“...porque
este es un tomo de una Historia del Arte, no tendré más remedio que
escribir como si creyera en ella, en la linealidad de los estilos,
como si fuera posible etiquetar y catalogar los vaivenes de la
creación[...]he de ser consciente de que -como ocurre en la Viena
finisecular o en la Catalunya modernista- nos precipitamos
inevitablemente en los comienzos del Siglo XX. Años y personajes
bisagra -Gauguin, Cézanne, Munch o Klimt...- sin los que no
se entendería el fin de siglo, pero que también son fundamentales
para comprender la configuración de las vanguardias.[...]No hablaré
del Modernismo por considerarlo un concepto demasiado amplio que
trasciende lo específico de las artes plásticas o la arquitectura e
invade otros campos, sobre todo la literatura y, en general, los
distintos aspectos culturales que se mueven en una voluntad de
renovación estética y de búsqueda de lo moderno.”
(Fernández
Polanco, Aurora: Fin
de siglo. Simbolismo y Art Nouveau,
p.5)r1
“El
Modernismo, por su brevedad, es algo así como la bisagra
entre el arte viejo y el arte nuevo de las vanguardias del Siglo XX,
pero es una bisagra de oro. Es el fin de una época, pero un fin
glorioso en el que todas las virtudes del arte tradicional se
manifiestan con opulencia e intensidad. Sus representantes utilizan
todavía el lenguaje clásico, aunque lo hagan a menudo con un grado
de libertad hasta entonces insospechado. No es raro que, tras aquel
cenit aparentemente insuperable, los artistas más inquietos de la
generación siguiente no encontraran otra forma de expresarse que la
ruptura, con la intención de volver a empezar de cero y abrir así
una nueva Edad de Piedra del arte en la que hoy, casi un siglo
después del gran estallido, aún estamos.”
(Fontbona, Francesc: Las claves del arte Modernista, p.
10)r2
1.-Introducción.
1.1.-El
propósito de este trabajo. La elección del tema.
En este último trabajo de la asignatura de Historia del Arte
Universal II se nos propone el estudio de un edificio modernista,
preferiblemente de nuestro entorno cercano si ello es posible,
enmarcándolo en el contexto general del Modernismo.
Como siempre, la elección es complicada, dada la abundancia y el
interés de temas posibles a tratar. Al final, me he decidido por el
estudio de una obra del arquitecto catalán Antoni Gaudí. Se trata
de una obra que puede denominarse quizás (sólo quizás...) “menor”
en el conjunto de su producción artística (en sentido general, no
sólo arquitectónico), situada en Comillas (Santander) y llamada
comúnmente El Capricho de Gaudí. Los motivos de dicha
elección son múltiples y variados, y podemos hacer aquí un breve
resumen de los mismos.
En primer lugar, está claro que es una obra modernista al
100%, y de un arquitecto que es un paradigma del Modernismo
entendido en su conjuntor3
de arquitectura, cerámica, forja, mobiliario... Esta obra, además,
se hizo en unas condiciones de “libertad expresiva” total
y completa. Efectivamente, se trata de una obra de encargo, para un
uso absolutamente lúdico, en una extensa propiedad dentro de un
entorno natural privilegiado, sin limitaciones presupuestarias (dado
su relativamente pequeño tamaño y la solvencia de quien la encargó)
ni de normativas urbanísticas ni legales de ninguna clase (a
diferencia de otras obras “mayores” constreñidas a un entorno
que las limita/condiciona). Otro punto de innegable interés es que
es una obra en la que se separa, de manera ya muy moderna, el
proyecto en sí (de Gaudí) y la ejecución del mismo (llevada a cabo
por el arquitecto Cristóbal Cascante, compañero de estudios de
Gaudí). También ha influido en la elección el hecho de que he
estado en ella bastantes veces, y asistido “en directo” a
algunas de sus vicisitudes: épocas de abandono, restauraciones
mejores y peores, uso como restaurante (pomposo más que
gastronómico...), monumento visitable en su estado actual...
En resumen, se trata de una obra que la siento cerca, que la
conozco (visualmente...) mucho, y que en el conjunto de la obra
modernista de Gaudí nos garantiza, dada la libertad con la que se
hizo, el encontrar lo mejor de la primera etapa de la obra de Gaudí.
Si alguna objeción se puede hacer a esta elección es el hecho de
ser una obra temprana, no de madurez... pero en algún otro trabajo
ya he comentado que los principios de las cosas suelen ser más
atractivos que su madurez/decadencia, así que así queda.
(Volver al índice)
1.2.-Los
entornos inmediatos.
El marco general del tormentoso Siglo XIX ya ha sido
tratado en
un
trabajo anterior, por lo que considero ocioso repetirlo aquí.
Sin embargo, debemos acercar un poco el foco de nuestro interés y
comentar, aunque sea brevemente, qué está sucediendo en Españar4
y en Catalunyar5
en el cambio de siglo que nos ocupa.
①Respecto a España puede afirmarse sin temor a
equivocarse que el Siglo XIX presenta unos acontecimientos muy
similares a los aparecidos en el resto de Europa, pero con un cierto
desfase cronológico. La revolución liberal que se produce
tras la muerte del que se puede considerar el último monarca
“absoluto” en España, Fernando VII, tiene el mismo carácter
burgués que la revolución europea, y conducirá a España, como lo
hace en Europa, hacia el “nuevo mundo” del capitalismo. La
propiedad evoluciona desde un régimen señorial, caciquil y
cuasi-feudal hasta un régimen en el que la acumulación de capital
marca las pautas de lo que se puede y no se puede hacer. Pero España
venía de una época -la guerra napoleónica y el absolutismo de
Fernando VII- que no permitía las grandes acumulaciones de capital
que se estaban dando en Europa. Por tanto, y a diferencia con esta,
la industrialización no tuvo el vigor necesario para hacer la
profunda transformación que la sociedad española hubiese
necesitado, y, todo lo contrario, simplemente agudizó sobremanera
las diferencias sociales entre los diferentes estamentos.
Estos años del ya entrado Siglo XIX (de ahí que
hablemos de ese “retraso” en comparación con Europa) pueden
ordenarse1
de manera que se vea en ellos inicialmente un período “liberal”
(desde 1834 hasta 1843), con la regencia de María Cristina (madre de
la aún menor de edad Isabel, la primogénita de Fernando VII), unos
años marcados por la sublevación carlista, una auténtica guerra
civil, las divisiones entre moderados y progresistas,
la desamortización de Mendizábal, la nueva Constitución de 1837,
la regencia de Espartero... (un progresista que logró controlar el
movimiento carlista, pero que a la vez acabó bombardeando
Barcelona...)
En 1843 se declara “mayor de edad” con 13 años a la
ya Reina Isabel. Se inicia así la llamada “década moderada”2,
que tenía bien poco de moderada, ya que su doctrina era la del más
puro liberalismo. Se redacta otra Constitución más en 1845,
totalmente impregnada de esa doctrina liberal. Diferentes
“pronunciamientos” militares conducen a unos pocos años un poco
menos doctrinarios, conocidos con el nombre de “bienio
progresista”, controlados por figuras que hoy en día se nos
antojan tan poco “progresistas” como los generales O'Donnell y el
reaparecido Espartero. Una desamortización aún más importante que
la de Mendizábal, la Ley General de Ferrocarriles, los cambios en
las leyes y usos bancarios, la apertura al capital extranjero,... no
fueron suficientes para contentar a los moderados, que volvieron al
poder tras ese breve paréntesis progresista.
Desde 1856 hasta 1868 el poder estuvo en manos de
los moderados, dirigidos por figuras como la de Narváez y partidos
como la Unión Liberal, que profundizan3
en los cambios económicos en el sentido de abrir la economía
española hacia las nuevas corrientes tanto internas como externas.
Son años en los que entran en el mercado grandes cantidades de
tierra y bienes procedentes de la desamortización general emprendida
hace años, y que dan un respiro a la maltrecha economía del país.
Pero también de fuera empiezan a llegar los inicios de “la era
imperial” y en España aparecen los primeros amagos de
colonialismo4,
a la sombra sobre todo del colonialismo francés, en Marruecos y
México.
Siguiendo la “tradición” española del Siglo XIX,
en 1868 se produce otro levantamiento militar (dirigido por Serrano y
Prim) que obligó a la Reina Isabel a exiliarse. Durante unos
pocos años, el nuevo régimen, indudablemente revolucionario, trató
de estabilizar la política española, pero las tensiones internas
entre unionistas, demócratas, progresistas y republicanos, junto con
el renacimiento del carlismo, lo hicieron realmente imposible, aunque
logró redactarse y aprobarse una nueva Constitución en 1869
claramente más democrática que las anteriores y que muchas de las
europeas del momento. El régimen establecido en esa Constitución
seguía siendo el monárquico, y se negoció una candidatura, la de
Amadeo de Saboya, que parecía que podía ser un buen punto de
partida para la renacida monarquía. Sus apoyos, nunca excesivamente
entusiastas, fueron dividiéndose5
entre los partidarios del conservador Sagasta y los del más radical
Ruiz Zorrilla, con lo que se abrieron otras posibilidades
monárquicas, cristalizadas en el carlismo renacido otra vez más y
en la restauración borbónica a través de Alfonso, hijo de la Reina
Isabel. Los graves problemas internos y externos (el cubano
especialmente...) y un cierto “desinterés” personal llevan a la
abdicación de Amadeo de Saboya y a la proclamación de la I
República española el 11 de febrero de 1873.
Una vida efímera la de esta I República,
anticipo ya de lo que duraría la II... con divisiones internas
irreconciliables entre unionistas y federales (el propio nombre de
esas corrientes nos lo dice todo, y nos recuerda situaciones más
actuales...) y los irresolubles problemas carlistas, cantonales y
cubanos condujeron a su fin el 3 de enero de 1874, tras el consabido
golpe militar, esta vez capitaneado por el general Pavía. Todavía
bajo el nombre de República, puramente nominal, se empieza a gestar
la opción que más partidarios tenía entre las clases dirigentes,
la vuelta de los Borbones. Así, en el mismo año 1874, en el mes de
diciembre, hubo un “pronunciamiento” a favor de la restauración
borbónica, apoyado por ejemplo por el general Primo de Rivera,
junto con muchos otros. Esa “Restauración”6
borbónica se plasma en enero de 1875, cuando el día 9 el nuevo
monarca Alfonso XII desembarca en Barcelona.
Recordemos que Hobsbawm hace nacer en ese año 1875 “la
era del imperio”. España no se libra de esta tendencia
colonialista, pero antes de lanzarse a las aventuras imperiales
en Marruecos deberá hacer frente a los otros problemas que la
lastran: se logra someter al carlismo en 1876, y el problema cubano
también parece solucionarse. Como era de esperar, se redacta una
nueva Constitución, otra más de las varias del Siglo XIX, bajo las
directrices de la figura política esencial en este período, Cánovas
del Castillo. La temprana muerte de Alfonso XII en 1885 podría haber
dado fin a este período de relativa estabilidad, pero logró
salvarse la situación mediante el buen hacer de Cánovas del
Castillo y la prudente regencia de la Reina María Cristina.
