla en paralelo, es
decir, hay vasallos que no reciben beneficio en sentido estricto, y
hay beneficiados que no son estrictamente vasallos. Pero esta
situación no dura mucho, y ambas instituciones poco a poco adoptan
una relación de uno a uno, y de esa manera un vasallo acaba
recibiendo un feudo de su señor.
Esta unión ya
explícita de ambas instituciones se ve estimulada bien pronto (a
principios del IX) por la monarquía carolingia, que ve en ella la
garantía de la lealtad de la nobleza, que queda “atada” por el
doble vínculo feudo-vasallático, vínculo que se propaga de manera
piramidal desde el rey (que no es vasallo de nadie) hacia abajo en
la jerarquía social. El hecho es tan claro y consolidado que
Ganshof llega a decir que "...nos
parece legítimo emplear la expresión "feudalismo
carolingio"..." (Ganshof,
1978: 41)17
Sin embargo, el establecimiento jurídico de esta
relación feudal llevaba el germen de dos
problemas que a medio plazo generarían importantes tensiones. Ya
desde los primeros momentos, las relaciones feudo-vasalláticas
provocaron un indeseado efecto de alejamiento de los súbditos
respecto a su rey (Hernando,
2000:122-123)18,
ya que su referente económico, militar, judicial... era su señor
feudal y no el propio monarca. A la vez, se produjo la vinculación
hereditaria (Ganshof, 1978:81)19
del feudo, con lo que los señores y sus descendientes iban
perdiendo poco a poco la propiedad de su territorio al no
recuperarla plenamente a la muerte de sus vasallos. Ambos problemas
tendieron a la fragmentación mayor del poder político cuando en
realidad se intentaba establecer vínculos sociales más fuertes.
Estos vínculos fueron fuertes, ciertamente, pero muy "locales",
fijando mucho a la población rural en el territorio y haciéndola
muy dependiente de su señor feudal.
De esta manera y por estas causas, cuando
el imperio carolingio se descompone el vacío de poder que se
produce es ocupado, de forma natural, por los señores feudales, y
la sociedad tiene en la relación feudo-vasallática su principal
elemento vertebrador. El monarca, si bien nominalmente es el que
manda sobre todos sus súbditos, no es nada sin sus señores
feudales.
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2.4.-Diferentes procesos de feudalización.
La "linealidad" de lo expuesto hasta
aquí no debe hacer pensar que el proceso de feudalización fuese ni
simultáneo ni homogéneo. La descripción hecha anteriormente es
especialmente cierta en la Francia de los Capetos,
sucesores de los Carolingios, pero en otras zonas de Europa el
feudalismo no llegó a desarrollarse ni a la vez ni de la misma
manera.
En Inglaterra no aparece hasta la conquista por
el Duque de Normandía en 1066, en Alemania los descendientes de
Otón no pierden tan fácilmente el control del poder político
(además de crear un feudalismo “eclesiástico” más
obediente/controlable), en Italia del sur el feudalismo también es
relativamente tardío como en Inglaterra, en el sur de Francia y en
Catalunya el proceso de feudalización
pasa primero por una etapa de ruptura del poder condal respecto al
poder del rey, y luego es cuando se produce la feudalización,... y
el caso más llamativo quizás sea el de los reinos cristianos de la
península ibérica, que en su empresa de reconquista del territorio
no llegan a crear un feudalismo digno de tal nombre.
El sistema feudal así creado, además de
expandirse territorialmente evoluciona en cuanto a sus contenidos y
firmeza jurídica, y se entra a partir del siglo X en una etapa que
se puede calificar de "feudalismo clásico" (Ganshof,
1978:105-108)20.
Algunos autores afirman que el vínculo feudal deriva claramente
hacia posiciones ligadas estrictamente al beneficio, debilitándose
así la componente vasallática del feudo (Poly,
1983:79-85)21
: el servicio queda pospuesto y matizado según sea el beneficio.
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2.5.-El sistema feudal y los tres estados.
Además del sistema feudal establecido como se ha visto, el otro
gran elemento vertebrador de la sociedad medieval es la existencia
de los tres estados de la sociedad: clérigos, nobles y
trabajadores.
