1.-Introducción.
1.1.-El
propósito de este trabajo. La elección del tema.
1.2.-El
marco general. Los contextos.
1.3.-El
Arte en su contexto.
2.-(Neo)Clasicismo
y Romanticismo.
3.-Realismo
e Impresionismo.
4.-El
confuso fin de siglo. Huidas varias.
5.-A
modo de conclusión.
6.-Biblio
y webgrafía.
1.-Introducción.
1.1.-El
propósito de este trabajo. La elección del tema.
En la PAC3 de la asignatura de Historia del Arte Universal II se nos
propone trazar una panorámica a través del largo Siglo XIX sobre el
tema bien de la figura humana, bien del paisaje, trazando su
desarrollo en la pintura en los distintos movimientos artísticos que
en ese período tuvieron lugar: Neoclasicismo, Romanticismo,
Realismo, Impresionismo y Simbolismo.
La elección ha recaído en el tema del paisaje por diferentes
motivos, que podemos esbozar mínimamente a continuación. En primer
lugar, habiendo estudiado en un trabajo anterior el tema de la
pintura barroca en Flandes y Holanda1,
recordamos que el tema del paisaje fue un punto importante en ese
estudio. Así, el interés por el paisaje se “despertó” de nuevo
(si es que alguna vez estuvo dormido...) y dado que se nos propone
darle continuidad (tras el paréntesis del Rococó) nos ha parecido
conveniente escogerlo. En segundo lugar, desde un punto de vista muy
personal, me encuentro en estos momentos más cómodo tratando un
tema menos “humano” y que además, excluye el ámbito de la
estatuaria, con el que nunca me he entendido demasiado bien... Y en
tercer lugar, hay una predisposición natural hacia la contemplación
del paisaje, tanto natural como transformado, que me inclina al
estudio de ese paisaje en una época, el Siglo XIX, que ya nos es
relativamente cercana.
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1.2.-El
marco general. Los contextos.
Cuando hablamos del
Siglo XIX hay que entenderlo como un siglo largo2,
en el mismo sentido que lo hace Hobsbawmr2.
Sus límites temporales “reales” se desbordan del marco
estrictamente cronológico, y así decimos que es un siglo que
empieza en la Revolución Francesa (1789) y acaba con el inicio de la
1ª Guerra mundial (1914). Evidentemente, no todos los historiadores
están de acuerdo con Hobsbawm (sobre todo por el acortamiento que
supone del Siglo XX) pero para el estudio de los cinco movimientos
artísticos propuestos son unos márgenes que permiten moverse
cómodamente. En esos 125 años se pueden distinguir claramente tres
etapas, de las que haremos una breve panorámica a continuación,
sobre todo para que posteriormente podamos poner en relación el
contexto histórico con la producción artística general de cada una
de esas etapas en concreto.
①La
primera etapar3,
que puede denominarse revolucionaria,
empieza con dos revoluciones claves en la historia occidental (en
sentido amplio), la francesa y la norteamericana, anterior a la
francesa. De motivaciones, desarrollo y consecuencias muy diferentes,
no cabe duda que abren3
el período histórico que sigue al (relativamente) estable siglo
XVIII. El período se cierra con el inicior4
de otra gran revolución, la de 1848, que prácticamente se produjo
simultáneamente en toda Europa, y que a pesar de su virulencia, duró
en realidad apenas dos años4,
por lo que sirve perfectamente como punto de referencia, de bisagra
entre dos etapas diferenciadas. Y durante todo ese período tuvo
lugar otra revolución no menos importante, la que llamamos
“revolución industrial”, nacida en Inglaterra, pero que
rápidamente impregnó toda la sociedad occidental con lo que sería
una nueva manera de enfrentarse a los temas energéticos, de
producción, económicos, de transporte... La industria, tal como la
conocemos ahora, nace en esta primera mitad del Siglo XIX. Y ese
mundo industrial recién nacido conlleva en sí mismo el germen de
otra de las revoluciones que estallarán más tarde... así, en 1848
se publica la obra de dos alemanes en el exilio londinense, Karl Marx
y Friedrich Engels, Manifiesto
del Partido Comunista.
La sociedad
occidental sufre en este medio siglo lo que quizás haya sido la
mayor transformación acaecida en toda su historia5.
Una transformación que evidentemente no fue ni geográficamente
general (habría que hablar esencialmente de Francia e Inglaterra) ni
ideológicamente igualitaria. La industria, con sus necesidades de
dinero abundante para la inversión necesaria, acuña el término
“capitalista”, lo más alejado de la igualdad que pueda
imaginarse, y del que aún hoy se sufren las consecuencias. Tampoco
fue una transformación que aportase más libertad, por más que se
pueda decir que fue “liberal”, aunque en el sentido más
peyorativo del término. Y la fraternidad no salió demasiado bien
librada, con la emergencia de una clase media, burguesa, que se
desvincula rápidamente de lo que se denominará posteriormente “la
clase proletaria”. Así, el lema de la Revolución Francesa de
igualdad, libertad y fraternidad no tiene continuidad en esta etapa,
que en realidad ve imponerse la idea del capitalismo, cuyo objetivo
esencial es el desarrollo del beneficio individual frente al
colectivo. En paralelo, se va desarrollando también -como ya hemos
comentado- la ideología que acabará posteriormente por ser la
única capaz de plantar cara -no de manera indefinida ni exitosa,
todo hay que decirlo- al capitalismo.
➁La
segunda etapa a considerar en estos años del Siglo XIX es la que se
desarrolla entre 1848 y 1873/75.
Ya hemos comentado que se abre con la oleada de revoluciones que en
Europa -pero también fuera de ella- logran hacerse con el poder de
manera rápida y prácticamente simultánea. Iniciada la serie de
revoluciones locales con la de Francia, pronto se extienden a Berlín,
Viena, Hungría, Milán... Su éxito aparentemente es total, pero el
fortísimo peso del conservadurismo burgués (y campesino, en
realidad...) hizo que en muy poco tiempo los regímenes políticos
establecidos en el 1848 volvieran a estar plenamente vigentes6.
Tratándose, como se trataron, de revoluciones de un cariz netamente
social, llevadas a cabo en su núcleo por la clase trabajadora más
desfavorecida, tuvieron en contra no sólo a los partidos más
conservadores -lo que era lógico- sino que también encontraron
fuerte oposición entre los liberales/republicanos, que en algunas
ocasiones habían estado inicialmente al lado de los revolucionarios.
Parece que se hizo caso a Goethe cuando dijo7
que prefería cometer una injusticia que soportar un desorden...
En
realidad, y visto en la perspectiva histórica que el paso del tiempo
nos proporciona, no parece posible que las cosas pudieran acabar de
otra manera. Los conservadores reunían a su alrededor a
aristócratas, burgueses, liberales, moderados... frente a esta
amalgama de ideologías diferentes pero fuertemente unidas por el
aspecto económico en expansión, poco podían hacer las clases
medias/bajas, el campesinado y el incipiente mundo del obrero
industrial8.
Y
así, con las manos libres para desarrollar la revolución industrial
iniciada en la primera mitad del siglo, asistimos en este tercer
cuarto del mismo a una expansión
rápida y profunda del capitalismo
como argamasa que unía ideologías bien dispares. La mecánica se
basaba esencialmente9
en la aportación de un capital aún barato por abundante, un control
siempre al alza de los precios (pero a la baja el de las materias
primas) y un auge del comercio internacional sin precedentes, dada la
generalización del transporte ferroviario y las mejoras de la
navegación a vapor. En este cuarto de siglo la economía parecía
funcionar “tan bien” que los aires revolucionarios parecían algo
del pasado y el mundo -el occidental al menos- había encontrado su
vía de desarrollo sin límite.
Evidentemente,
ese pretendido desarrollo “ilimitado” debía tener sus crisis,
siempre presentes en el capitalismo de entonces y de ahora. A lo
largo de la década de 1870-1890 se gestó una profunda crisis que se
coló por todas las grietas económicas y sociales que el propio
sistema iba generando, y así se entró en una depresión económica,
que Hobsbawm compara10
a la gran depresión de 1929 generada en Wall Street. El comercio, la
industria, los movimientos financieros,... entraron en un colapso
importante y que además tuvo una extensión geográfica grande por
el deterioro de las relaciones comerciales internacionales.
➂Cuando vamos
adentrándonos en los finales del Siglo XIX y principios del XX,
entramos en esa zona en la que se empiezan a confundir la memoria
individual con la colectiva, los hechos vividos con los hechos
narrados... una de mis abuelas nos hablaba de la Guerra de Cuba, por
ejemplo... Y en gran manera ello dificulta la labor de los
historiadores, que se debaten un tanto entre ambas perspectivas. Pero
en cualquier caso parece claro que esta etapa del Siglo XIX
(prolongada si se quiere en los principios del XX) puede titularse
con toda seguridad una etapa imperial y/o imperialista11.
Las dificultades económicas del recién nacido capitalismo (en
términos históricos, el capitalismo no es más que un bebé)
producen el efecto esperable de una mayor todavía polarización del
mundo entre países que avanzan y países que se estancan. Los
primeros utilizan a los segundos como fuente de materias primas, como
fuente de expansión territorial, como fuente de aplicación de su
militarismo... nace, en suma, lo que hemos convenido en llamar
“imperialismo colonial” (otros imperialismos han existido
desde siempre), la dominación de unos países por otros sin
necesidad explícita de una ocupación militar completa. Los antiguos
imperios de época pre-colonial sufren un reparto territorial entre
las potencias europeas (junto con EEUU y Japón) de manera que la
metrópoli usa y abusa de la colonia en muchos sentidos,
especialmente el económico. Quizás el reparto de África12
sea el paradigma de esta situación, cuyas consecuencias no son
difíciles de rastrear en la actualidad, fronteras incluidas. Y,
desde luego, no son sólo los países avanzados/retrasados los que
sufren esta polarización, ya que dentro de cada país es fácil ver
cómo la sociedad va también polarizándose fuertemente entre “los
que pueden” y “los que no pueden”. El paradigma de esta
situación quizás sea Rusia, cuya Revolución, fuertemente imbricada
con las causas y los inicios de la 1ª Guerra Mundial, puso
claramente de manifiesto esa profundísima e irreparable ruptura
social. La aparición de este imperialismo va indisolublemente unida
al concepto economicista de la sociedad de las postrimerías del XIX,
en cualquiera de sus estamentos. La generalización de la economía
como arma política enfrentó al imperialismo que la sustentaba con
el marxismo que la quería evitar, pero que en realidad acabó
cayendo en similares dificultades ideológicas en la práctica.
Por lo tanto, esta etapa final del XIX ve nacer una
forma nueva de enfocar la economía como instrumento político
casi único, y el imperialismo colonial y/o interno hace salir al
capitalismo de la depresión con la que se inició13.
El desarrollo de la política imperialista -en su sentido más
amplio- produjo una reacción en contra, como era de esperar, y así
se fueron sentando las bases de la gran revolución (puede llamarse
así, aunque presentase muchas caras/facetas diferentes) que condujo
hasta la 1ª Guerra Mundial. El análisis, ni que sea somero, de las
causas del estallido de esta contienda escapa por completo a las
posibilidades de este trabajo, pero no cabe duda que la evolución
económica (con una poderosa industria de armamentos detrás, por
ejemplo) contribuyó poderosamente al conflicto, al tensionar la
situación internacional más allá del punto de no retorno que se
produjo en julio de 1914. Y así podemos cerrar el marco cronológico
de este largo Siglo XIX... nada será igual tras el conflicto que
arrasó Europa durante más de cuatro años, y es un buen hito para
cambiar de época.
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1.3.-El
Arte en su contexto.
Sin
poder entrar en excesivos detalles, sí que trataremos ahora de poner
mínimamente en relación las consideraciones históricas (políticas
y sociales sobre todo) vistas en el apartado anterior con los
factores esenciales en la producción artística.