En 1897 muere asesinado Cánovas del Castillo, y en el
verano de 1898 España deja en manos norteamericanas Cuba, Puerto
Rico y Filipinas. España encara así el cambio de siglo, en medio de
una crisis económica y social que marcará profundamente toda su
historia del Siglo XX.
En
ese contexto político descrito, absolutamente “decimonónico” en
el más peyorativo de sus sentidos, no es de extrañar que la
sociedad española, en su conjunto, pasase por un período
realmente catastrófico7.
En su mayor parte, excluida de las decisiones políticas y,
habitualmente, simple moneda de cambio para las vicisitudes
electoralistas (que no electorales), la sociedad del siglo XIX
español se “descuelga” en gran medida de lo que está sucediendo
en otros países europeos. En una espiral que se retroalimenta, no
logra alcanzar una demografía moderna,
“a la europea”, lo que le impide un desarrollo industrial similar
al europeo, lo que a su vez incide en la economía y, por tanto, en
la evolución demográfica. Se desarrollan, por supuesto, elementos
puntuales básicos (como el textil en Catalunya, la metalurgia en el
País Vasco, la incipiente red ferroviaria,...) pero el “refugio”
económico de la mayor parte de la población sigue siendo el
agrario. Las desamortizaciones ponen en juego gran cantidad de
terreno cultivable, y, a pesar de que su estructura es normalmente
latifundista y poco productiva, el
campesinado absorbe una gran cantidad de mano de obra
y se constituye en la válvula de escape de las tensiones sociales,
al menos temporalmente, en un compás de espera que no explotaría
definitivamente hasta ya entrado el Siglo XX.
La
fuerte desestructuración social descrita tenía otro de sus mayores
factores en contra en la bajísima
calidad/extensión de su sistema educativo.
A pesar de una relativamente correcta “Ley Moyano” de 1857, la
triste realidad es que en 1860, por ejemplo, el 70% de la población
masculina y el 90% de la femenina era analfabeta en sentido
estricto8.
Y así, el mundo
cultural y artístico estaba absolutamente limitado
a las clases más pudientes, normalmente urbanas y minoritarias, que
simplemente seguían, con el retraso normal en esas circunstancias,
las corrientes artísticas europeas, -limitadas esencialmente al
romanticismo y al realismo- tal como se comentó en el anterior
trabajo de esta asignatura. Con las honrosas excepciones que siempre
pueden encontrarse (Goya, Madrazo, Fortuny, Benlliure, Sorolla...) el
Siglo XIX español pasó con más
penas que glorias...
➁La
imagen que presenta el Siglo XIX español, y que hemos tratado de
resumir en los párrafos anteriores, es indudablemente pesimista en
muchos sentidos. Pero en Catalunya no puede decirse lo mismo. Aunque
obviamente ligada su evolución política a la española por motivos
obvios, el sustrato sobre el que se desarrolló tuvo características
propias, que hicieron
que esa evolución fuese bien diferente en aspectos fundamentales de
la sociedad, de la cultura y, por tanto, del arte. En resumen podría
decirse que el Siglo XIX aporta a Catalunya una época en la que la
búsqueda de su identidad se va plasmando poco a poco en resultados
tangibles, con el
“optimismo” y la implicación social inherentes a ese proceso.
Recordemos
en primer lugar que la primera línea ferroviaria se tiende en
Catalunya, en Mataró, en 1848. No es un hecho baladí, y puede
servirnos como referente
industrial de
Catalunya. Si hubo un lugar en España donde la
industrialización avanzó más
que en otros, ese lugar fue Catalunya (y, por supuesto, el País
Vasco) Los motivos son complejos de determinar y de resumir, pero muy
posiblemente las comunicaciones -materiales y culturales-
relativamente fáciles con la efervescente Europa tuvieron gran parte
de responsabilidad en ello9.
En lo político,
los ecos de la federalización republicana no se apagan fácilmente
en el sustrato nacionalista catalán, y la evolución de la burguesía
catalana tiende hacia ese nacionalismo, tanto en el seno de partidos
generalistas como de iniciativas como la de la “Lliga
Regionalista”, evidentemente en un entorno conservador/liberal. En
1892 se redactan las “Bases de Manresa” definiéndose así un
claro programa nacionalista de ámbito estrictamente catalán.
También con retraso respecto a Europa, el Romanticismo iba a
suministrar a los movimientos nacionalistas un conjunto de valores,
iconos, referencias... que en Catalunya cristalizan inicialmente en
lo que se convino en denominar La
Renaixença y
posteriormente en las ya modernas Bases de Manresa10.
A
diferencia con lo sucedido en España, la cultura en Catalunya -sobre
todo a partir de la Renaixença,
como es lógico- se democratiza y logra
calar en amplias capas sociales,
no sólo en las bienestantes. Se produce un fenómeno de
“asociacionismo cultural” -valga la expresión- y así vemos
centros de lectura, casals
populares, academias varias, tertulias, ateneos, juegos florales,
diarios (La Vanguardia, L'Avens),
centros excursionistas... todo un conjunto11
de manifestaciones culturales en las que intervienen obreros,
sindicalistas, burgueses... el fenómeno crea un “caldo de cultivo”
dinámico, popular en buena medida, bien conectado con las corrientes
europeas, intencionalmente abierto a ellas. Y así, de la mano
europea, y esta vez sin retraso, hace su aparición en Catalunya el
movimiento artístico que hemos convenido en llamar Modernismo,
un movimiento bisagra
a caballo entre dos siglos, cuyas características trataremos de
explicitar a continuación.
(Volver al índice)
1.3.-De
qué hablamos cuando hablamos de Modernismo.
① Como
hemos hecho otras veces, trataremos inicialmente de precisar el
significado del término... genéricamente, modernismo podría
significar “gusto por lo moderno”, de manera que en cualquier
época se podría haber hablado de modernismo en ese sentido. Sin
embargo, no es en ese sentidor6
en el que se usa el término en las diferentes fuentes consultadas.
En general, vemos que se ha convenido en llamar Modernismo al arte
europeo de la última década del Siglo XIX y la primera del XX12.
De manera un poco más difusa, podría hablarse13 del arte que se desarrolla tras los impresionistas y antes de las
primeras vanguardias. Si ya vimos en un trabajo anterior al
hablar del arte en el Siglo XIX lo complejo que se nos presenta el
final del Impresionismo (última expresión del realismo...) y si
tenemos en cuenta que las vanguardias del Siglo XX fueron en muchos
casos ya
anunciadas en el XIX, quizás se prefiera dejar un tanto
“abierto”14
el marco cronológico y quedarse simplemente con la idea de que el
Modernismo abarcó los últimos años del XIX y los primeros del XX.
Siendo un
período cronológicamente corto, podría caerse en la tentación de
pensar que fue simplemente una transición “necesaria” entre dos
momentos históricos muy diferentes, la aparición del individualismo
total en el XIX y la aparición de los grandes fenómenos de masas
del XX. Pero nada hay más lejos de la realidad. El Modernismo tuvo
una gran difusión en toda Europa, manifestándose en todas
las artes (aunque especialmente en las artes aplicadas y en la
arquitectura, soporte de muchas de esas artes aplicadas) y con una
gran multiplicidad15
de tendencias, variaciones, diferencias,... y así podemos
considerarlo como un fenómeno artístico perfectamente comparable a
cualquier otro. Su corta vida no es un obstáculo para ello: pensemos
por ejemplo en lo que duró el Impresionismo... Y como está ya tan
cerca de nosotros, quizás no tengamos aún16
la suficiente perspectiva para valorarlo correctamente en lo que en
realidad supuso.
➁Habida
cuenta de su gran difusión en toda Europa, no debe extrañarnos que
se pueda/deba hablar de diferentes
“modernismos” en
ese marco cronológico descrito17:
Sezessionstil
en Austria (por lo que tenía de ruptura), Jugendstil
en Alemania (por el
semanario Jugend,
“Juventud”, por lo que tenía de renovación), Modern
Style en Inglaterra
(por lo que tenía de gusto por la novedad), Modernismo
en España (pero
especialmente en Catalunya, con un carácter mucho más
interdisciplinario), Liberty
en Italia (por la
influencia de una marca comercial del textil británico), Art
Nouveau en Bélgica y
Francia (una denominación poco comprometida en realidad, pero que se
extendió desde París y que en muchas referencias tiende a
confundirse18
con el Modernismo en su conjunto...)
Siendo
el término Modernismo el que más se utiliza (al menos, en las
fuentes consultadas) para englobar a todos ellos, se podría perder
de vista sus notables diferencias (basta con pensar en algún
edificio de Otto Wagner en Viena y otro de Antoni Gaudí en
Barcelona...). Pero es que en realidad, deberíamos pensar en el
Modernismo como en una
“actitud”19
hacia el arte antes que en un conjunto rígido y cerrado de
manifestaciones artísticas codificadas claramente. Esta total
diversificación del arte,
que se adecuaba estrechamente a las necesidades y demandas de muy
diferentes orígenes sociales, no deja de ser una manifestación de
la “democratización”20
incipiente de la sociedad de finales del Siglo XIX, que, aunque
limitada todavía en cuanto al número, no lo era en cuanto a la
enorme diferencia conceptual existente con concepciones políticas y
filosóficas anteriores. Concepciones anteriores que no desparecen
bruscamente, por lo que el Modernismo debe convivir21
con otras concepciones artísticas más tradicionales, basculando
toda la producción artística entre estos dos polos de atracción.
Nada nuevo bajo el sol...
Por
todo lo explicado hasta aquí se comprenderá fácilmente la
dificultad (casi la imposibilidad...) de enumerar las
características básicas del arte modernista. Cada vez que se
encuentra (o se cree encontrar) un “factor común” inmediatamente
aparecen ejemplos importantísimos que se desmarcan claramente de ese
aparente orden. Por ejemplo, siempre se dice que el Modernismo se
caracteriza por el uso de la línea curva, ondulante, orientalizante,
sensual... y es cierto que vemos esas características en muchas
obras modernistas (las fachada barcelonesa de La
Pedrera de Gaudí, por ejemplo) pero inmediatamente
nos vienen a la mente la obra de Wagner en Viena, La
Caja Postal, o la de Hoffman en Bruselas, El
Palacio Stoclet, que usan -la primera- decoraciones cerámicas
curvilíneas en las fachadas, ciertamente, pero unas fachadas
absolutamente rectilíneas, precursoras ya del racionalismo,
unas decoraciones que ni siquiera aparecen ya en la obra de Hoffman.
Otra
dificultad añadida al intento de “ordenar” las características
del movimiento modernista (en sentido amplio) es el hecho de que el
artista modernista tiende a la realización -cuando el soporte lo
permite- de la obra de arte “total”22,
integrando todos los aspectos artísticos que en ella confluyen. Ello
implicará que el Modernismo tenga sus manifestaciones más claras y
paradigmáticas en la arquitectura, ya que en ella se pueden
integrar muchas otras artes, las que llamamos aplicadas, muchas veces
consideradas “menores”, pero que en el Modernismo cobran un valor
relevante unidas a su soporte arquitectónico.