Clérigos: los
de más alta jerarquía se integran claramente en el sistema feudal,
y pueden considerarse en la práctica señores nobles, a diferencia
de los clérigos de a pie. La iglesia no queda al margen del proceso
de feudalización, y las relaciones nobleza-iglesia son bien
estrechas (Hernando, 2000:125)22
: el señor hace la investidura de los obispos (hasta el concordato
de Worms, 1122), los cuales se convierten en sus vasallos, nombran
directamente a los abades (o ellos mismos adoptan ese cargo
eclesial), las parroquias y los monasterios se consideran patrimonio
incorporado al feudo... todo ello hace que la iglesia sufra de un
laicismo exagerado, nada ejemplar, y no es raro que pase por una
fase de gran decadencia espiritual, que desembocará en diversos
movimientos de regeneración eclesiástica (Cluny, Cister).
Nobles:
dedicados esencialmente al oficio militar, son la clase arquetípica
del poder feudal.
Trabajadores:
esencialmente agricultores, libres o siervos (ligados a la tierra),
todos dependen del señor de su territorio.
La economía del feudo, agrícola por excelencia,
se organizaba a partir de grandes propiedades señoriales,
subdivididas en parcelas (tenencias o masías, del latín manere,
habitar) asignadas a los campesinos, y en una parte que el señor
controlaba y explotaba directamente, el mansus
indominicatus, que normalmente eran
las mejores tierras de cultivo (Hernando,
2000:129)23
(Dutour, 2004:103)24.
Las tenencias campesinas tendían a ser más bien pequeñas
explotaciones familiares (en sentido amplio), solamente de algunas
hectáreas. Su régimen jurídico era de dos tipos, la tenencia
libre y la servil, llamadas así por el estatus jurídico de sus
tenientes. El sistema señorial de explotación del feudo ata al
campesino a la tierra de múltiples maneras, de tal forma que sólo
una pequeña fracción de ellos pueden considerarse autónomos del
sistema del señorío.
Los campesinos, a cambio del usufructo de la
tierra, pagaban una renta anual al señor feudal, inicialmente en
especie pero pronto se les obliga a que lo
hagan en metálico para permitir al señor feudal la compra directa
de los bienes que necesitaba. Al pasar del pago en especie al pago
en metálico se genera un importante cambio en el sentido de
aumentar la masa monetaria circulante, que impulsa el comercio y la
industria, y permite una recuperación de la vida urbana no tan
ligada ya a los aspectos económicos estrictamente agrícolas.
La aparición de los
comerciantes y la generalización de sus actividades nutre los
mercados con productos agrícolas pero también proto-industriales.
Muchos de esos comerciantes acaban estableciéndose en las ciudades,
en las que sus productos tienen fácil salida, y empezarán a
configurar un poder en cierta manera contrapuesto al del medio
rural.
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3.-Las ciudades medievales.
3.1.-Los cambios económicos y la revitalización
urbana.
El éxito (relativo, ya que siempre se está un
tanto "en el límite" en el sentido económico) de la
organización socioeconómica de la Europa Medieval, claramente
visible a finales del siglo X, produce una
reactivación económica general.
Como siempre sucede ante un cambio tan
importante, pueden identificarse muchas causas, ninguna decisiva
pero todas imprescindibles. Un mejor clima, unos avances
tecnológicos agrícolas brillantes (arado con vertedera, cambio
esencial del sistema de tiro del caballo, que pasa al pecho,
aprovechamiento intensivo y variado de la energía hidráulica y en
algunas zonas, eólica...), desaparición del fenómeno de las
invasiones o migraciones importantes, estabilización de las
instituciones feudales a las que la población se acostumbra,
aparición de movimientos regeneradores espirituales, aumento de la
población... (Hernando, 2000:132)25
El excedente agrícola
que así se va produciendo se incorpora a los mercados, impulsados
por un incipiente comercio (Pirenne,
2005:90)26,
que, si bien limitado por unas deficientes comunicaciones, tiene a
su favor los bajos precios iniciales. Los mercados y ferias se hacen
muy numerosos en toda Europa, y se observa que muchas veces sus
ubicaciones se hacen a lo largo las antiguas rutas romanas, y a lo
largo de las rutas fluviales, que impulsaron enormemente el tráfico
de mercancías por su baratura y accesibilidad. La agricultura
excedentaria y el comercio incipiente favorecen la aparición de una
pequeña pero potente industria, inicialmente relacionada con la
agricultura propiamente dicha, pero que rápidamente diversifica sus
productos.