①En
la etapa 1789-1848,
doblemente revolucionaria (de manera más política en Francia y más
tecnológica en Inglaterra, extendiéndose al resto de Europa en
mayor o menor grado) asistimos a una auténtica explosión
del arte en todas sus
facetas14
(o casi todas...). Así, asistimos a una increíble producción
literaria, especialmente novelística, y a un impresionante
florecimiento de la música, que dieron lugar a un auténtico
esplendor de ambas artes.
Las
artes figurativas tuvieron un desigual desarrollo... la pintura sí
consiguió niveles comparables con épocas anteriores (con excepción
quizás de Italia y Alemania), pero de la escultura no puede decirse
lo mismo. La arquitectura es más bien obra de ingenieros, con
desarrollos técnicos cada vez más “modernos”, entre los que
habría que citar las primeras construcciones relacionadas con el
transporte ferroviario, destinado a revolucionar el transporte
europeo, y, por tanto las relaciones comerciales y económicas en
general.
El
arte en esta época se mueve entre la “teoría”
ideal inspirada en la Revolución Francesa, y la triste “realidad”
impuesta por el desarrollo tecnoindustrial. El motor de la producción
artística es, como en otras épocas anteriores ya estudiadas, la
existencia de una sociedad burguesa, cada vez más pudiente, para la
que se escriben novelas, se compone música y se pintan cuadros. Pero
lo “público” también impregna el arte15,
y se usa éste muchas veces como arma de denuncia contra el abuso del
poder, contra los excesos de la economía sobre los productores
últimos de la misma... Posiblemente la novela y la música -la ópera
especialmente- son las dos artes en las que mejor asistimos este
fenómeno “contestatario”. Y una aportación evidente en este
sentido fue el auge de los nacionalismos (recuérdese que Alemania e
Italia están gestando en estos momentos su aparición16
como las conocemos en la actualidad) que añaden una fuerte
componente reivindicativa en las artes que en ellos se inspiran.
Fruto
de esta convulsa etapa del Siglo XIX que estamos estudiando, el
movimiento que denominamos Romanticismor5
encontrará su caldo de cultivo ideal. La polarización de la
sociedad será el entorno en el que el arte romántico desarrollará
sus extremos17,
como veremos en su momento. No estará solor6,
ya que los coletazos del Rococó y las ideas del Neoclasicismo
le harán compañía18...
➁En
la etapa entre
1848-1873/75 nos hemos
movido entre unas revoluciones iniciales y una fuerte depresión
final. Entre medias, el desarrollo capitalista, con su idea de
progreso
indefinido dividió la sociedad, polarizándola entre los poseedores
del capital y los poseedores de la fuerza de trabajo. En ese
contexto, el Arte es inevitable que saliera malparado, y así
asistimos a un cierto estancamiento19,
a una época mucho menos creativa que la precedente. Se sigue
“salvando” la novela, un fenómeno absolutamente representativo
del Siglo XIX junto con la música, la escultura tiene un tono medio
bajo, con excepciones (Rodin...), la arquitectura sigue siendo más
un reducto de ingenieros (en el mejor sentido de la palabra) que de
artistas, y la pintura hay que buscarla casi exclusivamente en
Francia, donde coexisten, en medio de una generalizada mediocridad,
los “restos” de la época revolucionaria (Courbet) y la
vanguardia de los impresionistas, que no podemos tomar como el
paradigma de lo que se estaba pintando en esos años. Así, el
Realismo parece hundir sus raíces en un pasado cercano y el
Impresionismo parece adelantarse a su tiempo...
El
“mercado” artístico sigue teniendo sus puntales habituales,
gobiernos/iglesia y burguesía en sentido amplio, pero se produce una
incorporación a ese mercado artístico de las clases menos
pudientes, basado en la producción masiva de reproducciones
(literarias y grabados esencialmente). Mención aparte merece la
fotografía, que llegará a ser un arte en sí misma, y que
inevitablemente tuvo repercusiones sobre la pintura. Las artes más
tradicionales ceden un tanto el protagonismo popular a estas nuevas
maneras de difundir las obras de arte, si es que se pueden seguir
llamando así a las reproducciones seriadas. Quizás por esta
“popularización” encontramos en el arte de esta etapa un cierto
eclecticismo, sin poder definir patrones reconocibles
sistemáticamente. Si se hace un paseo circular en tranvía por la
Ringstrasse20
(una arteria viaria realizada en la época estudiada, mediante el
derribo de las antiguas murallas) se podrá ver esa
variedad/amontonamiento de estilos, aunque se puede decir que los que
más abundaron en la obra pública fueron el gótico tardío y su
casi-coetáneo
renacimiento inicial. Dichos estilos se aplicaban esencialmente en
las fachadas, en lo visible, como un elemento de ostentación,
símbolo del poder o como quiera llamarse, mientras que por dentro
muchas veces se encontraban innovaciones técnicas importantes, que
se procuraba -un tanto contradictoriamente21-
ocultar.
En
las artes figurativas (y en la literatura), sin excluir otras maneras
de hacer, el realismor7
es la corriente predominante,
o, al menos, la más popular. Puede ser22
un realismo suavizado
(Millet), aceptable
para la clase burguesa que lo paga, o puede llevarse a extremos de
veracidad crítica
(Courbet, “padre del realismo”23).
Y relacionado con este realismo encontramos la fotografía, que en
teoría podría ser la representación “real” por excelencia,
pero que podía usarse, como enseguida se vio, de ambas maneras. Esta
dualidad de la pintura y la fotografía produce una bifurcación en
la historia de la pintura (de la occidental, evidentemente) y la
linealidad de esa historia puede decirse que acaba con Courbet, que
coexiste con el nacimiento del Impresionismo, que ya no es algo
relacionado con el pasado, sino con el no demasiado lejano Siglo XX.
➂Los
años finales del Siglo XIX asisten, en el terreno artístico, a la
misma “desorientación”24
-pienso que así puede llamarse- que está sufriendo la sociedad en
su conjunto, como vimos en un apartado anterior. De hecho, se
detectan en la creación artística y su relación con la sociedad
diferentes dicotomías, o bifurcaciones, o dilemas, como quiera
llamarse...
En
primer lugar, hay una clarísima divergencia25
entre las artes tradicionales y las artes que podemos llamar
“nuevas”. Ya hemos comentado anteriormente el tema de la
fotografía, al que ahora habría que añadir la gran difusión de la
prensa de todo tipo (y la de pretensiones artísticas no es una
excepción) y, sobre todo, de manera arrasadora, la aparición del
cine, pronto llamado “el séptimo arte”. La imagen entra de lleno
en el imaginario del momento -más lo hará en el Siglo XX aún- pero
no como la pintura tradicional, por ejemplo, siempre minoritaria en
su creación, contemplación y posesión, sino como un fenómeno de
masas, posiblemente el primero de ellos.
En
segundo lugar vemos, relacionado con lo anterior, cómo una parte26
del arte del momento mira
al pasado, y aún hay
una producción artística basada en tradiciones/parámetros
anteriores. Pero a la vez, otra parte de la producción artística
mira hacia el futuro,
y se empiezan a gestar los grandes fenómenos de masas también en el
mundo del arte.
Y
ello produce una bifurcación, por primera vez en la historia del
arte, entre lo que este produce (al menos, en una buena parte) y lo
que la sociedad demanda/acepta/patrocina. Los artistas empiezan a
“desvincularse”27
en gran manera del gusto de la sociedad (muchas veces de manera muy
consciente28,
como los simbolistasr8),
y así se inicia un divorcio que en el Siglo XX y en el presente XXI
será irremediable: en nuestra actualidad, la gran mayoría de gente
reconoce el nombre de Velázquez, por ejemplo, pero la inmensa
mayoría también ignora el nombre de Kandinsky y su obra. Mientras
que los estrenos de las óperas de Verdi eran seguidos de manera
apasionada por sus contemporáneos, muy poca es la atención que hoy
en día se presta a la música que se compone en el presente. La
literatura se escapa de esta separación entre la obra y lo que
debería ser su público, pero siempre con una fuerte influencia de
lo masivo y popular plasmado en el best-seller.
En gran medida, es el
cine el único arte que mantiene una estrecha relación de inmediatez
con su destinatario, y
aunque con dificultades, mantiene ese espíritu que impregnó el arte
durante muchos siglos, el saber a quién se dirigía y sabiendo
interesarlo.
Vistas
pues las relaciones fundamentales entre el entorno social y económico
y el arte de cada momento, pasaremos ahora a profundizar un tanto en
cada uno de los movimientos artísticos de Siglo XIX, haciendo
especial hincapié en el tema propuesto, el paisaje en la pintura...
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al índice)
2.-(Neo)Clasicismo
y Romanticismo.
Me he dejado influenciar por las fuentes consultadas (Huyghe y Bozal
esencialmente) y he decidido, como hacen ellos, tratar a la vez ambos
movimientos artísticos, con los que abrimos el Siglo XIX. Trataremos
de ver si la decisión es acertada o no. En realidad, ambos
movimientos “miran hacia atrás”, uno al mundo clásico,
otro al mundo gótico. Posiblemente, es la última vez que
sucede este fenómeno, así que en cierta manera ambos movimientos
comparten el hecho de ser “los últimos” de una manera de
hacer que viene de lejos...
2.1.-Sus
características generales.
Tal
y como vimos en su momento, parece que hay una alternancia en la
Historia del Arte (al menos hasta el Siglo XIX...) entre lo “clásico”
y lo “barroco”29.
Por tanto, tras los “excesos” del Barroco que solemos llamar el
Rococó (aunque en realidad no es una prolongación del Barroco, sino
un movimiento en sí mismo) parece que “toque” una vuelta al
clasicismo. La manera francesa de enfocar el rococó, “ una pequeña
manera”30
en palabras de Huyghe, empieza a ser contestada por Alemania, por
ejemplo por Raphäel Mengs31
(1728-1779), que en el Vaticano da un curso titulado “Contre
le goût francais caractérisé par la profusion d'ornements
insignifiants”32,
más que probablemente influenciado33
por las ideas del arqueólogo Johann
Joachim Winckelman34
(1717-1768). Para este arqueólogo e historiador del arte, el ideal
de la belleza sigue siendo el clásico de Grecia esencialmente, y así
la
mirada del arte vuelve a ponerse en la época griega.
Esta idea de la vuelta al clasicismo se impone rápidamente en el
mundo occidental (Francia incluida...) debido probablemente a su
utilización como un arma35
más en el conflicto entre la nobleza y la burguesía, que estaba
conduciendo hacia la Revolución de 1789. Triunfante esta, el
neoclasicismo36
se convierte en cierta manera en el arte “oficial” de la
República, al simbolizar
las ideas democráticas
primigenias de Grecia. El estilo encuentra su máxima expresión de
cambio en la pintura (la escultura no había abandonado en la
práctica su concepción clásica desde el Renacimiento; la
arquitectura derivaba cada vez más hacia la ingeniería, y/o
producía edificios monumentales con evidentes referencias racionales
clásicas...) y no puede hablarse de esta época sin citar al francés
Jacques-Louis David (1748-1825)37,
en el que vemos claramente las características fundamentales del
Neoclásico en la pintura38:
la búsqueda de la perfección de la línea
recta
frente a la curva, la utilización del color
subordinada al desarrollo formal de la obra, una austeridad
general en ese desarrollo formal... Pero nada dura eternamente, y el
propio David, hacia el final de su obra, cae en la tentación de una
“riqueza formal excesiva”, volviendo así a lo que en un
principio el Neoclasicismo había venido a reformar39.
Se ve claramente este abandono del ideal clásico, severo y austero,
en su discípulo Jean-Auguste-Dominique
Ingres (1780-1867)40,
en el que vemos reflejadas las ideas de un manierismo sensual (sus
escenas de desnudos...) absolutamente burgués en el sentido que el
Rococó le dio, no en el sentido pretendidamente revolucionario que
el Neoclasicismo
intentó darle.