Vemos
pues que el Modernismo se resiste a su ordenación,
clasificación, caracterización... y su estudio se convierte en gran
medida en el estudio de “casos particulares”... Y dado que ya
vimos en el repetidamente citado trabajo anterior de la asignatura lo
que había ido sucediendo en la pintura y escultura de los años
finales del XIX y lo que había dado de sí el Modernismo en ellas,
nos limitaremos ahora a adentrarnos en la arquitectura (y las artes
que la acompañan), en la que el estilo modernista encuentra sus
mejores ejemplos.
(Volver
al índice)
1.4.-La
arquitectura modernista. Pragmáticos y soñadores.
En
la coexistencia habitual entre estilos que siempre se produce en el
arte, y mucho más en estos años acelerados del Siglo XIX,
encontramos dos
tendencias
entre las que se situarán las obras arquitectónicas del momento.
Por un lado, se siguen construyendo edificios al estilo de casi todo
el XIX, que podemos denominar de ejercicios
de historicismo/clasicismo,
con características muy variadas, eclécticas. Su estudio se hizo en
el
trabajo anterior
de esta asignatura23,
y no lo repetiremos aquí. Pero en
el otro polo
aparece claramente diferenciada la arquitectura más del momento, la
que llamaremos modernista, y que tiene muy
significativas diferencias
con lo que se estaba construyendo hasta entonces.
Esta polarización se manifiesta también en la visión “técnica”
de los nuevos materiales de construcción. Por un lado, la inercia
del positivismo/cientifismo del XIX hace que la arquitectura utilice
los nuevos materiales que se van incorporando de una manera
absolutamente práctica, utilitarista, sin disimularlos ni
ocultarlos. Pero los arquitectos modernistas también utilizan estos
nuevos materiales -o las nuevas técnicas de tratamiento de
materiales tradicionales- con un afán creador que va mucho más
allá de lo utilitario y entra en el terreno de la decoración
integrada en la construcción, pudiendo decirse en numerosas
ocasiones que la propia construcción “es” ya la decoración
(piénsese en la ya citada fachada de La Pedrera...)
Así, Fontbona habla de que entre los modernistas se ven “pragmáticos
y soñadores”24...
➀Los
“soñadores” se han
dejado atraer por los conceptos del Simbolismo, una de las más
significativas corrientes artísticas de los finales del XIX, ya
estudiada. Su obra
arquitectónica no está concebida exclusivamente con los fines
habituales (vivienda, comercio, representación,...) sino que las
utilizan para expresar sus
fantasías, de forma exuberante, un tanto desmedida,
tal y como hicieron los pintores simbolistas. Pero ahora no estamos
hablando de una obra pictórica, cuya envergadura y coste son muy
limitados en comparación con una obra arquitectónica, máxime
cuando esta se entiende de manera global y se acompaña de toda clase
de “artefactos” decorativos, así que este tipo de realizaciones
tan fuera de lo habitual hasta el momento necesitan una connivencia
extrema con sus patrocinadores, que son quienes las financian. Así
veremos este tipo de obras modernistas muy
ligadas a grandes familias, a mecenas muy solventes
de diferentes orígenes, que, influidos por las corrientes
europeístas que les están -en otro terreno- aportando riqueza,
desean incorporar a su patrimonio obras totalmente singulares, muy por encima de los límites
y necesidades estrictamente constructivas y de uso.
Quizás
debería empezarse citando al pionero de estos soñadores, Lluís
Domènech i Montaner25 (Barcelona, 1850-1923) En el
entorno del proceso de renovación/renaixença
en el que está inmersa la sociedad catalana, Domènech, inspirándose
todavía en fuentes clásicas26,
da un vuelco de gran
profundidad al concepto global de la obra arquitectónica,
y en todas las suyas vemos un claro objetivo renovador: los nuevos
materiales se usan para satisfacer las nuevas necesidades, y no se
disimulan en absoluto, como podemos ver en el uso que hace del hierro
estructural, que deja visto, y del ladrillo sin revocar, también a
la vista; concibe su obra como un conjunto en el que controla tanto
la parte de arquitectura como la decoración con cerámica, vidrieras
y hierro de forja. Aunque lo califiquemos entre los “soñadores”,
su arquitectura, artística en sentido estricto, es también
plenamente funcional,
como podemos atestiguar cada vez que asistimos a un concierto en su
cuidadosamente decorado Palau
de la Música Catalana
(1905-1908), cuando recibimos asistencia médica en el Hospital
de Sant Pau (de la misma
época) o cuando visitamos su Museo
de Zoología de Barcelona,
(concebido en 1887-8 como restaurante de la Exposición Universal) en
el que el hierro y ladrillo vistos marcan un auténtico inicio
de una nueva manera de construir.
También en los inicios de esta arquitectura
modernista hay que situar al belga Víctor Horta27
(Gante, 1861-Bruselas, 1947) del que se suele citar28,
como ejemplos relevantes de este modernismo inicial, sus casas Tassel
(1893) y Solvay
(1894) en Bruselas. Siendo edificios que cumplen claramente con su
función residencial, están concebidos como un todo,
integrándose29
en ellos la propia construcción junto con la decoración. Cuando se
observan detalles de esas dos casas vemos claramente lo comentado
arriba de las líneas sinuosas del Modernismo (escaleras
voluntariamente curvadas, barandillas retorcidas, columnas
desplegadas en múltiples soportes sinuosos,...) y la utilización
“a la vista” de materiales como el hierro (tanto de fundición
como de forja). Las fachadas no son muy recargadas en cuanto a la
decoración se refiere, conteniendo numerosos elementos constructivos
trazados también de manera curva, aunque los paramentos verticales
son definidos de manera rectilínea, y el uso del vidrio es tanto
funcional como decorativo.
Para ilustrar la multiplicidad de enfoques
modernistas sobre la importancia de la decoración, podemos ver que
August Endell30
(Berlín, 1871-Breslau, 1925) en la fachada de su Taller
Elvira (1897) en Munich (destruido en 1944) hace
predominar la increíble decoración sobre cualquier otra
consideración constructiva. Su interior, que conocemos también a
partir de fotografías antiguas31,
presenta características expresivas ya muy cercanas a vanguardias
como el surrealismo32
o, al menos, al expresionismo, como podemos ver en la
escalera, por ejemplo.
El Modernismo es pues ya un movimiento internacional,
(Catalunya, Bélgica, Munich,...) y no podía faltar la ciudad que
quizás difundiese más el estilo, París. En ella, Héctor Guimard33
(Lyon, 1867-New York, 1942) diseña las
bocas del Metro y construye el Castel
Béranguer (1895) con influencias de Victor Horta en cuanto
al tratamiento “integral” del interior y el exterior de la
construcción, junto con su decoración.
Y si en tan corto período de tiempo puede hablarse
de “la consolidación” de un estilo, no cabe duda de que esa
consolidación/madurez/apogeo llega de la mano del más imaginativo
arquitecto modernista “puro”, el catalán Antoni Gaudí i Cornet34
(Reus?, 1852- Barcelona, 1926) En su obra se alcanza la máxima
unión posible entre el soporte arquitectónico y la decoración que
en él se integra, siendo imposible muchas veces saber qué
es lo necesario para el soporte o lo conveniente para la decoración.
Su estilo, absolutamente personal, está fuertemente impregnado de
simbolismo, en gran medida religioso, y se puede ver en él una
cierta vuelta a los parámetros definitorios del arte medieval...
ciertamente, no en las formas, totalmente nuevas y personales, pero
sí un tanto en la utilización del arte como reflejo de la
importancia y trascendencia de lo divino en la vida del hombre,
en su experiencia de comunión con la divinidad. Aunque vamos a
dedicar a Gaudí todo un apartado en este trabajo, digamos aquí al
menos que su obra tiene dos vertientes diferenciadas. Por un
lado, el colosal, ingente, “titánico”35
Templo
de la Sagrada Familia, al que dedicó prácticamente toda su
vida. Y, por otro lado, una obra arquitectónica más estándar, muy
variada y creativa36,
que ha llegado a nosotros como la expresión más clara de un momento
en el que el arte encontró en Catalunya un auténtico esplendor. Una
obra que fue extremadamente moderna en su momento y que sigue
siéndolo ahora, y que se diferencia37
completamente de los otros modernismos que hemos citado (como el Art
Nouveau) esencialmente por su aliento vital, su potencia
creadora, su libertad conceptual...
➁La otra vertiente de la arquitectura modernista, la que podemos
denominar, como Fontbona hace, “pragmática” tiene a su vez dos
facetas, la ingenieril
y la propiamente arquitectural.
De
la primera hay que citar inevitablemente a Gustave Eiffel38
(Dijon,
1832-París, 1923),
cuya Torre
(1889) se ha convertido en un símbolo
mundial de una ciudad (París), pero también de un material
(el hierro) y del “progreso”
optimista
de finales del XIX. Aunque la clasifiquemos en esta apartado de
“pragmatismo”, se ha de observar que la
Torre
Eiffel
es un perfecto ejemplo de evolución de una construcción, que nacida
con una intención “funcional” y efímera, derivó hacia una
función “simbólica” y permanente39.
Los ingenieros presentan sus obras, como esta de Eiffel, con
criterios nuevos, “modernos”, y su utilidad corre pareja con su
intencional belleza, el objeto del arte como sabemos (Huyghe
dixit...)
Un ejemplo más, también paradigmático, es la construcción del
Puente
sobre el Forth
(1881-1887) en Edimburgo, obra de Fowler y Baker. En Escocia se había
formado un pequeño, pero activo, grupo de modernistas alrededor del
arquitecto Charles Rennie Mackintosh40
(Denistom, 1868-Londres, 1928), que construyó por ejemplo la
Escuela
de Bellas Artes
de Glasgow41
(1897) No cabe duda que un puente es una obra muy diferente de una
Escuela, pero esa obra de ingeniería no busca sólo la utilidad (es
un puente ferroviario) sino la belleza, a través de la
forma en la que se disponen los materiales utilizados.
Puede ser muy interesante compararlo con
otro
puente
construido a su lado en 1960 para ver las muy claras diferencias de
concepción artística/utilitarista (en esta otra foto se ven
ambos
puentes...)
La arquitectura pragmática empieza en estos años a
“desnudar” sus edificios de todas las referencias
historicistas / clasicistas / tradicionales con las que ya sabemos
que se estaba construyendo habitualmente42.
Y no es casual que la primera referencia que debemos hacer al
respecto sea la de la Escuela de Chicago43...
en 1871 el gran incendio que destruyó el centro histórico de la
ciudad abrió la posibilidad de enfocar la edificación desde
otro punto de vista: estructuras sólidas, resistentes al fuego
(la madera, sustituida por el hierro revestido), con facilidades para
la evacuación (escaleras no decorativas, sino muy funcionales),
fachadas “limpias” con facilidades de acceso desde el exterior
(el vidrio empieza a ser protagonista en ellas),... y todo ello en el
entorno económico de un suelo urbano caro y escaso. Las condiciones
están dadas para el nacimiento del “rascacielos”, una de cuyas
primeras muestras podemos ver en el edificio Reliance
(1890), de Burnham y Root, que con sus (ahora modestas) 16
plantas es todo un ejercicio de sencillez de diseño y practicidad
de uso. Los arquitectos más representativos44
de esta Escuela de Chicago45
fueron Henry Hobson Richardson46
(Nueva Orleans, 1838-Brookline, 1886) y Louis Sullivan47
(Boston, 1856-Chicago, 1924), aportando ambos interesantes obras
modernistas en esta vertiente de pragmatismo48
que estamos considerando. Del primero podemos poner como ejemplo
representativo sus Almacenes
Marshall Field, un edificio “masivo” pero
aligerado por grandes huecos acristalados, precursor de muchas otras
fachadas modernas, y del segundo -más dado a la decoración que el
primero- citaremos el National
Farmer's Bank, a caballo entre la funcionalidad de su uso
previsto y la decoración llamativa.