Esta triple revolución económica (agrícola,
comercial, industrial) necesita para mantenerse y colocar sus
producciones una concentración poblacional que sólo puede darse en
las ciudades. De esta manera, las ciudades medievales ya creadas
conocen un auge importante, y aparecen otras nuevas. Pero debe
observarse que la ciudad nace y/o se desarrolla de una manera
profundamente ligada al campo, tanto por su origen poblacional como
por el origen de su necesario abastecimiento (Asenjo,
1996:12, 30)27.
Un autor como Dutour llega a hablar de "El
vínculo íntimo de las ciudades con un país interior aldeano"
(Dutour, 2004:168)28
e insiste mucho en esta idea de unión y relación entre el campo y
la ciudad, uno de cuyos máximos exponentes es el fenómeno del
crédito (en sus múltiples variantes) por el cual la ciudad
financia al campo, del cual, a su vez, se nutre (Dutour,
2004:154-155)29.
En ambas tipologías (antiguas y nuevas ciudades) se observa el
fenómeno de la concentración en burgos o barrios de los mercaderes
y artesanos de un mismo producto. Estos burgos, alentados por una
mayor capacidad de acción jurídica (comparada con la sociedad
rural), evolucionan fuerte y rápidamente, apareciendo una nueva
clase social, la burguesa, que no tarda en hacerse con el control de
las ciudades, en las que el feudalismo empieza su desgaste, por no
decir su decadencia. Hay que señalar que los artesanos, con sus
demandas de bienes, servicios, materias primas... fueron un motor de
desarrollo urbano que en muchas ocasiones es superior al generado
por el comercio propiamente dicho (Asenjo, 1996:12)30.
Así pues, las ciudades (que tuvieron una general decadencia en los
siglos V al X, con todas las excepciones que sean necesarias), se
reaniman fuertemente en todos los aspectos. El desarrollo
cronológico de las ciudades no es uniforme, su crecimiento es unas
veces espontáneo, otras impulsado por los intereses económicos
señoriales o eclesiales, sus ubicaciones responden a muchos
factores diferentes... pero en todas ellas se detecta claramente la
aparición de una nueva clase social, en muchos casos transformada o
derivada de la campesina, pero ya no ligada a la tierra (ni a sus
usos y costumbres), que en cierta manera empiezan a entrar en
conflicto con la organización feudal de la sociedad.
Hay que decir que esta visión de la Historia
(Pirenne, 2005:90 y ss)31en
la que las ciudades medievales nacen gracias al resurgir comercial,
empujado por los comerciantes ambulantes que recuperan antiguas
rutas comerciales y van asentándose permanentemente en puntos
claves del territorio, hay que matizarla bastante (Julià,
2000:179)32,
(Asenjo, 1996:22)33
en el sentido de que habían previamente muchas ciudades con un
funcionamiento comercial pujante a pesar de las dificultades
sufridas, y que las rutas comerciales importantes nunca llegaron a
estar cerradas del todo. Además puede añadirse que influyeron de
manera decisiva muchos otros factores, además del comercial. Por
ejemplo, la aristocracia rural, cada vez más rica, tuvo necesidad
de capitalizar las rentas obtenidas, capitalización que era más
factible en un entorno urbano en vez de rural.
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3.2.-Tipologías urbanas medievales.
Para entender mejor el
crecimiento y desarrollo de las ciudades medievales, puede hacerse
un resumen de sus tipologías más frecuentes. Es evidente que, como
toda clasificación que pueda pensarse, no es un esquema válido
para toda Europa, ya que los desarrollos urbanos fueron muy
variados. Sin embargo, puede ser muy orientador este acercamiento a
las tipologías urbanas, las cuales condicionarán el uso y la
evolución posterior. Muchos autores (Pierre Lavedan, por ejemplo)
han tratado este tema, que está siempre en revisión (Asenjo,
1996:14)34
y que se considera complejo (Jehel,
1999:221)35.
1-Ciudades
"romanas": clásica
simbiosis entre la urbs
y el territorium,
languidecen con la decadencia del Bajo Imperio Romano, pero desde el
siglo XI evolucionan hacia el concepto que entendemos actual de
ciudad. Narbona, Londres, Colonia, Barcelona son ejemplos de este
tipo
Algunas ciudades de esta categoría no modifican
su estructura, conservan sus murallas, mantienen el trazado
ortogonal del cardo
y el decumanus...
puede decirse que "crecen hacia dentro de ellas", como
Colonia hizo, por ejemplo.