Así, el Neoclasicismo no duró
mucho más allá del momento en que su objetivo inicial derivó otra
vez hacia el exceso expresivo que había tratado de cambiar. La
presión de la sociedad fue la causa más evidente de esa evolución
“hacia atrás”, una situación que no dejaba de estar presente en
esa época, como se comentó en un apartado anterior. Como siempre,
Arte y sociedad fueron muy de la mano... Para dejar un marco
cronológico que sirva como referencia, puede decirse que el
Neoclásico nace un poco antes de la Revolución Francesa (hacia
1750, momento de las principales excavaciones arqueológicas de
Herculano y Pompeya, por poner una fecha41...)
y acaba hacia 1830, cuando agota su potencial de cambio,
coincidiendo un tanto con el declive de Napoleón en Francia, y
prolongándose en España en la figura de Goya, un perfecto ejemplo
de transición entre dos estilos...
Mientras
el Neoclasicismo seguía en lo que luego se vio que sería una vía
muerta, las efervescencias revolucionarias de la época estudiada
iban introduciendo otros factores de ver la realidad que
desencadenarían un proceso -no necesariamente siempre de reacción
contra todo lo clásico- que llevaría al Arte hasta otros parámetros
bien diferentes de los que se habían dado hasta entonces. Ante la
situación económica, social, política... que se vive, empieza a
surgir una filosofía individualista -especialmente en Alemania-, que
intenta oponerse a los dictados de la industrialización, por
definición una actividad masificadora. El liberalismo del momento,
en oposición a los cánones ilustrados, también apunta hacia la
valoración del
individuo como referencia fundamental.
Esa puesta en valor de la individualidad conducía inevitablemente a
la sustitución de la “objetividad” clasicista por una
“subjetividad” ante la realidad, que muchas veces se desea
subvertir. Y la subjetividad con que se enfrenta el arte a la
realidad necesita abrirse un camino a través de las constricciones
del pasado, y así se manifiesta casi siempre de manera intensa,
“sublime”... El artista que abandona el clasicismo hace suyo el
mundo exterior y lo expresa sin unas limitaciones apriorísticas,
liberando así un potencial expresivo muy personal. El orden clásico
es dejado atrás, perdido en la intensidad, en la “prisa” con la
que el artista desea expresarse. Los temas clásicos son,
evidentemente, muy abandonados, y se prefiere la originalidad de la
propia imaginación (que encuentra en el gótico una fuente de
inspiración evidente) antes que la re-creación repetitiva, que, si
alguna vez se trata, se hace desde una visión personal, subjetiva,
desmitificadora... La minuciosidad del dibujo clásico también es
abandonada en aras de esa intensidad expresiva, y el color surge como
elemento fundamental, predominando sobre el trazado preciso. Las
pinturas, en particular, empiezan así a dar señales de “obra
inacabada”, en fortísimo contraste con los acabados precisos de,
por ejemplo, David. En realidad, estamos asistiendo en el mundo del
arte a lo que también está sucediendo en los demás mundos, una
dislocación42
completa y muy rápida de los patrones sociales utilizados hasta
entonces. El Siglo XIX, y muy especialmente esta etapa
revolucionaria43
-en el sentido más amplio que se le pueda dar al término- asiste a
un cambior9
total en la relación del individuo con todo lo demás. Y ello no
puede más que, inevitablemente, reflejarse en el Arte.
Y a esta explosión de sentimientos, de pasiones
sublimes, de desmesura en suma, ¿le hemos puesto nombre? Ciertamente
sí, y usamos para ello el de “Romanticismo”. Pero como
muchas otras veces, hay que tener mucho cuidado con el término, no
vaya a confundirnos, dado el carácter “reduccionista” que todo
vocablo único/unificador tiene. En efecto, la época social y la
artística en la que está surgiendo este movimiento es tan compleja,
que hablar de “un” romanticismo es reduccionista, ya que en
realidad hay tantos matices -en absoluto idénticos- que sería mejor
hablar de romanticismos44
en plural y dejar el término Romanticismo simplemente como
descriptor cronológico del arte que se desarrolla, con las
características comentadas, entre finales del siglo XVIII y durante
tres cuartas partes del XIX. Así, hay romanticismos de diferente
procedencia geográfica (con significativas diferencias nacionales),
romanticismos iniciales pero pronto “contagiados” por el
positivismo, o por el conservadurismo general del momento
(coexistente con las revoluciones, un signo del XIX...),
romanticismos que tienden al academicismo (nazarenismo),
romanticismos con visiones históricas renovadas, romanticismos
idealistas y romanticismos realistas, objetivos y subjetivos, etc,
etc. El concepto pues de Romanticismo debe ser tratado de una manera
muy flexible45,
muy diversificada, muy maleable... casi estamos así hablando del
Siglo XX...
El movimiento romántico tiene su reflejo en
prácticamente todas las artes, pero no cabe duda que su máximo
desarrollo se alcanza en la arquitectura (más por cantidad que por
calidad) y en la pintura. Los edificios románticos llegan a ser una
curiosa (en mi opinión...) mezcla de lo medieval y lo “pintoresco”46,
entendiendo este como caprichoso, casual, costumbrista... puede
citarse a James Wyatt (1746-1813) con sus edificios de transición
entre el neoclasicismo y el romanticismo, o a John Nash (1752-1835),
ya plenamente romántico, o a John Soane (1753-1837) , quien logró
evitar completamente toda referencia historicista en su obra. En
general, la arquitectura romántica se caracterizó por no utilizar
“obligatoriamente” estilos prefijados, y si reconocemos alguno de
ellos en obras concretas (como en el British Museum, obra de Robert
Smirke) es por la querencia por una simplicidad intemporal antes que
por el seguimiento de patrones clásicos estereotipados (la obra de
Jean-Nicolas Louis Durand en Francia es un paradigma47
de esta simplicidad, al menos en el terreno teórico). Berlín, San
Petersburgo, París, Madrid,... configuran una panoplia
arquitectónica variada (por no decir desordenada), abigarrada (por
no decir excesiva) y con claras reminiscencias neogóticas48.
Respecto
a la pintura, la variedad introducida por el Romanticismo se resiste
casi por completo a cualquier sistematización “a la ligera”. En
principio, se puede, de manera relativamente clara, distinguir tres
épocas diferenciadas:
(1) la del Romanticismo inicial,
entre 1770 y 1820 (su fin coincide -o no- con el Congreso de Viena de
1815), en una coexistencia que tiene múltiples relaciones con el
Neoclasicismo, (2) la del apogeo
del movimiento, entre 1820 y 1850 -en pleno proceso hacia las
revoluciones de esa mitad del siglo, y (3) el período que puede
llamarse postromántico,
desde 1850 hasta el fin de la época capitalista y principios del
imperialismo colonial, en 1870. Más o menos, un siglo de duraciónr10,
pero con un momento álgido relativamente corto, quizás por la
propia intensidad del movimiento romántico.
Como
toda selección no exhaustiva, encontraremos en la que sigue una
dosis inevitable de subjetividad, provocada posiblemente tanto por el
conocimiento más o menos directo de la obra de los pintores citados
como por el aprecio hacia la misma... pero en cualquier caso, del
primer
período
podemos citar a Johann Heinrich Füssli y
William Blake en Inglaterra, Philipp Otto Runge y Caspar David
Friedrich en Alemania, Antoine-Jean Gros en Francia, Francisco de
Goya y Lucientes en España,... Un período caracterizado por los
“tanteos” de la nueva manera de expresarse, con una mezcla de
formas aún clásicas pero temas ya claramente románticos, con las
características que ya hemos descrito. Y debe recordarse que en
estos principios, el Romanticismo nace con un aire más bien
conservador, ya que se opone en cierta manera al contenido
revolucionario de la obra pictórica del Neoclasicismo.
Del segundo período,
el del apogeo del movimiento, podemos citar a Eugène Delacroix
(posiblemente el mejor pintor del Romanticismo), Théodore Géricault
y Jean Auguste Dominique Ingres en Francia, John Constable y Joseph
Mallord William Turner en Inglaterra, el ya citado Goya y Federico
Madrazo en España, Thomas Cole en los Estados Unidos,... un momento
de esplendor del Romanticismo, en el que la orientación digamos
“política” del mismo da un vuelco, de manera acorde con lo que
ya hemos visto que está pasando en la sociedad, y del
conservadurismo inicial se pasa a un espíritu revolucionario,
siguiendo los ideales de la libertad individual imperantes. Los temas
históricos renacen de nuevo, y la pintura de paisaje se convierte
casi en el representante de la estética general del Romanticismo.
Como todos los
movimientos artísticos realmente imbricados en la realidad social
del momento, el Romanticismo también conoce una etapa de
“decadencia”, entre 1850 y 1875 (como todas las fechas en
una época tan acelerada, son meramente indicativas) en la que el
nuevo estilo ha de “competir” ya con la aparición de otros (como
el realismo) e, influenciado por ellos, pierde lo que de
característico tuvo. Podemos citar al reusense Mariano Fortuny, y,
como claro exponente de lo que estaba sucediendo, al ilustrador
Gustavo Doré.
Así pues, cien años de Romanticismo, en una época
de transformaciones esenciales para la historia de la
humanidad, con su inicio y su final en coexistencia -que no en pugna-
con otros estilos, en los que se miró inicialmente y en los que se
deshizo en su final.
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2.2.-El
paisaje en sus pinturas.
En
un trabajo anterior hemos estudiado el desarrollo del paisaje en el
barroco flamenco y, especialmente, en el holandés. El Siglo XVII
asistió en Holanda a un auténtico cambio en el enfoque de la
pintura paisajística, que deja de ser un simple decorado, un fondo
más o menos adecuado para la escena que se representa, y se
convierte en un objeto artístico per se. Fuera de Holanda
citaremos a Claudio de Lorena, que en pleno XVII barroco podemos
calificarlo de clasicista a tenor de su obra49,
incluida la paisajística.
➀El
Siglo XVIII ya puede contemplar pues el paisaje como un género
independiente e importante. Podemos citar el ejemplo de
Michel-Ange Houasse50
(1680-1730) que afincado en España realiza una serie de vistas de
los sitios reales, entre las que podemos destacar su ya tardío
Panorama de Aranjuez. Contemplando ese cuadro51
(en el Palacio Real de Madrid) tenemos completamente la sensación de
que algunas cosas están muy cambiadas en el enfoque dado al paisaje:
la luz, el punto de vista elegido, la sugerencia de una subjetividad
en la representación... ¿un anuncio de Goya, que también pintó
paisajes, quizás?. En Inglaterra puede citarse a Richard Wilson
(1714-1782), Samuel Scott (1702-1772), Thomas Gainsborough
(1727-1788), así como en Francia a François Boucher (1703-1770),
Honoré Fragonard (1732-1806), o en Italia a Canaletto (1697-1768) y
Tiepolo (1696-1770)... En pleno Siglo de las Luces, de la
Ilustración, el paisaje va encontrando su sitio, un sitio difícil
de situar ya que el entorno general es más racionalista que lo que
la naturaleza -ingrediente último del paisaje- está dispuesta a
soportar.