La influencia de esta Escuela de Chicago fue enorme,
y se extendió tanto por Estados Unidos (un discípulo de Sullivan
fue Frank Lloyd Wright...) como por Europa, a través del arquitecto
austríaco Adolf Loos. Por ejemplo, podríamos citar el el edificio
de La
Bolsa de Amsterdam, (1900), obra de Hendrik Petrus Berlage49
(Amsterdam, 1856-La Haya, 1934), figura clave en el desarrollo
urbanístico moderno de Amsterdam. Este edificio de la Bolsa recoge
una gran cantidad de las características modernistas que
hemos ido comentando hasta ahora: materiales nuevos (cerramiento de
ladrillo visto, estructuras y tejado de hierro visto, cristal en el
tejado, decoración cerámica sobria, aspecto “medieval” pero sin
concesiones de ninguna clase al historicismo de las construcciones
habituales de la época... inevitablemente, al verlo hace un par de
meses en Amsterdam, me vino a la memoria el edificio de Domènech
i Montaner, el ahora Museo
de Zoología de Barcelona, construido una década antes.
Esta senda del pragmatismo emprendida por la
arquitectura modernista fue en realidad un “anuncio” de la
arquitectura ya plenamente moderna del Siglo XX. Y en ese camino
hacia el racionalismo50
estricto destaca Otto Wagner51
(Penzing, 1841-Viena, 1918) y su discípulo Joseph Hoffman52
(Brtnice, 1870-Viena, 1956).
La
Caja Postal
de Wagner en Viena y El
Palacio Stoclet
de Hoffman en Bruselas ya han sido citadas anteriormente como
ejemplos representativos de esa evolución
hacia la arquitectura desnuda
que veremos en el Siglo XX. Wagner dice, en su obra Moderne
Architektur
(1895) que “...sólo
lo que es práctico puede ser bello...”53,
una declaración de principios que será ampliamente recogida por el
movimiento de la Bauhaus54
décadas más tarde. Puede verse aquí una
muy buena recopilación
de su obra, ordenada cronológicamente, lo que nos permite ver su
evolución desde los inicios aún historicistas hasta la desnudez de
la construcción del Siglo XX (lo mismo puede hacerse con Hoffman
aquí...).
La influencia
de ambos arquitectos en
la evolución de la arquitectura fue muy grande, y discípulos
suyos55,
como el ya citado Loos o Joseph Olbrich, e incluso Hermann Obrist,
continuarán profundizando en esa idea de la Escuela Vienesa de que
la
decoración es superflua, decadente, y por tanto, innecesaria.
Es bien curioso comparar esta actitud con la de un Gaudí, por
ejemplo... una bifurcación
en dos caminos, uno de los cuales quedará cerrado
y el otro nos llevará hasta la arquitectura del Siglo
XX.
Y
un tanto calladamente hace su irrupción en la arquitectura
pragmática de la que estamos hablando, ya camino del racionalismo
moderno, una innovación técnica que permitirá edificar cualquier
estructura que se desee,
con muy pocas limitaciones técnicas, por no decir ninguna. Nos
estamos refiriendo a la conjunción entre el cemento y el hierro
usados de manera que cada uno refuerce las buenas propiedades del
otro. Muy en resumen, el cemento soporta muy bien los esfuerzos de
compresión, pero no es muy hábil para resistir la tracción. El
hierro, justo al contrario, resiste la tracción casi tanto como se
quiera, pero en compresión tiene tendencia a producir fenómenos de
pandeo. La unión de ambos materiales en el “hormigón
armado”
hace que la arquitectura pueda permitirse, estructuralmente hablando,
ya lo hemos dicho, cualquier cosa... Los pioneros56
en el uso de esta técnica fueron Anatole de Baudot57
(Sarrebourg, 1834-París, 1915), en su
Iglesia
de Saint-Jean
(1900),
y, sobre todo, Auguste Perret58
(Bruselas, 1874-París, 1954), en su
Casa
de la calle Franklin
(1903)
o el
Garaje
Ponthieu
(1906), todas ellas obras situadas en París y que ponen de
manifiesto ya un claro racionalismo
moderno, al menos estructuralmente hablando.
③En
este momento puede perfectamente dejarse el estudio de la
arquitectura modernista, ya que estamos entrando plenamente en el
mundo de la arquitectura moderna. Sin embargo, no lo haremos sin
hacer una breve referencia a un tercer grupo de arquitectos
modernistas, que no parece posible denominar ni soñadores ni
pragmáticos. Sus obras utilizan los nuevos materiales que ya hemos
comentado, hierro y vidrio especialmente, pero sus estructuras,
modernas claramente y muy notables desde el punto de vista técnico,
son “disimuladas”59
recubriéndolas con otros materiales más “tradicionales”. Hay
muy buenos ejemplos de estas estructuras
disimuladas,
por ejemplo en París, como el
Museo
de Orsay
(1900, de Víctor Laloux) y los
Petit
y Grand Palais
(1900,
de Louis Albert Louvet, para la Exposición Universal), que sólo
significaron unos instantes de vacilaciones, superados
rápidamente por otros arquitectos más decididos, como hemos visto
en los párrafos anteriores.
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al índice)
2.-Antoni
Gaudí (1852-1926)
2.1.-Las
fuentes.
Acercarse al estudio de Gaudí es un ejercicio complejo
por su propia esencia (un arquitecto absolutamente atípico,
con una obra que le ha trascendido en el tiempo) y por la enorme
cantidad de trabajos realizados sobre él y sobre esa obra suya. Por
decirlo de manera breve, Gaudí y lo que construyó aún no es
“historia” fijada del todo, ya que sigue estando entre nosotros
de manera viva, activa e inacabada, como bien es sabido.
Entre ese gran número de fuentes consultables,
he seleccionado, leído y estudiado las que me han parecido más
relevantes, dentro de las que tenía a mi alcance. Así, para situar
a Gaudí dentro de la arquitectura modernista, he utilizado las
fuentes ya citadas de González6,
Ramírez3
y Fontbona2.
Y para acercarme a su vida y a su obra he utilizado esencialmente las
obras de Bassegoda, El Gran Gaudír7
(una obra exhaustiva...) y la Guía de Gaudír8
(en un formato más resumido).
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2.2.-La
vida y las obras.
Si normalmente ya es
difícil separar en una biografía los aspectos personales de
los profesionales, en el caso de Gaudí es -en mi opinión-
sencillamente imposible. Como todos los grandes artistas, viviór9
volcado para su obra, y lo personal parece pasar a un segundo
plano, sólo necesario como soporte de lo artístico. Así pues,
expondremos a continuación una (necesariamente) breve panorámica de
lo que nos parece significativo de la obra y la vida de Gaudí.
Usaremos como hilo conductor las obras citadas anteriormente,
especialmente la enciclopédica El gran Gaudí, que no se irá
citando expresamente, haciéndolo sólo con las que no sean ella.
Como resumen inicial
que nos sirva para orientar el desarrollo de este apartado, diremos
que Gaudí vivió una vida serena y callada60,
absolutamente dedicada a su obra. Esta tiene dos vertientes61
muy diferenciadas: por un lado, el proyecto y ejecución -hasta donde
pudo- de la obra gaudiniana por excelencia, el Templo de la
Sagrada Familia; por otro lado, edificios de viviendas, (Batlló,
Calvet, Milà...) y obras totalmente atípicas (Parque y Palacio
Güell, Cripta de la Colonia Güell, Palacio Arzobispal de Astorga,
El Capricho de Comillas...).
①Nacido
en Reus (o en
Riudoms se lee en alguna fuente...) , hijo de familia modesta, pasa
su infancia en Reus, donde hace el bachillerato con los Escolapios,
que dirigen el Instituto de Reus, y que comienzan a darle la sólida
formación religiosa62 que le acompañará toda la vida. Accede a la Escuela de
Arquitectura de Barcelona,
fundada en 1871, donde estudia desde 1873 hasta 1877, graduándose,
sin grandes complicaciones ni notas excelentes, en 1878.
Dado
su origen modesto, debe Gaudí compaginar los estudios con alguna
clase de trabajo. Lo que en principio debería haber sido un
inconveniente, a la larga le será extremadamente beneficioso, ya que
trabaja con diferentes arquitectos
(como Joan Martorell63,
quien le pondrá en contacto con la familia Güell), en algún taller
mecánico como diseñador, y es en esta etapa de formación cuando
empieza a tener contacto y hacer un primer aprendizaje de
oficios relacionados con la
arquitectura y la
decoración (forja, cerámica, vidrio...) . Su interés por la
escultura lo desarrolla en el estudio de Llorenç Matamala64,
y añade a sus habilidades de dibujante las de modelista. Su vida ya
empieza a estar marcada por una total dedicación
a los estudios que lleva a cabo y a todo lo relacionado con ellos65,
junto con una preocupación social
inherente a la época y al lugar en el que vive. Sus sentimientos
religiosos juveniles se
afianzan, su vida sentimental se reduce a nada, su trabajo le
absorbe...
②Al
acabar la carrera, abre Gaudí un estudio de arquitectura, como era
habitual. Su amistad con Martorell le va facilitando diferentes
trabajos, y sobre todo
hace que trabe amistad
con Eusebi Güell66,
hijo de Joan Güell i Ferrer -de quien Martorell era el arquitecto
habitual-, convirtiéndose en su amigo
y mecenas durante el resto de su vida.
La relación con Martorell también da pie a la incorporación
de Gaudí al proyecto de ejecución de las primeras fases de La
Sagrada Familia,
junto con otras obras de ámbito religioso. Esta doble vertiente
burguesa y eclesiástica67
-lo hemos visto muchas veces en la historia del arte- abre
muchas puertas a
Gaudí, y mientras va trabajando ya en el interior del Palau Güell,
inicia el proyecto del Palacio
Arzobispal de Astorga,
dado que el Obispo de aquel entonces era reusense. El Ayuntamiento de
Barcelona le hace diferentes encargos, e inicia la relación con el
Marqués de Comillas68,
a quien le construyó un pabellón en la Exposición Universal de
188869.
Sigue recibiendo encargos eclesiásticos, como el del Colegio
de las Teresianas,
y trabaja para la familia Güell en diferentes proyectos. En La
Sagrada Familia se
cubre ya la Cripta y se empiezan las obras del ábside. Como cierre
de esta etapa de su vida, que cubre desde su graduación hasta el año
1900 aproximadamente, puede citarse el proyecto de reforma de la Casa
Calvet, en la
calle Caspe.