Otras “crecen hacia fuera”, y
aparecen el faubourg,
la vilanova...
nombres que indican claramente su génesis. Llegan incluso a
separarse, en su crecimiento, del núcleo inicial, al que
literalmente desbordan. Narbona y Béziers lo hicieron así.
Sin llegar a separarse
del todo, otras ciudades crecieron alrededor de un núcleo original,
creando estructuras urbanas crecientes a su alrededor. Barcelona es
un buen ejemplo, con la construcción de la muralla nueva englobando
todo el territorio ampliado, por Pedro III el Ceremonioso en 1359.
2-Ciudades "espontáneas": de nueva creación, originadas de
forma espontánea a partir del siglo X, sobre una “semilla”
poblacional o territorial. Oxford y Perpinyà son ejemplos claros.
Algunas ciudades alemanas se originaron de esta manera por el
asentamiento, un tanto al azar, de grupos étnicos provenientes de
las anteriores invasiones.
Este tipo de ciudades pueden nacer a partir de una “semilla”
rural (trabajadores que se unen para una mejor subsistencia), o
“señorial”, alrededor de un castillo, donde espontáneamente se
agrupa una población que busca amparo y protección, o “monástica”,
a partir de un centro religioso, por los mismos motivos de
protección y seguridad.
3-Ciudades "creadas": son también de nueva creación pero
impulsadas claramente por el poder civil o religioso, con fines
económicos o de repoblaciones con fines defensivos. Curiosamente,
no son las de mejor trazado, por la rapidez con la que crecen, como
Magdeburgo y Munich.
Quizás el factor común de todas ellas sea su “centro”,
concepto urbano que ha llegado claramente hasta nuestros días.
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3.3.-Sentimiento
urbano de la población.
En cuanto al número de los pobladores de las
ciudades medievales, resulta difícil establecer su número con
alguna verosimilitud, ya que no hubo censos antes del XVI. Se han
hecho diferentes estimaciones, (Asenjo,
1996:19)36
más bien a finales del período. Así, por ejemplo, se estima que
en el siglo XIV Milán tenía 100000 habitantes, París 90000,
Londres 50000, Barcelona 35000, Valencia 20000,... pero no es fácil
acercarse a unos valores aceptablemente ciertos.
La población global europea sí dispone de
mejores estimaciones, evolucionando desde los 40 millones de
habitantes en el año Mil y los 73 millones del año 1300, pero ello
no quiere decir que las ciudades creciesen siempre en esa
proporción, ya que la mayoría de la población (se estima entre el
60 y el 90%, según zonas) vivía en el medio rural (Dutour,
2004:108-111)37.
Pero en cualquier caso, sean cuales sean las cifras, la población
urbana no es despreciable en número, ni mucho menos en actividad...
Lo más característico que conforma el
“sentimiento urbano” de la población de las ciudades,
y que las diferencia claramente del mundo rural, es su sentido de
pertenencia al burgo. Así como un campesino pobre no se siente nada
unido (aunque sí atado) a una tierra en la que simplemente
subsiste, un habitante del burgo se siente unido a su núcleo
territorial y poblacional, generándose así un importante
movimiento de identidad en los ciudadanos.
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3.4.-Poder
comunal y poder feudal. Simbiosis y coexistencia.
Ese sentimiento de
identidad solidaria generado en las ciudades conduce, de manera
pronta e inevitable, a la búsqueda de una defensa en común de
libertades, prerrogativas y derechos adquiridos frente al poder
político feudal, que –como veremos- mantiene una actitud que
puede ser calificada de ambivalente ante el fenómeno social que
está apareciendo en las ciudades.
En esa pugna (inicialmente,
muy dura) entre el poder comunal de los ciudadanos y el poder feudal
establecido, este último no sale perdedor casi nunca, pero no deja
de ir haciendo concesiones, inevitablemente. De esta manera se
produce un fenómeno inesperado, ya que el poder comunal (Asenjo,
1996:37-39)38
ciudadano pasa, en cierta manera, a convertirse a su vez en otro
poder de tipo público, en paralelo con el feudal, con el que
mantendrán relaciones no siempre tirantes. La "lógica"
feudal no desaparece en las ciudades, sino que coexiste con otras
maneras de pensar, incipientes, pero pujantes.