➁A
medida que vamos acercándonos hacia el final del Siglo XVIII y
principios del XIX, vamos encontrando -como ya hemos visto
anteriormente- la vuelta al clasicismo que hemos convenido en llamar
Neoclásico. En este movimiento no falta la pintura de paisajes, pero
sucede con ella un fenómeno claro de superposición con el
Romanticismo ya incipiente. Los pintores neoclásicos de paisaje
recurren evidentemente a la “naturaleza” como objeto de
sus obras, y esa naturaleza desborda por completo al ser humano,
contrastando fuertemente lo grandioso, lo sublime de ella, con lo
minúsculo del hombre... Debe recordarse que estamos en Europa
asistiendo al descubrimiento de los últimos paisajes “vírgenes”
europeos, especialmente las montañas alpinas, que son representadas
una y otra vez. Esa representación tiene por un lado intenciones
“científicas” propias del siglo, pero por otro se introducen,
por la propia dinámica de tema tratado, componentes claramente
románticas: subjetividad en la exposición de la grandeza natural,
contrastes de color propios del tema pintado, una técnica más
difuminada, menos precisa -debido a la abundancia de nubes, nieblas,
nieves...- La necesidad de pintar muchas veces deprisa y sobre el
terreno hace de la acuarela una técnica muy utilizada, y ya sabemos
que la acuarela tiene unos acabados imprecisos, poco perfilados,...
Así, aunque los pintores se muevan claramente en el ámbito
neoclásico, lo que podemos llamar “sensibilidad romántica”
se introduce52
espontánea e inevitablemente en sus pinturas de paisaje. Como
ejemplos podemos citar a Caspar Wolf53
(1735-1783) en Suiza, Francis Towne54
(1740-1816) y John Robert Cozens55
(1752-1797), ambos acuarelistas ingleses, o el austríaco Joseph
Anton Koch56
(1768-1839), y muchos otros. Que se han de quedar inevitablemente en
el tintero... Como obras que sirviesen para ver bien lo que se ha
tratado de explicar, podrían elegirse las de Wolf El
puente del demonio, de Towne La
fuente del Arveyron, de Cozens Londres
desde la colina de Greenwich, y de Koch El
Wetterhorn.
➂Y
así, casi podría decirse que sin “darse cuenta” de ello, el
paisaje y el Romanticismo se dan la mano definitivamente. Como
siempre en este Siglo XIX hay que advertir que las cosas no son
fácilmente descriptibles de manera organizada, pero lo intentaremos
mínimamente...
●En
principio, el paisaje en la pintura tiene su máximo desarrollo en
Inglaterra y Alemania, pero también lo vemos en otros países. Y en
todos ellos se observa claramente una fuerte diversidad
estilística, que resulta
difícil de agrupar. Tanto es así, que más de un autor57
propone, de acuerdo con la esencia individualista de la filosofía y
actitud románticas, estudiar autor por autor, obra por obra...
Arnaldo nos propone el estudio de una obra de la que dice que es
“...un ejemplo cuya
romanticidad nadie pudiera poner en duda...”
y elige58
la de un romántico francés no especialmente destacado, Daguerre
(1787-1851), un famoso precursor de la fotografía moderna. En su
obra Niebla
y nieve en las montañas vistas a través de una ruina gótica
podemos ciertamente seguir el rastro de lo más “típico” (en el
buen sentido del término) del Romanticismo: en primer lugar el tema,
combinación de paisaje y edificación gótica (aunque no tan gótica,
realmente...); en segundo lugar, el paisaje es un paisaje de montaña,
duro, en una situación climáticamente difícil, como es una nevada;
el color es muy contrastado entre las dos grandes partes del cuadro
(montañas y ruinas); la perspectiva es muy libre (obsérvense las
dos galerías arqueadas, cuyos puntos de fuga parecen no coincidir) y
nos hace en un principio “despreciar” el paisaje que se ve al
fondo, pero que a medida que se observa el cuadro acaba por imponer
su interés; las dos figuras humanas parecen perdidas en medio de la
galería supuestamente gótica, y sus contrastes de vestimenta y
colorido podrían dar pie a toda clase de especulaciones... En
conjunto, es un cuadro que inevitablemente recuerda a las ruinas
tratadas por Piranesi, y desde luego vemos en él las características
esenciales del Romanticismo pictórico.
La
Catedral en invierno,
de Ernst Ferdinand Oehme (1797-1855) podría dar lugar a comentarios
muy similares a los anteriores.
●La
figura humana no siempre es tan minimizada como en los dos ejemplos
anteriores. Así, Caspar David Friedrich59
(1774-1840) en su famosísima obra El
caminante frente al mar de niebla da a la figura humana una
importancia impactante, a pesar de estar de espaldas, haciendo que el
cuadro -evidentemente del género paisajístico- se nos antoje como
un cuasi-retrato. Ese predominio del individuo sobre el paisaje
podemos verlo en numerosas ocasiones en el Romanticismo, por ejemplo
en el Descanso
en la huída a egipto de Philipp Otto Runge60
(1773-1810), fiel reflejo de la idea romántica de la individualidad.
Paisajes
con figuras importantes, sí, pero también sin ellas o con
escaso protagonismo... Carl Blechen61
(1798-1840) pinta por ejemplo Vista
de Asís, en la que las figuras humanas hay que buscarlas y
no tienen una relevancia especial, a diferencia del convento de San
Francisco que domina con su luminosidad contrastada todo el cuadro.
O, volviendo a Friedrich, en su El
Watzmann no parece haber ninguna figura humana, paisaje
romántico en estado puro, en su variante más de “naturaleza
virgen”.
●Esa
naturaleza “libre”, sin domesticar, rozando lo violento, será un
motivo repetido en el Romanticismo. Podemos ver la obra62
de Joseph Mallord William Turner (1775-1851)
El
Vesubio en erupción,
o El
paso del San Gotardo.
El
contraste entre la naturaleza y el hombre llevará a veces a
representaciones heroicas, y se recurrirá al “paisaje de
historia”, como en
Tormenta
de nieve. Aníbal y su ejército cruzando los Alpes,
del propio Turner63.
Este tipo de paisajes ya es total y completamente romántico, lejos
de las “suavidades” iniciales del siglo anterior. Turner es el
pintor por antonomasia de la montaña alpina en toda su crudeza, como
también lo fue Wolf, un auténtico especialista del tema. Ambos
juegan con el temor, con lo tenebroso, con lo
sublime
entendido como una exageración de la realidad. La montaña les
permite desarrollar esa idea, ya que se considera en la época como
el último reducto de la naturaleza sin corromper (a lo que, más
adelante, se unirá también el desierto...)
●También
en el Romanticismo se deslizan a veces nociones religiosas, elevando
la naturaleza a la categoría de lo divino, en un panteísmo
naturalista difuso, pero que se puede ver por ejemplo en obras de
Friedrich como Vista
de Arkona con salida del sol
o
Mañana
en el Riesengebirge.Y
en ese orden de incorporación de conceptos que permitían abrir
más el campo temático del paisaje,
hay que hacer especial referencia a la relación entre paisaje y
nacionalismo, o, al menos, entre el paisaje pintado y el entorno
propio más cercano. En esta idea de pintar lo cercano, lo local, lo
propio -como quiera decirse- sobresale especialmente John Constable64
(1776-1837). Su obra paisajística recoge el paisaje de su entorno
más cercano, pintado con sencillez y espontaneidad. Estas
características de la pintura de Constable le hacen parecer “menos
romántico” que los demás, pero si bien es cierto que sus paisajes
son un tanto “blandos”, transmiten claramente su sentimiento
de cercanía de lo
pintado, de manera propia y subjetiva. Con dos temáticas y
composiciones muy diferentes, son famosas sus obras La
Catedral de Salisbury desde el jardín del Obispo y
El
carro de heno. Personalmente
hablando, este último cuadro me recuerda inevitablemente el ambiente
de muchos paisajes holandeses pintados en el siglo XVII, y hace
pensar, quizás, en Ruysdael...
Para
ir terminando esta rápida panorámica sobre el paisaje en la pintura
del Siglo XIX, volvamos un poco atrás y recordemos que el
Romanticismo está conviviendo muchos años con el Neoclasicismo, y
así podemos resumir un poco las dos grandes tendencias que
hemos detectado en el paisaje en el Siglo XIX: por un lado, los
paisajes “amables”, académicos, hechos más bien a la
medida del hombre, propios de los clasicistas; y por el otro lado,
los paisajes “duros”, dramáticos, hechos más bien a la
medida de la naturaleza, propios de los románticos.
El
Romanticismo ve llegar su final a finales del Siglo XIX, debido por
un lado al propio “agotamiento” provocado por su intensidad, y
por otra a la evolución de la sociedad que lo albergaba, sobre todo
la alemana e inglesa, inmersas de pleno en una época, la
capitalista, que cada vez compartía menos la filosofía romántica.
Otros movimientos artísticos están surgiendo, y muchos
pintores románticos, quizás sin saberlo a ciencia cierta, están
empujándolos hacia adelante... Pongamos un último ejemplo: Eugène
Delacroix65
(1798-1863), pintor romántico por excelencia y personaje clave en la
pintura del XIX, no tiene un exceso de paisajes en su obra. Pero
cuando pinta alguno, como este Naufragio
en la costa, hacia 1862, esa luz, ese cielo, esas nubes, ese
color, esas pinceladas,... ¿no hacen la “impresión” de
que están anunciando alguna otra cosa? Procuraremos verlo...
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3.-Realismo e Impresionismo.
En este apartado no me cabe ninguna duda de que el Realismo y el
Impresionismo deben tratarse conjuntamente, en paralelo, dado que no
dejan de ser dos caras de una misma moneda: la realidad del
momento histórico en el que se desenvuelven, vista por el lado más
pesimista del Realismo y por el más optimista del Impresionismo. Una
realidad “tal como es” del primero y un tanto “como nos
gustaría que fuese” del segundo, una realidad más proletaria,
injusta, dura, del primero y la más acomodada, amable, lúdica,
amable, del segundo.
Ambos movimientos se desarrollan a grosso modo en la segunda
mitad del Siglo XIX, y rompen66
con la manera de hacer las cosas del Romanticismo, sobre todo en los
temas tratados. El Realismo se desarrolla67
entre 1840 y 1880 (en plena época capitalista, no lo olvidemos) y el
Impresionismo lo hace entre 1875 hasta los finales del XIX-principios
del XX, en plena época de expansión colonial, tal como se comentó
en el apartado correspondiente. Ambos están preparando, de una u
otra manera, el paso hacia el Siglo XX.
3.1.-Sus características generales. Parecidos y diferencias.
①Como
su nombre indica -un nombre que fue propuesto68
por el que sería el más importante de sus pintores, Courbet- el
Realismo se propuso expresar
la realidad que se veía en la calle,
en las fábricas, en el campo... de la manera más fiel
posible, dejando abandonado el campo temático del Romanticismo, así
como su subjetividad. Se deja de mirar, definitivamente, hacia atrás,
y el Realismo trata temas absolutamente de su actualidad.
Y dado el entorno político y social en el que nace (inicialmente,
Francia) esos temas estarán muy frecuentemente relacionados con los
nacientes movimientos
sociales del
proletariado -con muchas nuevas profesiones nacidas al amparo del
desarrollo industrial- y del campesinado más pobre, que así serán
pintados a menudo. Según Gombrich, pude ponerse una fecha clave en
este sentido con el cuadro pintado por Jean-François Millet69
(1814-1875) en 1857, Las
espigadoras, en el
que el talante serio y grave de las trabajadoras deja claro que
Millet quiere darnos el mensaje de que están desarrollando un
trabajo “en serio” y que no es un cuadro de “paisaje con
figuras” al uso. El Realismo se usa para este tipo de denuncia
social, de protesta
ante situaciones injustas, una denuncia que puede ser más amable,
como hace Millet en El
Ángelus, o más
punzante, como hace Gustave Courbet70
(1819-1877), por ejemplo en Los
picapedreros.