Durante
estos casi veinte años de trabajo de Gaudí, su obra puede
calificarse70 sin duda ninguna como un modernismo
fuertemente impregnado
de referencias “historicistas”,
incluso románticas,
sin duda ninguna exóticas...
en la construcción se ven claras influencias
neogóticas (el
Palacio Arzobispal de
Astorga es un buen
ejemplo) y neomudéjares
(pueden verse por ejemplo la Casa
Vicens en
Barcelona o El Capricho
en Comillas), y en la decoración puede hablarse de naturalismo,
con referencias copiadas del natural.
③En
1900 empieza la etapa que podemos llamar de “madurez”
de su obra y de su prestigio.
Empieza recibiendo el premio del Ayuntamiento de Barcelona,
precisamente por esa Casa
Calvet, diseña la
puerta de la Finca
Miralles en
Sarrià, empieza a edificar la Casa
Sagués en
Bellesguard, inicia en Montserrat una estación del Rosario
Monumental, y,
sobre todo, comienza una de sus mayores obras71,
el Parque
Güell. Lo que
tenía que ser una urbanización privada de sesenta viviendas queda
reducida a unas pocas y a la urbanización general del entorno. En
esa casa viviría Gaudí hasta casi el final de su vida, primero con
su padre y su sobrina, y, tras fallecer estos, fue acompañado por su
amigo Llorenç Matamala.
En 1903 diseña una
reforma
en la Catedral de Mallorca, que se alarga en el tiempo, un
destino al parecer irremediable de algunas de sus obras. Hasta 1910
desarrolla varios de sus proyectos más importantes,
destinados a hacerse famosos: la reforma de la Casa
Batlló y, en el mismo Paseo de Gracia, la construcción de
la Casa Milà, la famosa Pedrera. En el conjunto de la
obra no eclesiástica de Gaudí no cabe duda de que La
Pedrera es el máximo72 exponente de sus ideas imaginativas, exuberantes, y totalmente
originales. La unión entre el soporte arquitectónico y la
decoración que este sustenta se desarrolla con la máxima
profundidad, y en el reino de la curva que constituye esta
construcción paradigmática se revela lo más personal de Gaudí,
uno de los arquitectos más “personales” entre todos los
modernistas. También en esta “década prodigiosa”, mientras
sigue trabajando en La Sagrada Familia, inicia las obras que
llevará a cabo en la Colonia
Güell en Santa Coloma de Cervelló, una más de las muchas
realizaciones encargadas por Eusebi Güell. Desde el punto de vista
decorativo, poco hay que añadir, se trata de Gaudí “en estado
puro”. Pero desde el punto de vista técnico, el diseño de la
iglesia presenta unas dificultades que Gaudí resolvió a la
perfección, y que conocemos bien dado que fueron descritas, junto
con su imaginativa solución, en la obra Filosofía de las
estructuras73,
publicada74
en 1910 por el arquitecto Fèlix Cardellach. En 1910 su mecenas y
amigo Eusebi Güell monta una exposición de la obra de Gaudí en
París, precisamente en el Grand Palais ya descrito,
exposición a la que Gaudí no quiso asistir.
En esta etapa de su
obra, Gaudí abandona ya todo tipo de referencias historicistas,
y bajo la influencia del simbolismo imperante se lanza75
a un esteticismo sin excusas, basado en una imaginación
totalmente en libertad...
④Quizás
esa falta de interés por asistir a su muestra parisina era el
prolegómeno de los acontecimientos que iban a empezar a aparecer en
la última quincena de
su vida. Tuvo que
dejar de trabajar una larga temporada a causa de una depresión y de
unas fiebres (de Malta), refugiándose en casas de amigos en Vic y
en Puigcerdà. En esas circunstancias, dibuja la fachada de La
Pasión de La
Sagrada Familia, dedicada
a la muerte de Cristo, que deja traslucir su propia concepción
de la muerte, de la
que tan cercanamente se ha visto. Entre 1910 y 1920 sufre la pérdida
de muchos de sus amigos y familiares:
el padre ya había fallecido en 1906, su sobrina (Rosa Egea) muere en
1912, su colaborador, el arquitecto Francesc Berenguer, muere en
1914,... y sobre todo, le afecta76 en muchos aspectos la muerte de Eusebi Güell en 1918. A partir de
este momento, Gaudí se refugia exclusivamente en el trabajo de La
Sagrada Familia, y no
hace ninguna otra obra
más. Su unión con su
obra magna es de tal intensidad que los ocho últimos meses de su
vida se traslada a vivir a un local dentro del templo, del que no
sale apenas.
⑤El
7 de junio de 1926, en el cruce Gran Vía con Girona, es atropellado
por un tranvía (un artefacto tan modernista como Gaudí...)
sufriendo importantes heridas a resultas de las cuales muere unos
pocos días después. El entierro tiene lugar el día 12, recorriendo
la Rambla (estuvo hospitalizado en el Hospital de la Santa Cruz, en
la calle del mismo nombre), pasando por la Catedral, y por el Passeig
de Sant Joan fue conducido hasta La
Sagrada Familia, en
cuya cripta fue enterrado.
Desde la profundidad de la cripta de su mayor obra, la ya gran fama
de Gaudí continuó irradiando el conocimiento y admiración de su
obra, un conocimiento y admiración que no ha disminuido hasta
nuestros días, sino todo lo contrario. Con mayor o menor fortuna, y
desde luego, no exenta de polémica, su obra se ha ido continuando y
desarrollando, pero ya no es realmente suya del todo...
(Volver
al índice)
2.3.-Importancia
y trascendencia de la obra de Gaudí.
Antes de entrar en el último capítulo del trabajo, la
construcción de El Capricho, puede hacerse una valoración
del conjunto de su obra, que hemos ido describiendo brevemente en el
apartado anterior.
➀En primer lugar, recordemos que a Gaudí lo hemos
situado dentro del Modernismo, en su vertiente “soñadora”77. Y es bien cierto que su obra muchas veces es sólo soñada, sólo
imaginada, y ello en un grado difícilmente superable. Sus
proyectos son absolutamente personales, irrepetibles, y si hay un
arquitecto de la época cuya obra sea reconocible inmediatamente
(incluso por los más profanos...) es Gaudí. De la misma manera que
otro modernista (esta vez “pragmático”) creó un icono “total”
con la Torre Eiffel en París, Gaudí también ha creado un
icono78
ciudadano definitivo con su (inacabada) Sagrada Familia en
Barcelona. Dos iconos aparecidos en una época similar, y que
ponen claramente de manifiesto la potencia expresiva del Modernismo.
La Torre Eiffel sí que tendrá continuidad en el tiempo y en
el concepto, pero la obra de Gaudí es, realmente, un callejón sin
salida (debería decirse quizás una “gran avenida” sin
salida...)
➁Otra de las cosas en la que debe insistirse aquí es
que la obra de Gaudí es irrepetible, como ya hemos dicho, y, por
tanto no se ha repetido nunca: bajo ningún concepto cabe hablar
de una escuela de seguidores de Gaudí... Por supuesto, sus
colaboradores más inmediatos (Berenguer79,
Rubió80,
Jujol81...)
presentan, como no podía ser de otra manera si colaboraban con
Gaudí, algunos rasgos de su peculiar forma de hacer, pero
desaparecido Gaudí, nadie siguió realmente en su línea.
Posiblemente era “imposible”, dada la personal impronta que Gaudí
ponía en todas sus obras, pero además los tiempos estaban
cambiando... a partir de 1910 aproximadamente, y más después de
la I Guerra Mundial, en Catalunya surge un movimiento82
-típicamente de reacción contra lo anterior, nada nuevo bajo el
sol...- de austeridad, de vuelta a la simplicidad de la tradición,
al equilibrio en las formas... que convenimos en denominar
Noucentisme83.
Dicho movimiento rechazaba de pleno la manera modernista de proyectar
edificios, y Gaudí no pudo ser ajeno a ese rechazo, que muy
probablemente influyó mucho en sus últimos años de vida, cuando ya
no quiso aceptar más encargos -si los hubo- y se dedicó en
exclusiva al gran templo.
➂Entonces,
¿la obra de Gaudí, sin continuidad, sin seguidores, ha sido
importante? Hay dos aspectos en los que se puede contestar
indudablemente que sí: por un lado, en su influencia
“filosófica” en
el expresionismo y en el surrealismo (Dalí84 siempre defendió la obra de Gaudí, por ejemplo) y, por otro, en su
proyección de futuro,
en su capacidad de seguir viva un siglo después. La
Sagrada Familia ha
catalizado durante cerca de un siglo (y lo que aún falta no es poca
cosa...) los esfuerzos por dar esa continuidad a la obra de Gaudí a
partir de Gaudí mismo, aparentemente la única manera de hacerlo...
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al índice)
3.-El Capricho. Comillas, Cantabria, 1833-1835.
Ya se ha comentado en la
introducción de este trabajo los motivos que han llevado a
seleccionar esta temprana obra de Gaudí como objeto del
estudio a realizar. Los datos concretos esenciales se han obtenido de
la obra de Bassegoda ya referenciada, El gran Gaudí,
en sus páginas 203-207 (que no se referenciará con detalle, salvo
excepciones, dado su uso intensivo), junto con detalles extraídos de
otras fuentes escritas y en línea, que sí se referenciarán. Hay
que tener en cuenta que la obra de Bassegoda es de 1989, y que desde
esa fecha hasta la actual la obra de Gaudí que estudiamos ha sufrido
algunas vicisitudes importantes, que deberán tenerse en cuenta.
3.1.-Introducción. Ficha técnica.
Gaudí:
El Capricho (Villa
Quijano). 1833-1835.
Semisótano, planta
principal, buhardillas. Torre cilíndrica sobre las escaleras de
acceso. 15 x 36 metros.
Ladrillo, piedra, madera, hierro, cristal, azulejo vidriado.Comillas
(Cantabria)
Si, como es
tradicional, redactamos una “ficha técnica” de la obra que
estudiamos, podremos hacernos una primera idea sobre ella. Para irla
situando correctamente ante nuestros ojos, ponemos aquí una foto del
conjunto, visto desde el Oeste.
Fijémonos de
entrada en su tamaño y forma general: una planta muy alargada,
(en proporción 1x2), una altura que, salvo en la torre, es
muy modesta, todo ello situado en una propiedad rural de algo
más de 3000 m². La forma general rectangular está extendida en
diferentes salientes cilíndricos y en otro añadido posterior
también rectangular, y la pequeña diferencia de niveles provocada
por el propio terreno se salva con unas pequeñas escaleras bajo la
torre.
Respecto
a las fechas
de inicio y terminación,
nada que decir. Sitúan esta obra de Gaudí en su
período
inicial,
modernista con fuertes rasgos historicistas, en este caso
neomudéjares, de manera similar a lo desarrollado en la
Casa
Vicens.
Respecto a los materiales citados en la ficha
técnica, vemos que son muchos y variados. No es más que el
reflejo de la tendencia modernista de integrar la construcción y la
decoración en un todo unitario, y bajo el control del arquitecto
directamente.