En el mejor de los
casos, en esa búsqueda de la emancipación y el autogobierno, las
ciudades conseguían una “carta comunal” otorgada por el poder
feudal con la que, estableciendo una serie de derechos y
obligaciones, se estaban sentando las bases de una cierta autonomía
de la ciudad. Esta autonomía no es ni mucho menos homogénea en
todas las ciudades medievales, y posiblemente el mayor grado de la
misma se dio en las ciudades del norte de Italia.
El gobierno de las
ciudades (Consejos, Magistrados,...) siempre tuvo muy presente la
gran influencia de las asociaciones ciudadanas (cofradías,
fraternidades, corporaciones, gremios...) . En realidad, este alto
grado de asociacionismo explica, en parte, el relativo éxito que
las ciudades medievales tuvieron en sus movimientos comunales hacia
la autonomía y hacia la creación de un poder propio.
Pero, como muchas veces sucede en la Historia,
este movimiento llevaba en sí el germen de graves problemas
(Julià, 2000:201)39.
Cuanto más avanza una ciudad desde el punto de vista económico,
más fuertemente aparece el fenómeno social de los grupos
privilegiados, que poco a poco rompen la homogeneidad y el consenso
burgués imperante hasta el momento. A partir del siglo XIII
(Dutour, 2004:191 y ss)40
las oligarquías ciudadanas (banqueros, comerciantes importantes,
magistrados,...) están firmemente establecidas (Asenjo,
1996:30-33 y 54-58)41,
y lo que empezó claramente como un movimiento social popular y
espontáneo perdió definitivamente esas cualidades, reproduciéndose
en las ciudades, paradójicamente, unas situaciones jerárquicas de
poder excesivo, de transmisión hereditaria de ese poder (económico
esencialmente, y por tanto, político), que recordaban fuertemente
las características del poder feudal contra el que inicialmente se
enfrentó la burguesía.
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3.5.-La gran crisis bajomedieval. Repercusiones en la
ciudad y en el campo.
A finales del siglo
XIII y sobre todo en los principios del siglo XIV, la situación
europea empeora rápidamente. Las grandes epidemias de peste, con
todas sus implicaciones sicológicas, y la terrorífica –por
devastadora- Guerra de los 100 años42
hacen aparecer el hambre en sentido estricto entre la población
(Sarasa, 1991:41-42)43.
Las ciudades lo soportan peor que el medio rural
(este sufre un proceso de despoblamiento que acentúa los problemas
de abastecimiento a las ciudades) , y las revueltas populares
ciudadanas se generalizan en casi toda Europa.
El “punto de no retorno”
(Julià, 2000:293)44
en los problemas de la Baja Edad Media cabe ponerlo, siempre de
manera un tanto arbitraria, en las desastrosas cosechas
cerealísticas de la segunda década del siglo XIV, con las que
Europa entra en una época realmente difícil. El hambre –con
algunos altibajos a finales del XIV- campa a sus anchas por Europa,
y las ciudades se enfrentan a una situación de la que les costará
salir.
Si se suman el hambre,
la peste y la guerra, el Apocalipsis parece haberse asentado en
Europa...
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3.6.-El
fin de la crisis. Ciudades
y campo, dos caras de una misma modernidad.
En las primeras décadas del S. XV
empieza a superarse la crisis, especialmente en las zonas de las que
se va alejando la guerra. En pocas décadas la situación europea
cambia radicalmente (en 1453 acaba la Guerra de los 100 años, el
mismo año en que los turcos toman Constantinopla), y, en
particular, la demografía se recupera hasta los niveles anteriores,
con todas las consecuencias económicas que ello conlleva.
En esta recuperación, que
tiene lugar en todas las facetas del quehacer del hombre y que hemos
convenido en llamar “rinascita”, El Renacimiento, la evolución
de las ciudades y del feudalismo ya ha tomado un rumbo imparable
hacia la modernidad (Pérez, 1991:14)45.
La reconstrucción del mundo rural,
con la progresiva desaparición de la servidumbre de la gleba y la
libertad jurídica incipiente asociada, (Pérez,
1991:19)46
se aúna con el papel de las
ciudades como “motor” de la civilización, y en esta doble cara
de la modernidad, en palabras de Herder, “...la
larga noche eterna empezó a iluminarse con las primeras luces del
alba.... se comenzó a pensar como nosotros pensamos hoy.”
(Pérez, 1991:3)47
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4.-Feudalismo,
ciudades e historiografía.