Obviamente, como siempre, no es prudente encasillar en exceso ni un
estilo ni un artista, y así el Realismo no pude decirse que tenga
“exclusivamente” una temática de protesta ni mucho menos. Por
poner un ejemplo, Courbet tiene paisajes y desnudos realmente
impactantes, aunque, eso sí, completamente “realistas” en el
sentido más genérico del término. Y movidos por esa profunda
relación con su actualidad que caracteriza a los realista,
encontramos71
en ellos también temas relacionados con las nacientes
tecnologías
industriales, como el ferrocarril, o de las comunicaciones, como el
teléfono, el telégrafo e incluso el muy humilde sello de correos72
“inventado” en esos momentos históricos. La fotografía, que
acabará siendo un arte en sí misma, será bien recibida por los
realistas, dado que “parece” ser la herramienta definitiva para
plasmar la realidad de manera completamente objetiva. Pronto se verá
que no es así, y la fotografía tendrá un papel propio
complementario -que no enfrontado- de la pintura.
Arropado
intelectualmente por el positivismo de la época, empujado por las
convulsiones sociales del momento y deseando “...reflejar
las costumbres de mi época, según mi apreciación […] en una
palabra, hacer arte vivo”,
en palabras73
del propio Courbet, el
Realismo se desarrolla fuertemente en Francia,
y posteriormente se
expande, con mayor o
menor fortuna, por el resto de Europa. Sin salir aún de Francia,
debemos citar a Honoré Daumier74
(1808-1879), con una obra más gráfica que pictórica, que difundió
mediante las nuevas técnicas de reproducción, o a Camille Corot75
(1796-1875), que junto con la llamada Escuela de Barbizon llevó a
cabo la transición76
definitiva del paisaje clásico y romántico al ya definitivamente
realista. Fuera de Francia se difunde el Realismo en Inglaterra, con
el movimiento autodenominado “pre-rafaelismo”77;
en Alemania, en donde el realismo es prácticamente un naturalismo a
ultranza, con pintores como Adolf Menzel78
(1815-1905), Wilhelm Leibl79
(1844-1900) y Hans Thoma80
(1839-1924); en Rusia, con Ivan Kramskoy81
(1837-1887) e Ilia Repin82
(1844-1930); en Italia, con el movimiento manchista83;
en España (más tardíamente, con el retraso español típico del
momento en todos los aspectos) con pintores como Mariano Fortuny84
(1834-1874), Ramón Casas85
(1867-1932) y Joaquín Sorolla86
(1836-1923), tres pintores estos que, a pesar de tener obras bien
realistas, están anunciando ya algo diferente. Es inevitable dejar
fuera de esta selección a innumerables pintores de la época, que
trataron de plasmar la realidad del momento que les tocó vivir tal
como la veían, pero valga decir que, desde luego, “no están todos
los que son, pero son todos los que están”.
②Según
la cronología que se estableció anteriormente, hacia la mitad de la
década 1870-1890 se inicia la que llamamos la etapa
imperial/colonialista. El capitalismo europeo “huye” hacia
delante y utiliza la expansión colonial como válvula de escape de
sus problemas de crecimiento (o de falta del mismo, más
concretamente) El Arte entra en una etapa que me atrevería a llamar
“de confusión”, y es en 1874 cuando un grupo de jóvenes e
impetuosos pintores inician -de manera un tanto casual- una reacción
contra la pintura realista
del momento. En lo que también parece una cierta huida de la
realidad, ésta empieza a pintarse de manera mucho más “amable”
a como estaban haciéndolo los realistas, eligiendo temas no
conflictivos, festivos incluso, representando una vida que, aunque
indudablemente existía, no era ni mucho menos la más habitual. De
Miguel atribuye87
al crítico literario Louis Leroy la asignación del nombre
“impresionismo” a este fogoso movimiento artístico,
esencialmente francés. Como venimos diciendo en la aparición de
casi todos los estilos artísticos, este tampoco surge de la nada. Se
reconocen influencias
de pintores como Constable, con sus aires campestres de ambiente
tranquilo, o los de la Escuela de Barbizon, e incluso hemos visto un
ejemplo significativo en aquel Naufragio
en la costa de
Delacroix... En este Impresionismo, el tratamiento de la luz, su
incorporación total y absoluta en el cuadro a todos los niveles
(composición, color, pinceladas sueltas,...) se convierte en lo
esencial del cuadro.
Se deja de pintar las cosas como “deberían ser” y se deja que el
ojo88
del artista sea quien transmita la
impresión que la realidad que pinta le produce.
Esta concepción de la
luz como principal
elemento del cuadro conlleva que se pinte mucho al aire libre, de
manera “al natural”, sin ir al estudio; el
color, aplicado
directamente abandonando
casi del todo el dibujo previo, se beneficia fuertemente de los
conocimientos químicos desarrollados en el Siglo XIX, y es Renoir89
el que llega a decir que “...sin
tubos [de óleo] no hubiese habido Impresionismo...”
Podría
pensarse que en este vaivén de movimientos artísticos que presenta
el convulso Siglo XIX, el Impresionismo sería recibido si no con
hostilidad, sí con un cierto rechazo de los realistas ya
instalados... nada más lejos de la realidad, al menos en parte...
sabemos que pintores como Corot apoyaron el movimiento impresionista,
que en la sociedad en general fue recibido con una cierta
incomprensión, pronto superada. En una de sus intervenciones como
crítico de arte, por ejemplo, Émile Zola dice que “...confieso
tranquilamente que admiro a Manet...”90 De
hecho, el Impresionismo podría considerarse, según dice Huyghe91,
como una “quintaesencia” del Realismo, en la que la verdad global
realista meditada se convierte en la verdad percibida de forma
inmediata, sentida directamente. Por tanto, es razonable esa
coexistencia
pacífica
(salvo excepciones) entre los practicantes de ambos estilos, ya que
en ambos subyace una cierta similitud filosófica-científica. El
problema
que se nos plantea es que a veces nos parece que el Impresionismo es
ese Realismo llevado a su límite teórico, y otras veces nos parece
que es una ruptura con él, abriendo la puerta a todo un mundo de
posibilidades, incluso la de negar la existencia de ninguna realidad
a pintar. Como dice Huyghe, “...on
peu discuter à perte de vue...”
Ya que hemos citado
a este Manet, parece inexcusable hacer un listado de los
integrantes del movimiento impresionista. Y no hay excusa para
olvidar a ninguno, ya que no fueron tantos. En una primera línea
encontramos los nombres de Claude Monet92
(1840-1926) (y el citarlo el primero no es casual...), Édouard
Manet93
(1832-1883), Auguste Renoir94 (1841-1919), Camille Pisarro95
(1830-1903), Paul Cézanne96
(1839-1906), Edgar Degas97
(1834-1917), Alfred Sisley98
(1839-1899) y Berthe Morisot99
(1841-1895) (una lista impresionante, a pesar de su brevedad) y en
una segunda fila -sin ningún desmerecimiento- se puede citar a
Eugène Boudin100
(1824-1898), Johan Barthold Jongkind101
(1819-1891), Frédéric Bazille102
(1841-1870) y Henri Fantin-Latour103
(1836-1904), quizás no tan famosos ni tan impresionistas en estado
puro, pero que compartieron en parte con los anteriores la idea de
pintar de forma libre y espontánea la “impresión” que han
recibido de la realidad en la que se fijan.
③De
la escultura de este momento104
poco diremos, ya que no hay “color” en comparación con lo que
está sucediendo en el mundo de la pintura. Si acaso, comentar que el
Realismo produjo una cierta renovación en el mundo de la escultura,
introduciendo temas sociales, como en el caso de Constant Meunier105
(1831-1905) El
minero, o de Jules
Dalou106
(1838-1902) La
fraternidad. Y
difícilmente clasificables fueron los dos grandes escultores de la
segunda mitad del XIX, August Rodin107 (1840-1917) y
Adolf von Hildebrand108
(1847-1921), quienes procuraron alejar la escultura de la simple
reproducción , añadiendo en ella una tensión expresiva, una
utilización de la luz en las superficies esculpidas que, en cierta
manera, nos hacen recordar al Impresionismo pictórico.
④Y
otro tanto pasa con la arquitectura de este momento109
del Siglo XIX, en la que es difícil reconocer nada del Realismo ni
del Impresionismo. La técnica domina el mundo de la arquitectura,
con la introducción masiva del hierro (bajo la forma de colada), que
permite hacer estructuras impensables hasta entonces. Pabellones de
exposiciones, puentes de ferrocarril, la Torre Eiffel... mantienen
viva la ya conocida controversia sobre la estética de los
arquitectos y la técnica de los ingenieros. Pocas veces se aunaron
ambos puntos de vista, como en el caso de la Biblioteca
Nacional de París,
obra de Henry Labrouste110
(1801-1875) o del Mercado
de Les Halles
en París, proyectado
(que no realizado) por Hector Horeau111
(1801-1872).
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3.2.-El paisaje, entre el pesimismo y el optimismo.
El
título de este apartado puede parecer exagerado, pero si nos
atenemos a lo expuesto hasta ahora del Realismo y del Impresionismo
parece claro que lo que vamos a encontrar cuando nos adentremos en el
estudio de sus paisajes responda a esa dualidad. Por un lado, los
paisajes del Realismo esperamos que sean “duros”, explícitos,
objetivos, a veces sirviendo de trasfondo importante a una
descripción de una visión social de denuncia, de protesta, y, por
tanto, pesimista dada la situación política del contexto, tal como
se ha explicado. Por otro lado, los paisajes del Impresionismo serán,
casi por definición, “amables”, reales pero subjetivos a la vez,
describiendo frecuentemente situaciones sociales desde un punto de
vista alegre, feliz, que a veces puede parecernos incluso irreal por
el contraste con lo que sabemos del entorno del momento. Haremos una
panorámica sobre algunos de los paisajes que nos parezcan más
oportunos para clarificar/apoyar ambos puntos de vista.
➀Empecemos
en Francia por la figura más importante del Realismo, Courbet, y
fijémonos por ejemplo en su obra de 1852
Las
señoritas de pueblo.
Vemos el paisaje bien definido al fondo, y entendemos perfectamente
el concepto de
“realismo” al
fijarnos en las paredes de piedra de la izquierda, cerrando el
vallecillo; en la vegetación, claramente la correcta para el
entorno, sin idealizaciones; la distribución de las nubes, que no
están puestas para “hacer bonito” sino porque “eran así”...
Y a la vez vemos una escena de clara significación social, unas
damas de la “buena sociedad” están dando lo que parece una
limosna en forma de ¿pan? a una niña pobre que está -se supone-
cuidando el mísero par de vacas que se ven a la derecha. Realismo y
realismo social, sin duda ninguna. Podemos mirar otro paisaje de
Courbet, esta vez buscándolo sin figuras humanas para ver sólo la
parte realista sin la componente social. Puede elegirse por ejemplo
El
Mediterráneo, un
paisaje marino, tema frecuente en el paisaje del XIX, y aprovecharlo
para comentar que la frontera entre una obra realista y una obra
impresionista es, ya en 1857 cuando se pinta este cuadro, un tanto
ambigua... Y si se quiere abundar en esta frontera difusa, puede
contemplarse el ya tardío cuadro (1870) Acantilados
en Etretat después de la tormenta...
Tras
Courbet es imprescindible comentar los paisajes de Millet. Habiendo
nacido en un medio rural, es lógico encontrar en su obra la
representación de la vida campesina, de manera relativamente
“amable”, sin intencionalidad reivindicativa evidente112.
Ya hemos visto sus cuadros Las espigadoras y El ángelus,
en el que vemos trabajar y rezar a los campesinos que representa,
sobre unos paisajes de fondo totalmente creíbles, con tonos de la
tierra, grandes cielos... Podemos ver aún otro más, El
hombre de la azada, en el que se siguen viendo claramente las
características descritas.
Millet
vive gran parte de su vida en Barbizon/Fontainebleau, y es
considerado uno de los iniciadores de la Escuela de ese nombre, con
pintores como Théodore Rousseau y Jules Dupré, que ya pintaban
paisajes claramente realistas, dejando atrás los paisajes del
Romanticismo, captando la naturaleza en el paisaje de manera directa.