¿Qué se encuentra a faltar en esa ficha? Algunas cosas
importantes, sin duda, que intentaremos ir completando en los
apartados siguientes.
(Volver al índice)
3.2.-Antecedentes.
Dado
que la mayor parte de la obra de Gaudí se concentra en Barcelona,
cabe plantearse el porqué encontramos esta obra en un lugar como
Comillas, que, sin ser el fin del mundo, está bien alejado del
entorno habitual de Gaudí y más teniendo en cuenta las
comunicaciones del momento.
El
primer Marqués de Comillas, Antonio López López85 (que lo fue desde la creación del Marquesado en 1878 hasta su
muerte, en 1883) tenía una gran relación con Catalunya,
habiéndose establecido en Barcelona a la vuelta de Cuba, donde
inició su vida comercial. Casado con una barcelonesa, se dedica a
negocios varios (tabacos, navieras, ferrocarriles, bancos,...) no
siempre tan transparentes como sería de desear. Natural de Comillas,
en la provincia de Santander, hoy Cantabria, realiza importantes
obras en su villa natal (el Palacio de Sobrellano, el proyecto de la
Universidad Pontificia, el cementerio...)86,
obras para las cuales lleva a arquitectos catalanes que conoce
en Barcelona. En concreto, Joan Martorell (a quién ya conocemos como
maestro de Gaudí) lleva a cabo la obra del Palacio
de Sobrellano, ayudado también por Cristóbal Cascante y
Camilo Oliveras87 y
luego continúa con la construcción del Seminario Pontificio
(convertido posteriormente en Universidad Pontificia).
Y mientras tanto, desde Barcelona, Gaudí diseña algunos muebles
para ese Palacio88...
Este
primer Marqués de Comillas tiene un hermano llamado Claudio López
López, que se casa con Benita Díaz de Quijano, la cual tiene un
hermano llamado Máximo Díaz de Quijano89.
Es curioso que esta relación de parentesco haya causado algunas confusiones y
discrepancias en las
fuentes consultadas. La relación parece estar bien descrita en
El
gran Gaudí de Bassegoda, en la
pág. 203: “...Don Máximo Díaz de Quijano,..., su
hermana Benita Díez de Quijano, casada con don Claudio López y
López, hermano del primer Marqués de Comillas...”.
Lo mismo se lee en la biografía de Máximo Díaz de Quijano
referenciada en la nota [89]
: “Además, Máximo Díaz Quijano fue autor también de
algunas canciones... Su hermana Benita se casó con Claudio López y
López, hermano de Antonio, el primer marqués de Comillas.”
Queda claro pues que Máximo Díaz de Quijano es cuñado de Claudio
López y López, pero no de su hermano Antonio, el primer Marqués de
Comillas. Sin embargo, en otras fuentes como Ramírez90
se lee : “...una vivienda singular para Máximo Díaz de
Quijano, cuñado del Marqués...” Y
lo más curioso es que el propio Bassegoda se contradice en su Guía
cuando dice91
“...Gaudí també va fer el projecte d'una casa d'esplai
per al cunyat del marquès, Máximo Díaz de Quijano,...”
De las dos versiones hay que quedarse, en mi opinión, con la
primera, ya que -como se verá más adelante- está documentado que
la casa en cuestión pasa a ser propiedad de don Santiago López y
Díaz de Quijano, hijo del matrimonio formado por Benita y Claudio.
Pienso que la confusión
proviene de la similitud de nombres
del hermano del primer Marqués, Claudio López y López, y del hijo
del primer Marqués, Claudio López y Bru, quien fue el segundo
Marqués de Comillas. Si se lee sólo el nombre y el primer apellido,
la confusión está servida.
En
cualquier caso, ya tenemos a Díaz de Quijano, adinerado por sus
negocios cubanos (puede verse su biografía en la nota [89])
en la historia de Gaudí: dada su relación con el entorno del
Marquesado de Comillas, conoce la obra de Martorell en Sobrellano, ha
visto los muebles de Gaudí, y le
encarga una “pequeña” casa de veraneo en Comillas,
cerca del Palacio de Sobrellano. El Capricho
está entrando en la historia.
(Volver al índice)
3.3.-La historia de “El Capricho”.
El encargo de la obra a Gaudí es de 1883. Este
realiza en Barcelona una maqueta92 de lo que se pretende construir, y tras la aprobación de Díaz de
Quijano, la dirección de la obra corre a cargo de Cristóbal
Cascante, que recordemos ha trabajado para el Marquès y está
residiendo en Comillas. Sabemos de él que fue compañero de estudios
de Gaudí y que trabajaron juntos bajo la dirección de Fontserè en
los cerramientos del Parque de la Ciudadela. No está documentado que
Gaudí hiciese ni siquiera una visita de obra a Comillas, aunque Joan
Matamala afirma93
lo contrario, de la misma manera que se lo comentó personalmente,
según el mismo Bassegoda, un amigo del contratista que llevó a cabo
los trabajos (José Pardo). En realidad, lo que sí se sabe a ciencia
cierta es que Cascante, además de poder seguir con fidelidad las
indicaciones de Gaudí, estuvo instalado muchos años en Comillas,
por lo que es muy posible que realmente todo el peso del desarrollo
de El Capricho recayese sobre él.
La duración de la obra fue de dos años, y su primer
propietario, el ya citado Máximo Díaz de Quijano, no pudo realmente
disfrutar de ella, ya que murió ese mismo año. La propiedad pasó a
manos de su hermana Benita, y en 1904, a la muerte de esta, la heredó
Santiago López y Díaz de Quijano, hijo de Benita y Claudio López y
López, un sobrino por tanto del primer Marqués de Comillas. En 1929
fallece Santiago López y deja El Capricho a sus hermanos, que
lo vendieron a Joan Antoni Güell López94,
hijo de Eusebi Güell Bacigalupi, el principal mecenas de Gaudí,
como sabemos. Nótese que este Joan Antoni Güell (que llegó a ser
segundo Conde de Güell y tercer Marqués de Comillas) es nieto del
primer Güell de la dinastía por parte de padre, y nieto del primer
Marqués de Comillas por parte de su madre, Isabel López Bru. Es una
buena manera de ver las relaciones Barcelona-Comillas en las
que Gaudí se vio involucrado.
Joan Antoni Güell, que se casó95 varias veces, pasó la propiedad de El Capricho a su nieta,
María Pilar Güell Martos, que en 1977 la vendió a Antonio Díez
Vollrath, que tuvo que iniciar la restauración96
del edificio, en estado bastante lamentable. La restauración la
acabó el Gobierno de Cantabria, que había adquirido el edificio en
1984 y que en 1985 empezó una profunda restauración/remodelaciónr10
para instalar en él un restaurante de lujo97.
Por causas que no se han podido documentar para este trabajo, fue
vendido a una compañía de negocios japonesa98
en 1992, que mantuvo el restaurante hasta 200999.
A partir de ese momento100,
y desmontado el restaurante, la propiedad sólo es accesible para
visitas guiadas -previo pago- y para alquiler para acontecimientos,
mostrándose sin ninguna clase de mobiliario, aunque se está
manteniendo un excelente estado de conservación, con un alto número
de visitas, ya que Comillas es un polo de atracción turística de
primer orden.
Y esa es, en resumen, la historia de la obra que Gaudí
diseñó y que no ejecutó, una obra temprana, “menor” si se
quiere, pero completamente representativa de la primera etapa
artística de Gaudí -la que hemos denominado “modernista
historicista”, una obra de arte que trataremos de describir a
continuación.
(Volver
al índice)
3.4.-Descripción del edificio.
La primera
dificultad con la que se tropieza al analizar esta obra de Gaudí es
el hecho de que no se conservan los planos originales, y,
además, se han hecho en él varias intervenciones. Una de
estas intervenciones, alrededor de 1914, fue muy importante y
está mal documentada. Alrededor de 1988 culminó otra
importante remodelación/restauración, que dejó el edificio en el
estado en el que lo vemos ahora.
En
general, y dejando detalles a un lado, podemos decir que hay tres
versiones de El Capricho: la original de Gaudí (de
la que no se conservan planos, destruidos en 1936), la gran
intervención de ampliación de habitaciones101 (de la que hay planos, pero de la que se desconoce la fecha -se habla
siempre de 1914 dado que se sabe que en el 1915 ya estaba hecha, pero
es imprecisa- y autoría exactas, que derribó el Invernadero y lo
sustituyó por un cuerpo añadido con dormitorios) y la de 1988,
obra de Campuzano y Castillo, ya referenciada.
Esta última
intervención ha tratado de devolver El Capricho a su estado
original, siempre teniendo en cuenta que no se tienen de él más que
referencias indirectas. Esencialmente, consistió en demoler la
ampliación de 1914 y reconstruir
en su sitio el Invernadero que se sabía que existía desde el
principio102.
Obviamente, no se trata de una reconstrucción fiel, sino de una
reinterpretación “posible”. Juntamente con esa reconstrucción
del Invernadero, se hizo una restauración de todo el edificio,
tanto en el interior como en el exterior, que lo dejó en óptimas
condiciones. Quien haya podido ver cómo estaba la construcción
antes de las restauraciones de 1977 (parcial, sólo iniciada) y de
1988 (completa) tendrá que convenir en la gran suerte de que se
hayan podido llevar a cabo...
El proyecto
desarrollado por Gaudí, dado que se iba a realizar en una zona
boscosa, de elevada pluviosidad, se inspiró más que nada en las
arquitecturas campestres inglesas del momento. La obra en su
conjunto es claramente modernista con referencias historicistas
orientales (neomudéjares suele decirse...) como ya se ha comentado,
así como su decoración, también muy a “la inglesa” (Arts
and Crafts).
Mirando
el exterior, lo primero que nos llama la atención es la orientación
del edificio, cuya fachada
principal mira al Norte.
El motivo esencialmente era la propia configuración del terreno, que
hacia el Sur no presentaba vistas de ninguna clase (tapadas por la
Colina de Sobrellano), mientras que hacia el Norte sí. Gaudí,
haciendo una estructura
en forma de “U”
con el lado abierto hacia el Sur, consigue dar las vistas hacia el
Norte y a la vez, recibir el sol y la luz desde el Sur. El
Invernadero, situado en esa parte abierta de la “U”, al ser más
bajo que el edificio en sí, no tapaba esa luz, tan necesaria en una
zona de climatología compleja. Como veremos en el interior, Gaudí
hace una distribución (véase el plano de la última reforma, única
a la que haremos referencia desde ahora) de las estancias de manera
que tengan vistas por
el Norte, luz por el Sur,
y que las sitúa de manera que su función se corresponda con la luz
que le llega en cada momento.
El
exterior nos presenta una “horizontalidad”
evidente. Gaudí aún no ha entrado del todo en el mundo de la curva,
como en la muy posterior La
Pedrera,
por ejemplo, y el edificio tiene esa horizontalidad
muy remarcada
por las líneas decorativas, realizadas en azulejo vidriado sobre los
ladrillos de cerramiento, repitiéndose hasta la saciedad el motivo
decorativo de los
girasoles,
quizás una metáfora de la búsqueda del sol que hace Gaudí en la
situación y distribución de El
Capricho.