4.1.-El positivismo histórico, origen de la discusión.
Desde su nacimiento, sea este cuando fuere, las Ciencias Sociales
trataron de parecerse a las ciencias positivas. Cuando Maquiavelo,
en el siglo XV, escribe "El Príncipe", no está haciendo
más que decir que la vida política es susceptible de ser
estudiada, analizada, diseccionada... de forma objetiva. Petty, en
el Siglo XVIII, analiza cómo las sociedades se enriquecen, y lo
hace de forma positivista "avant la lettre". Locke, en ese
mismo siglo, afirma que la naturaleza del hombre y su acciones
sociales mantienen una relación causa / efecto, perfectamente
estudiable. En su libro "La riqueza de las naciones", Adam
Smith describe un "orden natural" que determina las
relaciones de producción económica. Augusto Compte, en Siglo XIX,
hace de la sociología una disciplina científica, ya separada de la
metafísica y de la religión...
Este positivismo da paso a otras corrientes de
pensamiento, que se posicionan de maneras diferentes ante el hecho
histórico. El marxismo, por ejemplo, basándose en el materialismo
histórico de manera un tanto simplista (visto desde aquí y desde
ahora, naturalmente) cree explicar la Historia de una manera
claramente determinista y, por tanto, "científica". Viene
al caso recordar una famosa frase de Marx relativa al periodo
medieval que hemos estudiado: "El
molino manual trae la sociedad feudal; el molino de vapor, la
sociedad capitalista industrial” (K.
Marx: La miseria de la filosofía, II, 1)48.
Este determinismo histórico, basándose en gran medida en la
tecnología como causa de los cambios esenciales, deja de lado la
multiplicidad de razones, motivos y circunstancias que han
conformado el devenir histórico. Sus interpretaciones son
"cómodas", indudablemente, pero reduccionistas
generalmente.
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4.2.-La Escuela de los Annales.
Un tanto como reacción a las posiciones
historiográficas del Siglo XIX, marxistas
o liberales, nace a finales de la segunda década del Siglo XX la
llamada Escuela de los Annales49,
con figuras como Marc Bloch ("La sociedad feudal") y
Lucien Febvre. Desde el punto de vista de esta Escuela, la Historia
debe abordarse de una manera integrada, sintética, desde el punto
de vista de las mentalidades, englobando los aspectos económicos,
sicológicos, culturales,...
Más recientemente, Le Goff y Duby unen en sus obras, de una gran
influencia entre los historiadores medievalistas actuales, la
economía, la sociología, la lucha de clases y las mentalidades
como argamasa que lo impregna todo. Braudel insiste en esta
unificación de enfoques para enfrentarse a la Historia, y añade su
concepción de los diferentes tiempos históricos, que le permite
interpretar y enmarcar correctamente los cambios lentos, en
contraposición con los hechos del día a día, vertiginosos
siempre.
No obstante lo anterior, la metodología marxista
ha hecho importantes contribuciones al estudio de la
Edad Media durante el Siglo XX, citándose frecuentemente a Dobb,
Hilton y Wallerstein50.
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4.3.-La
Baja Edad Media, vista desde el S. XIX o desde el S. XX.
Así pues, las diferentes corrientes
historiográficas de los siglos recientes han conducido a diferentes
explicaciones e interpretaciones sobre los procesos urbanos y
feudales ocurridos en la Baja Edad Media. Ya hemos visto
en
otro apartado de este Tema
cómo se veían las cosas desde la historiografía burguesa del
Siglo XIX, representada por ejemplo por Henri Pirenne
en su ya citada obra "Las ciudades de la Edad Media".
Podemos ver ahora cómo opina algún autor del Siglo XX, desde otro
posicionamiento epistemológico... Por ejemplo, uno que se ha citado
en el punto anterior, Rodney Hilton, una
figura central en el debate marxista (impulsado por Dobb) sobre la
transición del feudalismo al capitalismo.
Hilton critica las
posiciones sobre la expansión urbana basadas estrictamente en los
posicionamientos del Siglo XIX que hemos visto anteriormente. Afirma
que la dualidad antagónica ciudad / sistema feudal es más propia
de un sociólogo que de un historiador, y critica también, aunque
menos, la visión de Pirenne que ya hemos
comentado, del que dice que "personalmente,
creo que Pirenne demostró que era muy buen historiador exponiendo
esas ideas, pero que, después de él, mucha gente ha abusado de
esta concepción". (Hilton, 1991:
10)51.