El tránsito entre esas dos maneras de pintar paisajes, la romántica,
tan subjetiva, y la realista, tan buscadamente objetiva, suele
atribuirse a Corot, como ya vimos. Pinta inicialmente paisajes
históricos, como El
Coliseo visto desde los Jardines Farnesio, paisajes
pastoriles más adelante, como El
concierto campestre, y poco a poco evoluciona en el sentido
de una utilización de la luz precisa, que le ayuda a dar volumen a
lo pintado, como vemos en El
puente de Mantes113.
Su dibujo es preciso, como debe ser en el “realismo” puro, y en
sus propias palabras leemos114
que “El dibujo es lo primero que hay que buscar. Después, la
relación de las formas y los valores.[...] Después, el color y,
finalmente, la ejecución”, todo un programa del Realismo
que el Impresionismo desmontará en su momento.
Saliendo
ya de Francia, pasemos por Alemania para ver un par de cuadros de
Menzel, dentro de la corriente naturalista alemana. Construcciones
junto a los sauces
es una obra técnicamente muy cuidada, que en su día pasó un tanto
desapercibida, reconociéndose hoy en ella las mejores virtudes del
realismo. Y aunque no sea en sentido estricto un paisaje, La
fundición de acero
nos pone frente a una obra que condensa la idea social del realismo y
se hace eco de la incorporación del proletariado al trabajo fabril.
Es interesante comparar a estos obreros de Menzel con los campesinos
de Millet... Por no dejar el tema del paisaje sin otro ejemplo
podemos mirar su Tormenta
en la colina de Tempelhof,
con unos efectos de luz en el cielo y en las sombras de los árboles,
que junto con el uso de la pincelada y la imprecisión del dibujo nos
sigue recordando cuán débil es la frontera del Realismo con el
Impresionismo... Del otro gran realista alemán, Liebl, podemos
contemplar Liebl
y Sperl cazando aves,
obra en la que vemos la minuciosidad naturalista de la que Liebl hace
gala. Y si del también alemán Thoma, pintor de la Alemania
campesina, tranquila y feliz, comparamos El
Rhin en Laufenburg
y Paisaje
cerca de Karlsruhe
, pintados
respectivamente en 1870 y 1891 podremos ver claramente una evolución
fortísima en la dirección de “finales de siglo”, ese Siglo XIX
tan cambiante.
Aunque
ya hemos visto las características del paisaje realista que nos
interesaba destacar, parece imposible tocar este tema del paisaje sin
ver alguna obra rusa, un país en el que las transformaciones
sociales que iban a producirse serían auténticamente
revolucionarias, con repercusiones a nivel mundial durante todo el
Siglo XX (al menos...) Así, Repin convierte un paisaje fluvial en
Los
sirgadores del Volga en una escena tensa llena de denuncia
ante la explotación del trabajo humano. Como ya hemos visto en otros
pintores, su obra de 1903 ¡Qué
libertad! nos hace pensar que estamos realmente
cambiando de siglo...
Y
para ir cerrando el tema del paisaje en el Realismo, acerquémonos a
nuestro entorno inmediato para ver alguna obra de Fortuny, como Playa
de Portici o Mar,
al fondo el Vesubio, obras cuya luz y cuya factura general
nos hacen pensar irremediablemente en Sorolla, absolutamente realista
en su primera época (como podemos ver en su ¡Aún
dicen que el pescado es caro!) pero que derivará hacia un
uso de la luz y del ambiente general de sus cuadros cercano al
impresionismo, como en su obra de 1908 Niños
en el mar, playa de Valencia.
En
resumen, hemos visto cómo el paisaje en el Realismo, lejos ya de la
manera de hacer romántica o clasicista, es un tema pictórico por sí
mismo o es usado como apoyo en cuadros de temática social de
denuncia. Asimismo, hemos visto como la frontera entre el Realismo y
su “primo hermano” el Impresionismo es bien delgada. Miraremos
ahora “al otro lado”...
➁Lo
que se ha explicado anteriormente del Impresionismo haría pensar que
en este movimiento artístico el paisaje tendría inevitablemente el
foco principal. Y ello es cierto solo en parte, ya que en el grupo de
pintores que llamamos impresionistas hay diferentes
sensibilidades hacia
el tema paisajístico. En realidad, hacia muchos otros temas... El
mismísimo Monet nos dice que “...estoy
aterrado de haber sido la causa del nombre dado a un grupo que, en su
mayor parte, no tenía nada de impresionista.”115
Empezaremos
pues con lo que puede considerarse el
“núcleo duro” del Impresionismo:
Monet, Sisley y Pisarro. Lo esencial de su pintura debía hacerse al
aire libre, del natural, captando la luz y las sensaciones del
momento, lo que les obligaba a una técnica rápida, sin dibujo
previo, con aplicación directa del color en pinceladas que
intentaban retener la sensación, la impresión, del momento. Monet
pinta alegres paisajes
parisinos
en las orillas del Sena, brumosos paisajes londinenses como El
puente de Westminster,
coloridos paisajes costeros en Argenteuil (donde vivió un tiempo)
como Regatas
en Argenteuil,
paisajes invernales en Vetheuil, otro de sus lugares de residencia,
como Vetheuil
en invierno,
paisajes
de álamos a orillas del Epte -Álamos
bajo el sol,
uno de los cuadros de la serie116
que dedicó a este tema- , más paisajes londinenses, venecianos,...
Ya hacia el final de su vida su pintura evoluciona hacia la pura
abstracción117,
como vemos en sus obras pintadas en el jardín de su casa en Giverny,
las famosas Ninfeas
(nenúfares)
y su famosísimo Puente...
Simplemente contemplando estas obras citadas de Monet es fácil
comprender qué
es realmente el impresionismo118...
y si se quiere ver la diferencia con el tratamiento “realista”
del paisaje, se puede comparar el cuadro ya visto de Courbet
sobre Etretat
con el mismo paisaje pintado
por Monet...
¡reveladora y clarificadora comparación!
Sisley
sigue una evolución similar a la de Monet, incorporando la
luz y la pincelada rápida
a sus cuadros, pintados también directamente al
natural.
La “amabilidad” general de su obra se observa claramente en
cuadros con temas “meteorológicos” como La
nieve en Louvenciennes,
o acuáticos como La
inundación en la carretera de Saint-Germain.
Una
obra la suya variada y de tono general “optimista” a pesar de sus
serios problemas económicos a lo largo de toda su vida. Mientras
tanto, Pisarro se dedicaba a temas típicamente campestres,
influenciado posiblemente por su origen rural antillano, ¿un
anticipo de Gauguin, quizás? De sus obras seleccionaría
posiblemente La
cosecha
como ejemplo de ambiente rural y El
Boulevard Montmartre
como ejemplo de paisaje urbano, que no tuvo más remedio que pintar
dada su “reclusión” urbanita por motivos de salud. Puede ponerse
esta última obra citada como el paradigma
de un impresionismo maduro,
que sin necesidad de recurrir a grandes complicaciones teóricas sabe
transmitirnos la impresión que una ciudad como París causa en el
pintor.
Tras
estos tres “grandes” del impresionismo, debemos también citar a
aquellos que, sin “cumplir” al 100% los cánones (reducidos en
cantidad, pero no en calidad...) del Impresionismo, acompañaron a
los anteriores en esta aventura inconformista y que ha llegado hasta
nosotros con un hálito de vida indudable. En el mundo del paisaje
que estamos mirando, Manet tiene algunas obras que, sin bien ser
estrictamente impresionistas119
en el sentido de un Monet, se han convertido en auténticos
paradigmas del momento artístico que estamos viendo. Por ejemplo, su Desayuno
sobre la hierba, que
como otras obras suyas causó un escándalo120
al hacer en realidad una cierta burla de composiciones clásicas
anteriores. De él nos ha llegado también toda una declaración de
cómo pintar en su cuadro
Claude
Monet en Argenteuil,
en el que vemos a Monet pintando en una barca, ¿con su mujer? al
aire libre, sin estudio, totalmente al natural, intentando
captar
la irremediable variabilidad del río, su luz, sus reflejos, el humo
de las chimeneas... En su obra de 1872 Vista
en Holanda
podemos
ver qué gran diferencia hay en cómo se ve un molino holandés desde
el punto de vista impresionista comparado con otras representaciones
anteriores. Una cruel enfermedad neurodegenerativa le obligó a
limitar sus temas a escenas urbanas, que se han incorporado
totalmente a nuestro imaginario de la vida feliz y desenfadada.
Algo
similar ocurre con Degas, que si lo ponemos en el seno del
Impresionismo no es precisamente por sus escasos cuadros pintados al
aire libre, entre los que podríamos citar Caballos
de carreras en un paisaje
en la
que Degas sabe ciertamente transmitir sensaciones de la luz al fondo,
del movimiento de los caballos aparentemente estáticos, pero que no
es lo más representativo de su obra.
Renoir
es el paradigma de la pintura alegre y optimista del Impresionismo,
al que se acercó debido a su relación de amistad con Monet antes
que por su adhesión directa al movimiento. Podemos fijarnos en su
Camino
en cuesta entre la hierba,
El
Sena en Argenteuil,
obras
en las que la influencia de Monet es bastante clara. También vemos
en él las ya importantes consecuencias de la aparición de la
fotografía y su incorporación al mundo del arte, de manera que en
La
place Pigalle,
típico paisaje urbano parisino, podemos reconocer un encuadre casi
fotográfico. No es Renoir tampoco el paradigma del Impresionismo,
pero por el momento en el que pinta, su temática y sus relaciones
con los demás pintores, normalmente lo relacionamos con él.
Cézanne
también se acerca al Impresionismo a través de su amistad con
Pisarro, lo que hizo que durante una etapa de su vida artística, una
década más o menos, pueda considerársele un impresionista más.
Vista
de Auvers
y Paisaje
de Jas de Bouffan
pueden considerarse paisajes representativos de su época
impresionista, finalizada la cual su pintura deriva hacia una clara
adscripción a lo que será la pintura del Siglo XX, abriendo el
camino hacia el cubismo.
Podemos
ir cerrando esta panorámica del paisaje impresionista citando alguna
de las obras de los otros pintores implicados en el movimiento, tanto
como precursores, iniciadores o en su periferia: de Morisot, Puerto
de Niza;
de Boudin, La
costa atlántica en Benerville;
de Jogkind, Playa
de Sainte Adresse;
y de Bazille, Las
murallas de Aigues-Mortes.
Sin ser parte del núcleo del impresionismo, que realmente ya hemos
visto que es muy reducido, son pintores que dejaron alguna huella en
el movimiento impresionista, como puede verse en las obras
seleccionadas.
Así
hemos llegado al final del recorrido paisajístico por el
Impresionismo, intentando siempre hacer el contraste adecuado con
lo visto en el Realismo. Como decíamos al principio de este
apartado, dos caras de una misma realidad, o una realidad
extrapolada de otra, en medio del camino entre el Romanticismo y
la pintura ya propia del Siglo XX. Por tanto, con parecidos tanto
como con diferencias, como no puede ser de otra manera en dos
corrientes artísticas que buscaban (casi) lo mismo con diferentes
medios.
(Volver al índice)
4.-El confuso fin de siglo. Huidas varias.