Empezando
desde abajo, vemos que lo que se ve del semisótano -obligado por
la inclinación del terreno- está trabajado en piedra con un
acabado de almohadilla, con líneas horizontales hundidas sin
decoración. La planta principal está resuelta con ladrillo visto
de dos colores, y las líneas horizontales decorativas son de
cerámica vidriada. El tejado sobre el desván está resuelto
con tejas rojizas, marcando las nervaduras con azulejo verde.
Sobre este tejado hay que comentar que quien esto escribe lo vio en
sus malos tiempos recubierto de “uralita”...
La decoración de todo el exterior es la que cabe
esperar en el tipo de obra que Gaudí proyecta. Además de la
cerámica ya comentada, vemos un uso
decorativo integrado del hierro en balcones y barandillas,
ventanas
amplias (con cierre de guillotina “musical”, una curiosa
invención de Gaudí...), chimeneas
hiperdecoradas (anuncio de muchas otras posteriores, pero estas
aún “simétricas”), referencias historicistas como
las árabes o las neogóticas (barbacanas...).
Un caso aparte es la
torre que se levanta sobre la puerta de acceso principal, situada
al NO. Único elemento claramente vertical de todo el
desarrollo arquitectónico, tiene una clara inspiración mudéjar o
neomudéjar, como se prefiera, y su
remate, sostenido de una manera bien original, es muy visible y
llamativo. Toda la torre está recubierta de cerámica vidriada, con
un ajedrezado
de los omnipresentes girasoles.
Es también muy llamativa la manera en la que la torre nace encima
del vano de entrada. Tras unos pocos escalones para salvar el pequeño
desnivel existente, se levantan cuatro
columnas (troncos de cono sin estrías, con una base ática sin
complicaciones), rematadas con capiteles
muy decorados y unidas entre sí por arcos
de piedra masivos con dovelas sobresalientes. Las columnas y los
arcos albergan una cúpula interior reforzada con tirantes de hierro,
sobre la que ya se levanta la torre.
Del Invernadero nada especial hay que decir, ya que es
una “reinterpretación” moderna de lo que Gaudí diseñó.
Delimita una ronda entre él y el cuerpo del edificio, y cierra
la parte abierta de la “U” que este forma, de manera que se
configura así un rectángulo cerrado.
El
interior de El Capricho
está formado por tres
plantas: un
semisótano, la planta principal y el desván. Ni el semisótano ni
el desván ocupan la misma superficie que la planta principal, el
primero por el desnivel del terreno y el segundo porque el salón
principal de la planta baja utiliza su altura para ganar en
prestancia, de manera que el desván queda dividido en dos mitades.
Dedicado el semisótano a servicios (cocina, habitaciones de los
sirvientes, cochera,...) y el desván a usos nada específicos, no
tienen un mayor interés artístico y nos
centraremos pues en la planta principal.
(Los tres niveles se unen mediante dos escaleras de caracol, una en
la zona de entrada y otra en la zona del comedor). Recordemos una vez
más que la descripción que sigue hace referencia a la situación
actual de esa planta,
no a la que hubo en su día hasta la reforma de 1988. Debe observarse
aquí que Bassegoda, en El
Gran Gaudí, describe
el interior de El
Capricho como si aún
estuviese en pie la ampliación de 1914, derribada como sabemos en la
reforma de 1988. Teniendo en cuenta que el libro de Bassegoda es de
1989, no deja de sorprender que no estuviese al tanto de la gran
intervención que se estaba haciendo/acabando en El
Capricho.
Entrando por la
puerta principal, bajo al torre situada en el vértice NO del
edificio, encontramos un vestíbulo que nos permite acceder a tres
zonas diferentes. A nuestra derecha se abre el acceso a un
dormitorio de invitados, con un aseo, de frente se tiene el
acceso a la zona del Invernadero, y a la izquierda tenemos el
acceso a las salas de la fachada principal, situada al N. Desde ese
vestíbulo encontramos sucesivamente una Sala de Visitas, el Salón
Principal, el Comedor, una sala de paso con un aseo, y ya en la
fachada E de la casa, el gran dormitorio principal (hoy dividido en
dos partes por un tabique y una puerta) con salida a la gran terraza
situada sobre la cochera. Desde la Sala de Visitas (igual que desde
el Comedor) se accede a una de las terrazas de la cara N con sus
famosos bancos integrados en la barandilla del balcón, y desde el
Salón Principal se tiene también acceso a esas dos pequeñas
terrazas tan originalmente decoradas.
Puede
verse esa distribución en el plano tomado de la obra de Campuzano y
Castillo que se ha puesto más arriba, o, mejor
todavía, puede
seguirse esa distribución a la perfección en la página web que
presenta la actual propiedad de El
Capricho, que se
encuentra en la dirección
http://www.elcaprichodegaudi.com/estancias.php.
Clicando en cada uno de los números que identifican cada sala se
accede a una muy correcta información sobre cada espacio, ampliable
además en el enlace a un fichero PDF disponible también para cada
sala. Se recomienda
hacer en este momento un paseo
virtual por todo el
recorrido para hacerse una buena idea del interior del edificio, si
no se ha estado allí personalmente.
Qué
se observa en todo este interior? Obviamente, de la distribución ya
está dicho todo -se
ajusta al programa de
necesidades definidas por el propietario, permite
una circulación eficaz
por su interior, satisface
las exigencias de luz
en la medida de lo posible, proporciona
una correcta visión
hacia el N (única en la que hay vistas),... así que hemos de
fijarnos exclusivamente en su decoración.
Lamentablemente, el mobiliario original e incluso el posterior de
época se ha perdido en medio de todas las vicisitudes corridas por
El Capricho,
y será un elemento importantísimo que no podremos valorar. Haremos
pues un recorrido por los elementos decorativos “fijos” que se
han conservado, y que pueden verse en las imágenes del recorrido
virtual propuesto en el párrafo anterior. Podemos empezar por los
suelos, simplemente de tabla pulida, sin marquetería. La madera
vuelve a aparecer en las puertas y ventanas, estas últimas con
cierre de guillotina (algunas con “sonido” al moverlas),
normalmente divididas en varios cuerpos, altas, buscando luz y
presencia. Los zócalos (altos y bajos) son también de madera, como
los recubrimientos de las
chimeneas que hay en
los dos dormitorios y en la sala de visitas. Esa madera comparte
espacio a veces con los suelos
cerámicos, como en el
vestíbulo (ver 1) y en la salita de paso con aseo (ver 5) en la que
los azulejos
son blancos.. Los
techos son todos
artesonados,
con diseños diferentes, en la más evidente tradición mudéjar, y
destaca el del dormitorio
principal. En alguna
habitación (como el dormitorio de invitados, -ver 7- el zócalo alto
de madera está rematado con una cenefa de cerámica vidriada con
decoración
naturalista. En toda
esta panoplia de decoración modernista, por descontado, no pueden
faltar las
vidrieras, de las que
en realidad se han conservado bien pocas. El hierro,
otro material decorativo típicamente modernista, es usado por Gaudí
exclusivamente en el exterior, como ya hemos comentado.
Y
acabando ya esta descripción comentada de la obra de Gaudí El
Capricho, puede
decirse que “sorprende” un tanto la diferencia
entre el exterior y el interior.
Si se observa en primer lugar el exterior, encontramos lo que se
espera encontrar en un edificio modernista y más aún, de Gaudí:
una decoración
abigarrada, totalmente
integrada en la propia construcción. Pero al pasar al interior se
recibe una cierta sorpresa ya que la
decoración se nos aparece como muchísimo más “contenida”.
Puede contribuir a esa sensación la ausencia de mobiliario, pero en
cualquier caso nos parece una sensación bastante real. Lo que es
imposible, en mi opinión, es determinar con certeza si ese contraste
es resultado de la voluntad de Gaudí o de la última restauración,
que hecha en los tiempos en que se hizo, hay que suponer abocada a
las corrientes “minimalistas” en este sentido.
Un entorno
magnífico, un edificio entrañable de Gaudí en su primera época,
un buen puñado de visitas modernistas en Comillas... realmente, un
viaje que vale la pena.
(Volver
al índice)
4.-A modo de conclusión. Algunas preguntas.
Cada vez que cerramos,
como ahora, un tema de estudio, es conveniente reflexionar sobre lo
estudiado para verlo en su conjunto, para que los árboles no nos
impidan ver el bosque. Como en realidad se han ido poniendo las
conclusiones pertinentes (o que así nos lo han parecido, al
menos...) en cada uno de los apartados “opinables”, podemos hacer
aquí mejor que un resumen de de lo ya dicho, alguna idea de lo
entrevisto y no dicho.
Se podría empezar
citando un párrafo del -ya lejano en el tiempo y en el esfuerzo-
primer
trabajo de la asignatura, dedicado a otra obra arquitectónica,
la Cúpula de Brunelleschi en Florencia:
“Siendo
la arquitectura una de las artes mayores, parece ocioso preguntarse
si Brunelleschi era o no un artista en el sentido que habitualmente
damos al término: ¿su obra expresa la interpretación que él hace
de la realidad, y lo hace con el objetivo expreso de hacer algo
bello? La respuesta a ambas cuestiones no puede ser más que
afirmativa, de manera absoluta. Su cúpula es una obra de expresión,
de creación, de interpretación de una realidad desde
su punto de vista, una creación que constituiría el eje de su vida
y a la que dedicaría toda ella. Y la belleza de la misma no es
discutible. Aunque no sepamos definir con exactitud lo que es la
belleza, no nos cabe duda, al ver la cúpula de Brunelleschi
dominando la ciudad de Florencia, que estamos viendo una obra
bella en el más pleno sentido de la palabra.”
Cambiemos Brunelleschi
por Gaudí, Cúpula por El
Capricho, Florencia por Comillas
y el párrafo puede ser suscrito sin complicaciones por cualquier
persona mínimamente consciente. Nos
plantea esta afirmación algunos interrogantes,
que estaría muy bien haber podido comentar en algún momento a lo
largo de la asignatura: ¿Es que no ha pasado el tiempo desde 1420
hasta 1883? ¿Cuatro siglos y medio no son nada? ¿Nuestro concepto
de belleza no ha evolucionado desde entonces? ¿La Cúpula de
Brunelleschi, ese genial experimento estructural, es más o menos
bello que los experimentos simbolistas de Gaudí? ¿Han pasado ambas
obras a la Historia en pie de igualdad? Veamos...
No
es posible decir que el Quattrocento y la “bisagra” entre el
Siglo XIX y el XX no estén bien separados en el tiempo y en los
hechos. Ciñéndonos al arte, desde el Renacimiento (Siglo XV-XVI)
hemos pasado por el Manierismo (XVI), Barroco (XVII-XVIII),
Rococó (XVIII), Neoclasicismo (XVIII), Romanticismo (XVIII-XIX), y
ya en el acelerado Siglo XIX, por el Realismo, Impresionismo,
Simbolismo, Neoimpresionismo, Postimpresionismo..., hasta llegar al
Art Nouveau y su primo hermano, el Modernismo, al final del XIX y
principio del XX. Entre cada una de esas etapas, la manifestación
artística ha ido evolucionando, como hemos visto, de acuerdo con la
sociedad en la que se produce esa expresión artística, una más (no
la menos importante, desde luego) de las variadas manera que tiene el
hombre de interpretar la realidad o, al menos, su realidad. Por
tanto, la respuesta a nuestras dos primeras preguntas es que sí, que
ha pasado el tiempo y que en ese tiempo se han hecho cosas muy
diferentes en el Arte.