Según Hilton, el
problema metodológico de los otros posicionamientos ha consistido
esencialmente en no buscar realmente los elementos estructurales en
las ciudades que pudieran poner de relieve la presencia feudal en
ella, elementos tanto ideológicos como sociales y económicos. En
cambio, Hilton, textualmente, pretende encontrar "...cuáles
son las relaciones entre el feudalismo y las ciudades... las
ciudades, en la Edad media, ¿eran agentes que llevaban al
capitalismo y a la destrucción del feudalismo?"
(Hilton, 1991:11)52
La contestación de Hilton
a sus preguntas se inicia cuando dice detectar tanto en el sistema
feudal rural como en las propias ciudades, un mismo sistema de
producción: en el medio rural, basado en las unidades familiares;
en el medio urbano, basado en las familias menestrales. Ambas
maneras de producir más allá ya de la mera subsistencia inyectan a
sus respectivos sistemas dinero en efectivo, ya que sus señores así
lo necesitan y exigen. Este dinero circulante lo mueve esencialmente
el mercado, punto de unión entre la ciudad y el campo, lo que hace
que ambas visiones del feudalismo, la que se ve desde la ciudad y la
que se ve desde el medio rural tiendan a una cierta convergencia, y
más aún cuando se considera que los señores feudales tienen un
gran interés en estimular esta situación, que les beneficia
claramente. Concluye pues Hilton afirmando que "...en
la mayoría de estas ciudades... había un elemento de
independencia, pero un elemento que al fin y al cabo se inscribía
en una función definitivamente feudal."
(Hilton, 1991:20)53
Hilton aún encuentra
más puntos de convergencia entre la ciudad y el campo cuando afirma
que los menestrales de las ciudades se organizaron como los payeses
de los feudos rurales. Por tanto, la incorporación de nuevos
habitantes a las ciudades provenientes del medio rural se hacía
realmente sin cambiar las estructuras que ya conocían, si bien
desarrolladas en entornos diferentes con características propias.
En particular, sobre este punto de las estructuras de poder en la
ciudad y en el campo, Hilton dice que "......había
la misma distancia entre el burgués comerciante y el menestral que
entre el propietario territorial feudal y el campesino."
(Hilton, 1991: 32)54
Ante el hecho de la aparente creación de capital
sobrante para invertir, hecho que se produce en las ciudades con los
grandes comerciantes, Hilton afirma que es
cierto que fue así, pero que ese capital jamás se invirtió en
producción, lo que es idéntico a lo que pasaba en el sistema
feudal rural, en el que la rentas del señorío no se invertía en
más producción en sus dominios. Si no se produjo el fenómeno de
inversión en producción tampoco en las ciudades, fue, según
Hilton, porque "...los grandes
comerciantes... tenían un punto de vista económico y social muy
próximo al de los señores feudales..."
(Hilton, 1991:34)55,
tan próximo que las relaciones entre los señores feudales y los
comerciantes se estrecharon enormemente, con compras importantes, y,
sobre todo, la aparición del fenómeno del préstamo de dinero que
el comerciante hacía al señor feudal necesitado de efectivo. Por
tanto, Hilton concluye que entre las clases gobernantes de las
ciudades y los señores feudales no hubo realmente conflicto, sino
confluencia de intereses.
Así pues, desde este punto de vista que se ha
ejemplificado con Hilton, no hubo
demasiado conflicto entre las ciudades medievales y el sistema
feudal, las clases dirigentes que empiezan a manejar capital
importante están fuertemente integradas en la concepción feudal,
las estructuras de producción son en el fondo las mismas en ambas
sociedades, y, en definitiva, las ciudades son calificadas por
Hilton como "conformistas con el feudalismo". (Hilton,
1991:41)56
No cabe duda de que nos encontramos con una visión de las cosas
bien diferente de la presentada por la historiografía más
"tradicional", que presentaba, como ya vimos, un conflicto
esencial entre las ciudades y el feudalismo.
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5.-Finale.
Las ciudades han sido, a lo largo de la Historia, un fiel reflejo de
la sociedad que las crea y las habita, reflejándose en ellas en
gran medida los avatares históricos más representativos de su
época. Su nacimiento y desarrollo se debió a una serie de causas
imbricadas entre sí, y su influjo y conexión con el resto del
territorio han sido una constante en su andadura. A partir del
feudalismo, y no siempre en su contra, la población de las ciudades
generó nuevas formas de comportamiento y usos sociales,
característica que, desde la Edad Media, seguimos reconociendo en
nuestras ciudades actuales.