A medida que va transcurriendo el siglo estudiado, una clara
sensación de “desorden” se va apoderando de nosotros cuando
intentamos entender qué está sucediendo en el mundo del Arte. En
épocas pasadas -incluyendo la primera mitad del Siglo XIX- nos ha
sido posible encontrar un hilo conductor que, con todas las
limitaciones que se quieran, permite seguir con cierta corrección la
línea de tiempo seguida por el desarrollo del Arte. Pero el final
del Siglo XIX se nos escurre entre los dedos: por un lado,
económica y socialmente todo parece ir bien, pero en realidad se
están incubando las grandes guerras del Siglo XX; por un lado, los
impresionistas han “arrasado” y calado fuertemente en el mundo
artístico, pero por otro vemos que no son ni tantos ni tan bien
avenidos ni cohesionados; por un lado, hay una creencia colectiva
totalmente aceptada en el sentido de que el positivismo científico
permitirá un desarrollo sin límites, pero por otro la situación
económica de las clases menos pudientes de la sociedad se va
degradando a ojos vista, creando fuertes tensiones larvadas que
acabarán por aflorar algún día... Con este panorama tan “líquido”
no es de extrañar que en el mundo artístico occidental se produzca
una cierta “huida” de la realidad... los impresionistas
han llevado a sus cuadros todo lo que la realidad podía ofrecer en
su forma más esencial, así que ¿qué podía quedar por pintar? La
respuesta que en general se adivina en la aparente confusión de
estilos, formas y actitudes personales de los artistas del fin de
siglo es o bien negar la realidad o bien -al menos- darle la espalda.
Y así vemos huidas121
personales y/o colectivas que ponen sus objetivos en otros lugares,
en otras realidades inventadas, en experimentación de todo tipo
buscando una alternativa a la naturaleza, agotada como modelo
pictórico general, alternativa que desde nuestra perspectiva actual
podemos denominar “el artificio”, el “arte por el arte”, en
una expresión bien conocida.
4.1.-Huidas personales: los francotiradores.
En el último cuarto
de siglo aparecen cinco figuras, en mi opinión absolutamente
inclasificables, pero que sin ellas no se puede navegar por la
pintura de esos años confusos. El Impresionismo sigue en pie hasta
casi el final del siglo, pero en paralelo con él encontramos cinco
“francotiradores” que nos pueden servir para rastrear esas huidas
de todo tipo comentadas arriba.
①En
primer lugar (el orden es un tanto indiferente, dada la fortísima
individualidad de cada uno de los personajes) volvemos a encontrarnos
con Cezànne, que tras su etapa impresionista inicia un proceso de
huida de la imprecisión
en busca de una solidez/perfección122
en lo pintado que nos recuerda claramente tiempos anteriores.
Cezànne, sin caer en mimetismos de ninguna clase, busca la armonía,
la simplicidad y el equilibrio que consideraba que el impresionismo
había perdido. Y ello debía hacerse sin perder los indudables
avances del impresionismo en el mundo de la luz y el color... Dos
objetivos contradictorios, que el genio de Cezànne hace compatibles123
en gran medida, como podemos ver en sus paisajes La
montaña Santa Victoria vista desde Bellevue
y Montañas
en Provenza.
Líneas rectas, precisión, orden y calma, formas tangibles,
volumetrías palpables, y, a la vez, profundidad sin forzar
perspectivas, adecuación formal a la naturaleza representada, luz y
color a la manera impresionista... la múltiples facetas de la
realidad de un genio...
②Vincent
Van Gogh124
(1853-1890) es el protagonista de otra huida
personal, esta vez hacia la naturaleza,
hacia su luz y su color, en una especie de “exageración” del
impresionismo, sin ninguna intención de representar la realidad como
objetivo esencial de sus cuadros125.
En este sentido, no deja
de parecerse a Cezànne, ya que ambos pintaron la naturaleza no como
era, sino como les convenía para su experimentación en un caso,
para su sentimiento en el segundo. Su corta carrera pictórica -se
puede decir que toda su obra importante se concentra en los tres
últimos años de su también breve vida- ha dejado un legado que en
nuestra actualidad del Siglo XXI es uno de los más conocidos126.
Es cierto que Van Gogh “bebe” en el impresionismo de su época,
en el puntillismo de Seurat, y que vemos en él influencias
japonesas, pero lo que vemos reflejado con mayor intensidad en su
obra es su agitación127
interior, esa agitación vital que le llevaría a su suicidio. Sus
paisajes no están, por supuesto, exentos de esa agitación, como
podemos ver en su Campo
de trigo con ciprés,
Olivos
con los Alpilles al fondo,
o en su paisaje
nocturno La
noche estrellada128.
Una obra la de Van
Gogh que, viniendo de estilos varios y anunciando estilos nuevos, fue
una de las más personales e impactantes -por vital, pienso- en su
posteridad.
③La
tercera huida personal que comentaremos es la de Georges Seurat129
(1859-1891), cuya influencia sobre Van Gogh ya hemos citado. Esta vez
la huida es un tanto
una “caída” en
uno de los ¿males? del momento, el positivismo de la ciencia130
en plena expansión. Seurat pretende unir ciencia y arte, para lo que
estudia el color desde el punto de vista de la física, y lleva sus
conclusiones a su técnica pictórica que llamamos puntillismo,
que, como su nombre indica, consiste en pintar a base de
numerosísimos y pequeñísimos puntos de color esperando que sea la
óptica de la retina la que consiga hacer la fusión “más
correcta” posible. Era una vía arriesgada, ya que obligaba a
simplificar131
en exceso las formas, y en realidad se convirtió en una vía muerta.
Pero su influencia en su época o, al menos, su impacto, fue notable.
En su corta obra no se encuentra ningún paisaje sin figuras, pero
con estas podemos citar dos que se hicieron famosos: Baño
en Asnières y Un
domingo a mediodía en la isla de La Grande Jatte.
Puede observarse en
ellas los aspectos técnicos del puntillismo y sus simplificaciones
ya comentados, y también puede verse que el paisaje de fondo recoge
también aspectos científicos/tecnológicos del momento, como
fábricas, puentes, diques, barcos de vapor,...
④La
huida
más “lejana” y exótica
de las que estamos comentando la protagoniza Paul Gauguin132
(1848-1903). Pintor aficionado, trabajador en un banco, abandona todo
y huye a La Martinica en busca de la libertad de lo primitivo,
incluso de lo salvaje. Los dos años que allí pasó inicialmente le
proporcionaron una visión de la luz y de la temática lejos de
cualquier convencionalismo de su entorno, abriendo un camino que
influiría mucho en estilos posteriores, ya en el Siglo XX. En su
época europea (en la que impulsó la llamada “Escuela de
Pont-Aven, donde vivía) esa falta de convencionalismo le produjo
algunos conflictos, debidos a la incomprensión de muchos pintores
del momento y del escándalo que la sociedad veía en sus cuadros de
desnudos. Usó el color de forma intensa y a la vez simplificada,
creando una sensación muy “plana”133
en sus obras. Su credo puede resumirse muy bien en este párrafo,
sacado134
de una carta a un amigo pintor, Émile
Schuffenecker:
“Un
conseil, ne copiez pas trop d'après nature, l'art est une
abstraction, tirez là de la nature en rêvant devant, et pensez plus
à la création qu'au résultat. C'est le seul moyen de monter vers
Dieu en faisant comme notre divin Maître, créer.”
La coherencia de su vida y obra (volvió a irse, esta vez a Tahití y
Las Marquesas, esta vez ya hasta su muerte) le permitieron ejercer
una notable influencia en estilos posteriores, como también lo
hicieron Cezànne y Van Gogh, los otros dos grandes “incomprendidos”.
Esa influencia se extendió de muchas y curiosas maneras, como por
ejemplo en la
novela de Somerset Maugham “Soberbia”135
que también se adaptó al cine. Y respecto a sus paisajes, podemos
distinguir los europeos,
Paisaje
bretón con porquero,
Paisaje
de Bretaña,
y los de los mares del Sur, Idas
y venidas en La Martinica,
Dulces
sueños,
escogidos entre muchos otros posibles para dar una panorámica de
cómo vio los diferentes lugares donde vivió y murió.
⑤La
huida más
“destructiva” y nihilista
de las presentadas aquí (a pesar de que Van Gogh se suicida y que
Gauguin sufre unos últimos años muy difíciles) es la que lleva a
cabo Henri de Toulouse-Lautrec136
(1864-1901). Su vida nocturna y bohemia le condujeron a una muerte
temprana alcoholizado y sifilítico. Dada la temática de su obra,
totalmente ligada a su vida cotidiana, poco podremos decir de los
paisajes que no pintó, habiéndose dedicado esencialmente a
interiores, carteles, un “publicista” avant
la lettre... Lo
citamos aquí como uno más de los artistas del momento
inclasificables y que han protagonizado alguna clase de huida como
actitud vital ante su inquietud artística.
Herederos/coetáneos
del impresionismo, son figuras que abrieron paso hacia nuevos
estilos: Cezànne el cubismo, Van Gogh el expresionismo, Gauguin el
fauvismo... Incomprendidos
en su época, admirados en las posteriores,
artistas en el más puro sentido de la palabra137.
(Volver al índice)
4.2.-Huidas colectivas: el Simbolismo.
En
ese entorno de diferentes huidas personales frente a la expresión
artística que hemos comentado en el apartado anterior, también
encontramos algunas evasiones
más colectivas, más
generales, no tan individuales... en particular, los años finales
del Siglo XIX ven nacer el llamado Simbolismo138,
que se inicia claramente en el mundo literario. Se propugna una sustitución de la
realidad por una
representación de la idea que subyace en toda realidad... así se
genera un arte literario oscuro, difícil, y según como se mire,
decadente. La poesía
se presta especialmente bien a este hermetismo buscado, y así
encontramos en los inicios del movimiento a Charles Baudelaire
(muy influido por Edgar Allan Poe), Stéphane Mallarmé y Paul
Verlaine. Por situar cronológicamente los inicios conscientes del
Simbolismo, se puede hacer referencia a la publicación de El
manifiesto simbolista de Jean
Moréas en 1886139.
En el entorno pictórico
que estamos tratando, el Simbolismo encuentra también una buena
manera de manifestar sus características de misterio, hermeticidad,
subjetividad, y así en ese mismo año de 1886 ya pueden verse
pinturas simbolistas de Pierre Puvis de Chavannes140
(1824-1898), Gustave Moreau141
(1826-1898) y Odilon Redon142
(1840-1916). La esencia del movimiento Simbolista puede quedar muy
bien resumida por el crítico de arte Roger Marx quien en 1885 dice143
sobre esta nueva corriente artística que está compuesta “...por
pintores y escultores que, más ávidos de sugerir que de copiar,
sólo aspiran a dar forma al sueño...”
La realidad, su representación, tal como se entendía hasta
entonces, es tratada de forma paralela, onírica, intangible...
adjetivos que nos permiten hacernos una idea de lo difícil que puede
llegar a ser caracterizar de manera completa un movimiento que se
apoya en tal dosis de
subjetividad y misterio.
La novedad no está en la técnica, que en realidad utiliza
cualquiera que le sirva para crear la atmósfera deseada en el
cuadro, sino en la temática, que se utiliza para expresar el
sentimiento o la idea del
pintor pero siempre a través del símbolo, que hay que saber
reconocer e interpretar. Y a esa dificultad de caracterización
global debida a la manera de tratar cada tema, se debe añadir el
hecho de que el Simbolismo se extendió rápidamente por muchos
países europeos, y no es difícil darse cuenta que la idiosincrasia
de cada país añadió una nueva dificultad a la comprensión de la
obra pictórica simbólica al superponer maneras muy diferentes de
elegir, tratar e interpretar los símbolos.
Y
en lo que respecta al paisaje simbolista, esas dificultades serán
evidentes, y según se consulte una u otra fuente, la interpretación
de cada cuadro puede ser bien diferente. Por ejemplo, la obra El
pescador pobre, de Puvis de
Chavannes, pintada en 1881, es en su conjunto el símbolo de una
idea, en este caso una narración sobre la pobreza, la invalidez, el
desvalimiento... En ella144
el paisaje se integra también en forma simbólica -difícil debe ser
encontrar pesca en un entorno acuático tan yermo- pudiéndose
interpretar como la idea de la infinitud, de la ingente tarea que
habría que hacer para desligarse de la situación narrada. Y lo
comentado sobre su técnica puede verse claramente en su obra de 1887 Mujer
en la
playa.