Respecto a la escurridiza
belleza, no cabe duda de que el concepto estándar (el aceptado sin
demasiadas discrepancias por la mayoría de la sociedad,
posiblemente) ha ido cambiando a lo largo de ese tiempo. Es bella la
Cúpula de Brunelleschi, como es bello un cuadro de Rembrandt, como
es bella una pintura de Delacroix, o unos girasoles de Van Gogh, o la
Casa Milà de Gaudí. Nos podrán esas obras, a título personal,
gustar más o menos, “llegarnos” más o menos, pero no tenemos
dudas de que son “intencionadamente” bellas (y como
siempre, diremos aquello de “sea lo que sea eso de la belleza”).
En todas reconocemos una necesidad de expresión junto con esa
intención de hacerlo de manera “bella”, así que no suele
producirse mucha discusión al respecto. Pero en el arte de capturar
el espacio, es decir, en la arquitectura, además de la expresión
artística, además de su pretendida y/o alcanzada belleza, aparece
el elemento “utilitarista” del que otras artes andan menos
sobradas. Es muy cierto que una pintura puede tener una repercusión
propagandística, puede trasmitir una idea de manera intencionada,
pero por cada persona a la que llegue, cualquier catedral gótica,
por ejemplo, ha albergado y sido “útil” (en sentido amplio) a
miles. Por tanto, cuando nos planteamos una comparación en el
terreno de la belleza entre la Cúpula de Brunelleschi y El
Capricho de Gaudí, no cabe más
que decir que ambas tienen esa indefinible cualidad, que las ha hecho
diferentes a tantas y a tantos otras construcciones, anodinas y
perfectamente prescindibles. Ahora bien, en
el terreno de lo “útil”
nuestro querido Capricho
palidece claramente (valga la contradicción) frente a la Cúpula de
Brunelleschi. Una propiedad privada, pequeña, destinada al ocio de
un pequeño grupo de la ya de por sí minoritaria clase social más
elevada, no puede compararse con el uso público y masivo durante
siglos de la Cúpula de Brunelleschi (y podríamos hablar tanto en el
terreno del cuerpo como del alma, por usar una terminología
totalmente clásica). Diferente sería una comparación entre la
Cúpula y La Sagrada Familia, por
ejemplo, pero este sería otro tema.
Y
así llegamos a la última de nuestras preguntas, la repercusión
histórica de ambas obras arquitectónicas. En cierta manera, ambas
son obras muy “únicas”:
se han hecho muchas cúpulas, pero ninguna (a igualdad de material
empleado) como la de Brunelleschi; se han hecho muchas casas de
veraneo, pero ninguna como El Capricho.
Ambas excepciones lo son por motivos diferentes: por cuestiones
esencialmente estructurales la primera,
por motivos esencialmente
decorativos (en sentido amplio) la segunda.
Así pues, ambas son, en sus correspondientes entornos y sin tratar
de ponerlas en un mismo contexto -que no lo tienen ni pueden tenerlo-
igualmente “importantes” desde el punto de vista histórico. Su
diferencia puede decirse que radica en la “intensidad”
con la que han entrado en la Historia (mucho mayor en el caso de la
Cúpula), un aspecto íntimamente relacionado con su función, su
utilidad comentada en el párrafo anterior.
Podría
parecer que, tratándose de Arte en este estudio, deberíamos hablar
exclusivamente del Arte contenido en ambas obras. Pero por diferentes
motivos y por diferentes caminos, Brunelleschi y Gaudí enfocaron
sus obras de una manera “total”, uno integrando todo el saber
estructural (conocido ya o creado por él) en una única y colosal
estructura (aunque fuera doble), y el otro integrando una estructura
mucho más humilde con una decoración que muy posiblemente
Brunelleschi no pudo ni siquiera soñar/imaginar. Por tanto, nuestro
comentario también debía intentar abarcar todos los aspectos
posibles de las obras comentadas.
En
definitiva, podemos concluir que es una comparación un tanto “sin
sentido”, excepto en ese pequeño dominio de la “utilidad” que
hemos comentado. Las dos son obras -todo lo diferentes o iguales que
se quiera ver- de dos de esas personas que calificamos de “artistas”,
que han sabido hacer cristalizar su expresividad en algo tangible,
que fácilmente reconocemos como una obra de arte. Nada menos...
José Carlos Vilches Peña. En Vielha, diciembre 2013.
(Volver
al índice)
5.-Biblio y webgrafía.
Se ha
procurado no interrumpir en exceso el texto, para mayor comodidad a
la hora de leerlo, por lo que algunos detalles y enlaces a imágenes
aclaratorias se han puesto en Notas al pie de página. El
número que las identifica está en color azul, y clicando en
él nos baja al pie de la página para leer la Nota si no estaba ya
visible. Para retroceder al texto donde se dejó, basta con clicar en
el número de orden que antecede a la Nota.
Las
referencias de las obras en papel y en línea que se han consultado
más a fondo, en mayor o menor grado, están al final del documento,
agrupadas como Referencias. El número que las identifica
está precedido de la letra "r", y clicando en él nos baja al pie del
documento para leer la Referencia correspondiente. Para retroceder
al texto donde se dejó, basta con clicar en el número de orden que
antecede a la Referencia, que aparece entre corchetes.
Para las
referencias se ha utilizado la normativa del TermCat, como se
hizo ya en la anterior asignatura de Historia del Arte I. Y se han
dejado en el orden en que aparecen en el documento, para permitir
seguir mejor su relación con el mismo.
Respecto a
la inclusión o no de imágenes en el texto, se ha valorado
cuidadosamente el hacerlo o no, y la decisión ha sido la habitual:
no ponerlas, con alguna excepción, por ejemplo, los planos de las
diferentes intervenciones/restauraciones de El Capricho.
Pienso que no se trata de hacer una colección de imágenes, que
podrían ser centenares, sino construir un texto razonado sobre el
tema. Evidentemente, se ponen los enlaces a aquellas imágenes que se
considera relevante verlas al menos una vez, cosa muy recomendable si
no se conoce personalmente la obra comentada.
(Volver al índice)
1Grupo
Cronos, pág. 6 y ss.
2Grupo
Cronos, pág. 20 y ss.
3Grupo
Cronos, pág. 26 y ss.
5Grupo
Cronos, pág. 62-63.
6Grupo
Cronos, pág. 66 y ss.
7Grupo
Cronos, pág. 34-51 y 69-89.
9Grupo
Cronos, pág. 77 y ss.
10Risques,
pág. 194 y ss.
11Risques,
pág. 197 y ss.
21Fontbona,
pág. 11 y ss.
23Ver
puntos 1.3 , 2.1 y 3.1, o hacer una búsqueda del término
“arquitectura”
28Fontbona,
pág. 57 y 58.
29González,
pág. 21 y 22.
31González,
pág. 28 y 29.
32Fontbona,
pág. 58 y 59.
43Fontbona,
pág. 62 y 63.
44Fontbona,
pág. 63. González, pág. 33 y 34.
53Citado
por González, pág. 26.
61González,
pág. 34 y 35.
62Bassegoda,
Guía, pág. 8.
65Bassegoda,
Guía, pág. 9.
67Bassegoda,
Guía, pág. 10 y 11.
73Citado
por Bassegoda, pág. 12.
76Bassegoda,
Guía, pág. 14.
78“El
zigurat, y eso sí lo comparte con las pirámides, los obeliscos,
las torres-aguja de las catedrales cristianas,... es una
manifestación más de la opinión que la humanidad tiene de los
“lugares altos” y de la verticalidad. En todas las artes, más
aún, en todas las manifestaciones del ser humano, se detecta
fácilmente una situación
privilegiada de las montañas, las torres, de todo lo que es alto y
esbelto, en contra de lo que es
bajo. No puede tratarse más que de la contraposición del cielo y
la tierra, de lo divino y lo humano, de la aspiración que la
humanidad tiene de llegar “más alto”...”
Extraido
de
http://www.jvilchesp.es/historia/hau_i/hau_i_3/index.html#__RefHeading__569_857732221
86Bassegoda,
Guía, pág. 56.
91Bassegoda,
Guía, pág. 56.
92Todas
las fuentes hablan de esta maqueta, pero parece perdida...
93Citado
por Bassegoda, El gran Gaudí,
pág. 203.
99El
16-12-2013 la dirección del negocio El Capricho de Gaudí
me envió la siguiente respuesta a mi pregunta sobre la actividad
que realizaban: “Hola, José Carlos. Desde el año 2010
la actividad del edificio es como Centro de Visitas o Monumento
Visitable. Quizá haya estado en el restaurante antes de 2009. Un
cordial saludo. El Capricho de Gaudí, Carlos Mirapeix Bedia,
Departamento de visitas y grupos, Tlf. 942 720 365, Tlf. 618 828
558, visitas@elcaprichodegaudi.com,
www.elcaprichodegaudi.com.”
101Bassegoda,
El Gran Gaudí, pág. 207.
102Un
sobrino-nieto de Máximo Díaz de Quijano así lo afirma. Citado por
Campuzano y Castillo, pág. 57.
Referencias
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Fernández
Polanco, Aurora.
Fin de siglo: Simbolismo y Art Nouveau.
Madrid: Historia 16, 1989. 161 p. (Historia del Arte, vol. 42)
ISBN
8413042872900
[2]
Fontbona,
Francesc. Las claves del arte
modernista. Cómo identificarlo.
Barcelona: Ariel, 1988. 78 p. (Las Claves del Arte. Estilos. Vol.
18)
ISBN
84-344-0457-5
[3]
Ramírez,
Juan Antonio. Gaudí. La
arquitectura como obra de arte total.
Madrid: Anaya, 1992. 96 p. (Biblioteca Básica de Arte.
Monografías.)
ISBN
84-207-4471-0
[4]
Grupo
Cronos. España:
Siglo XIX (1834-1898).
Madrid: Anaya, 1991. 96 p. (Biblioteca Básica de Historia)
ISBN
84-207-4192-2
[5]
Risques,
Manel et alt. Història de la
Catalunya Contemporània. Barcelona:
Pòrtic. Biblioteca Universitària, 1999. 508 p.
ISBN
84-7306-553-0
[6]
González
Llàcer,
Jordi. Cómo reconocer el arte del
Modernismo.
Barcelona: Edunsa, 1966. 64 p. (Cómo reconocer el arte)
ISBN
84-7747-123-x
[7]
Bassegoda
Nonell, Juan. El
gran Gaudí.
Sabadell: Ausa, 1989. 610 p.
ISBN
84-86329-44-2
[8]
Bassegoda
i Nonell, Joan. Guía
de Gaudí.
Barcelona: Nou Art, 1988. 64 p. (Terra Nostra, 15)
ISBN
84-7327-183-1