Desde nuestro punto de vista más reciente, las
ciudades han representado diferentes papeles históricos. Para la
historiografía más tradicional, liberal y burguesa, del Siglo XIX
(con autores como Pirenne, ya citado)57,
la ciudad medieval fue el necesario y conveniente contrapeso del
poder feudal, al que se enfrenta, desgasta y vence, con un claro
avance del progreso de la libertad personal y colectiva. Desde el
punto de vista marxista, (como el de Hilton,
ya citado)58,
la ciudad es la cuna y el crisol de la lucha de clases, que enfrenta
al ciudadano contra el señor feudal y emprende así la transición
desde los modos de producción feudales hacia los capitalistas. En
la actualidad, se detecta entre los historiadores (como por ejemplo
Dutour, ya citado)59
una posición un tanto ecléctica entre las anteriores, en la que se
trata a la ciudad como un continuum
del entorno, globalizando su estudio en el marco general de las
realidades económicas y sociales del momento.
En gran medida podemos considerar que la ciudad
medieval se ha prolongado hasta nuestros días, tanto por su trazado
–en muchas zonas, inalterado en la práctica- como en sus usos y,
sobre todo, en su papel de “motor social”, lugar donde se gestan
cambios y nuevas mentalidades. Cuando
paseamos por algunas calles del centro histórico de nuestras
ciudades actuales, la brújula que guía nuestros pasos está
orientada todavía por algún impulso medieval.
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José Carlos Vilches Peña,
En Vielha, Aran,
a 20 de noviembre de 2006.
6.-Bibliografía usada y citada.
Se relacionan a continuación los libros usados para diseñar,
estructurar y documentar el trabajo. Se ponen en el orden en el que
aparecen citados por primera vez en el texto, en vez del
acostumbrado orden alfabético, para que pueda verse su
secuenciación cronológica y la evolución del propio trabajo:
1.-LADERO QUESADA, M.A., Historia Universal. Edad Media, II,
Barcelona, 2004.
2.-GANSHOF, F.L., El feudalismo, Ed. Ariel, Barcelona, 1978.
3.-GIBBON, E., Histoire du déclin et de la chute de l'empire
romain, Ed. Robert Laffont, París, 1983.
4.-MUSSET, L., Las invasiones. Las oleadas germánicas, Ed. Labor,
Barcelona, 1967
5.-MUSSET, L., Las invasiones. El segundo asalto contra la Europa
Cristiana, Ed. Labor, Barcelona, 1968
6.-CLARAMUNT, S., Les invasions del segle V. Els regnes germànics,
en Gran Història Universal, Vol. 2, Ed. 62, Barcelona, 2000
7.-CLARAMUNT,
S., Els Imperis Carolingi i Otónic. Les
últimes invasions., en Gran Història Universal, Vol. 2, Ed. 62,
Barcelona, 2000
8.-POLY, J.P. y BOURNAZEL, E., El cambio feudal (Siglos X-XII), Ed.
Labor, Barcelona, 1983
9.-HERNANDO, J., El canvi feudal, en Gran Història Universal, Ed.
62, Barcelona, 2000.
10.-PIRENNE, H., Las ciudades medievales, Alianza Editorial, Madrid,
2005.
11.-ASENJO, M., Las ciudades en el Occidente Medieval, Arco Libros,
Madrid, 1996.
12.-DUTOUR, T., La ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa
urbana, Paidós, Barcelona, 2004.
13.-JULIÀ, J.R., La renovació del comerç i el resorgiment de la
vida urbana, en Gran Història Universal, Ed. 62, Barcelona, 2000.
14.-JEHEL, G. y RACINET, P., La ciudad medieval. Del Occidente
cristiano al Oriente musulmán (siglos V-XV), Ed. Omega, Barcelona,
1999.
15.-SARASA, E., Las claves de las crisis en la Baja Edad Media,
Planeta, Barcelona, 1991.
16.-PÉREZ, M.A., Las claves de la Historia Renacentista, Ed.
Planeta, Barcelona, 1991
17.-HILTON, R., Les ciutats medievals, L'Avenç, Barcelona, 1989.
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