Todo
lo contrario de la simplicidad encontrada en esas obras de Puvis se
encuentra en las obras de Moreau, recargadas145
con todo tipo de florituras. La manera misteriosa y decadente de
tratar el paisaje de este pintor puede verse muy bien en su obra Paisaje,
toda una declaración de
principios: no nos parece -con toda intencionalidad- un paisaje
“visto” sino un paisaje “soñado”. En su Piedad
encontramos en un alto grado el tenebrismo146
del paisaje, que no es un mero fondo sobre el que se superponen las
figuras sino que se constituye en un actor más. El contraste entre
ambas figuras es bien acusado, negra y anónima la de la madre, clara
y explícita la del hijo, un símbolo de lo que se cree sobre la
auténtica vida después de la muerte. En su obra Hércules
y la hidra de Lerna vemos el
mismo tratamiento oscuro y misterioso del paisaje incorporado a la
escena en la que Hércules logra decapitar a la hidra en uno de sus
míticos trabajos. Puede esta obra servirnos como ejemplo
de la temática simbolista,
que no dudó en absoluto de “volver” a temas clásicos para
expresar sus ideas. En El
hijo pródigo el paisaje,
que divide el cuadro prácticamente en dos, no está tratado de la
manera oscura que hemos visto en los anteriores, pero tiene una
cualidad ciertamente inquietante en su blancura, que nos hace
recordar alguna de las narraciones de Poe (La narración de
Arthur Gordon Pym, concretamente)
Más de una fuente147
compara la obra de Moreau con la de Delacroix en cuanto a los temas
voluptuosos y exóticos, pero con una abismal diferencia de actitudes
e intenciones en el “quietismo” de Moreau frente al dinamismo de
Delacroix. En cualquier caso, un artista ya moderno en muchos
sentidos de la palabra, y que en bastantes obras suyas anticipa abstracciones posteriores.
Suele
ser considerado Redon otro simbolista y precursor
del surrealismo, como Moreau. Panteísta en su concepción del mundo,
pintor de la intimidad del inconsciente, utiliza muchos de los
conocimientos científicos del momento en su obra, de manera que
puede interpretar la naturaleza de una manera muy sentida a la vez
que muy elaborada. Sus también profundos conocimientos de la cultura
clásica y de la historia del arte le permiten elegir el tema de sus
obras con una gran amplitud de enfoques y referencias148.
En el campo del paisaje, por ejemplo en su Puerto
bretón, vemos que no está
en absoluto en la línea del impresionismo, reconocemos el
puntillismo de Saurat, pero no vemos fácilmente qué simbolismo hay
en el cuadro. En su obra Nubes
de flores nos presenta un
fuerte contraste entre el tratamiento dado a la barca y el
tratamiento dado al elemento nuboso del cuadro, que interpretamos
como nubes por su colocación en el mismo, que no por su forma ni
color. No deben ser nubes, sino la idea que de ellas tiene el
artista... ¡Qué diferencia con las nubes de Rocas
en la playa! Vemos así cómo
la obra de arte pictórico en los finales del Siglo XX puede tratarse
de muchas maneras, incluso por un mismo pintor. Se está asistiendo
al fenómeno no ya de la individualización
del artista, sino a la de cada una de sus obras.
La reacción del Simbolismor11
de los pintores comentados coexiste en el momento con el
Impresionismo, pero evidentemente se opone a él en cuanto que
afirma149
que la realidad pintable
puede ser también la que no se ve, la que se imagina o ensueña.
Y así se explica esa gran diversidad entre pintores y entre las
obras de cada uno de ellos: si se puede pintar lo que no se ve, el abanico de posibilidades
se abre hasta el infinito... Un infinito cuyo horizonte inmediato es
el siglo XX...
(Volver
al índice)
5.-A modo de conclusión.
Hemos dado una panorámica
del arte en el Siglo XIX, un siglo que se puede denominar sin duda
ninguna “revolucionario” en todos los sentidos de la
palabra.
Fue revolucionario en
política, economía y sociedad, entendiendo por revolución
cualquier cambio producido de manera rápida y generalizada. Y así
lo fue en los tres aspectos, como vimos anteriormente. Hay un
antes y un después del Siglo XIX, bisagra entre el pasado y
nuestro presente. Quizás estemos demasiado cerca de él para
poder valorarlo con una perspectiva temporal correcta, pero lo que
podemos ver de momento es más que suficiente para darnos cuenta que
el Siglo XIX no fue un siglo cualquiera. Los cambios
producidos en él fueron radicales y vinieron para quedarse, como
bien estamos viendo. Desde la Revolución Francesa hasta la
Revolución Rusa, el mundo sufrió la mayor serie de esos cambios que
jamás se había dado. Cambios en gran cantidad, en todos los ámbitos
de la vida y de una intensidad difícilmente asimilable. Y así, el
Siglo XIX dejó paso al XX en una situación de tensión que no por
no verse claramente dejaba de ser general e intensa. La situación
europea imperial y colonialista en los primeros años del Siglo XX
tuvo su gran crisis/catarsis en la primera guerra mundial, momento en
el que ya no se puede hablar más que de un cambio de siglo
totalmente completado.
En el mundo del arte, la
situación general se ve reflejada claramente, como ya sabemos que
sucede, dada la inseparable unión entre hombre y arte, una más de
sus actividades. El siglo nos presenta en el entorno artístico
dos características esenciales. Por un lado, la “aceleración”
de lo que sucede. Si la historia del arte bizantino, por poner un
ejemplo, la podemos dividir en etapas de varios siglos cada una, la
historia del arte del XIX tiene su unidad temporal básica en la
década. Y, por otro lado, se produce el mayor cambio
producido en toda la historia, con la aparición del individualismo a
ultranza... tras el período inicial del siglo repartido entre el
Neoclasicismo y el Romanticismo, nada vuelve a ser igual en el Arte.
Hasta aquí -mediados del siglo- aún reconocemos la línea
temporal de la Historia del Arte, con sus alternancias clasicistas y
barrocas (en sentido amplio). A partir de aquí, el árbol del
arte se ramifica intensamente, hasta sus últimas consecuencias. El
inicio se produce en la segunda mitad del siglo estudiado, y tiene
lugar basculando sobre la manera de representar la realidad que
utiliza el Realismo, el Impresionismo y el Simbolismo junto con
algunas individualidades difícilmente encajables en ninguna de esas
corrientes artísticas. De hecho, lo que observamos es que cada vez
es más difícil establecer parámetros comunes, ordenados,
metódicos... la entrada en la “modernidad” vemos que se
caracteriza por una extrema variación, una fragmentación
en múltiples tendencias, estilos, artistas y obras de arte (en ese
orden...)
No deberá extrañarnos
nada que así esté sucediendo... en realidad, muchos historiadores
ponen en estos dos últimos siglos el auténtico final del
Neolítico, por más que nuestro desarrollo técnico nos haya
hecho pensar otra cosa. Desde la situación estable de gran parte de
la historia reciente, a partir del Siglo XVIII y especialmente del
XIX, la humanidad ha entrado en una época energéticamente
diferente, que ha trastocado/difuminado/eliminado las maneras de
hacer tradicionales y la manera de vivir y de relacionarse. La
velocidad del transporte, de las comunicaciones, de la vida en suma,
está teniendo un fiel reflejo en el Arte. Todo va más deprisa, todo
es inmediato, todo es técnicamente posible,... pero no se sabe muy
bien “para qué”. Y esa situación de una cierta
indefinición/incertidumbre la vemos ya en el arte de finales del
Siglo XIX. Con ella, con esa incertidumbre, está viviendo el hombre
y su Arte...
José Carlos
Vilches Peña. En Vielha, diciembre 2013.
(Volver
al índice)
6.-Biblio y webgrafía.
Se ha
procurado no interrumpir en exceso el texto, para mayor comodidad a
la hora de leerlo, por lo que algunos detalles y enlaces a imágenes
aclaratorias se han puesto en Notas al pie de página. Llevan un número que las identifica, y clicando en
él nos baja al pie del documento para leer la Nota si no estaba ya
visible. Para retroceder al texto donde se dejó, basta con clicar en
el número de orden que antecede a la Nota.
Las
referencias de las obras en papel y en línea que se han consultado
más a fondo, en mayor o menor grado, están al final del documento,
agrupadas como Referencias. El número que las identifica
está precedido por la letra "r", y clicando en él nos baja al pie del
documento para leer la Referencia correspondiente. Para retroceder
al texto donde se dejó, basta con clicar en el número de orden que
antecede a la Referencia, que aparece entre corchetes.
Para las
referencias se ha utilizado la normativa del TermCat, como se
hizo ya en la anterior asignatura de Historia del Arte I. Y se han
dejado en el orden en que aparecen en el documento, para permitir
seguir mejor su relación con el mismo.
Respecto a
la inclusión o no de imágenes en el texto, se ha valorado
cuidadosamente el hacerlo o no, y la decisión ha sido la habitual:
no ponerlas, con alguna excepción. Pienso que no se trata de hacer
una colección de imágenes, que podrían ser miles, sino construir
un texto razonado sobre el tema. Evidentemente, se ponen los enlaces
a aquellas imágenes que se considera relevante verlas al menos una
vez para seguir correctamente la argumentación de lo expuesto.
(Volver al índice)
5Hobsbawm,
I, pág. 9 y ss.
6Hobsbawm,
II, pág. 26-27.
8Hobsbawm,
II, pág. 31-34.
13Hobsbawm,
III, cap. 13.
14Hobsbawm,
I, pág. 258-259.
19Hobsbawm,
II, pág. 287 y ss.
21Hobsbawm,
II, pág. 298.
22Hobsbawm,
II, pág. 300 y ss.
24Hobsbawm,
III, pág. 230.
25Hobsbawm,
III, pág. 230.
26Hobsbawm,
III, pág. 236.
27Hobsbawm,
III, pág. 242-245.
42Huyghe,
pág. 191 y 202.
43Gombrich,
pág. 499, titula el cap. 25 “La Revolución permanente. El
Siglo XIX.”
48El
Parlamento inglés, por ejemplo... Ver Gombrich, pág. 500.
63
El cuadro está pintado justo en 1812, año de la invasión de Rusia
por el ejercito napoleónico y su desastrosa retirada invernal. En
1880, Tchaikowsky compondrá su muy romántica
Obertura
1812
en recuerdo de dicha efemérides... todo se relaciona...
66
Huyghe, pág. 203, “La coupure de 1848”
67
Las fechas son siempre meramente indicativas...
68
Gombrich (pág. 511) dice que Courbet tituló en 1855 una exposición
suya como “Le Réalisme”...
73Citado
por De Miguel, pág. 17.
89Citado
por De Miguel, pág. 70.
90Citado
por De Miguel, pág. 69.
104De
Miguel, pág. 116-128.
109De
Miguel, pág. 100-115.
112De
Miguel, pág. 20-21.
113No
“de Nantes”, como se lee en algunas fuentes...
114Citado
por De Miguel, pág. 23.
115Citado
por De Miguel, pág. 82.
118Grombich,
pág. 518-519.
121Fernández
Polanco, pág. 8.
122Fernández
Polanco, pág. 22.
123Grombich,
pág. 538-541.
127Fernández
Polanco, pág. 28.
130Fernández
Polanco, pág. 16.
134Citado
por Fernández Polanco, pág. 12.
138Fernández
Polanco, pág. 38.
139Fernández
Polanco, pág. 8-13.
143Citado
por Fernández Polanco, pág. 40.
144Fernández
Polanco, pág. 42-44.
145Fernández
Polanco, pág. 44-45.
146Es
una obra que inevitablemente me hace venir Goya a los ojos...
147Fernández
Polanco, pág. 44.
148Fernández
Polanco, pág. 44-45.
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